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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Los domingos en la mañana son de Mozart; por la tarde le pertenecen a Debussy, y al acercarse la noche son de Brahms. El domingo es el día que los cristianos dedicamos a pedir perdón por los pecados que cometimos el sábado y que seguiremos cometiendo el lunes. Los domingos con lluvia torrencial son el día que los golfistas destinan a ir a misa. El domingo es el día del Señor, de ahí su nombre. La nueva criadita de la casa le dijo a su patrón: "Por favor avíseme cuándo va a ir a mi cuarto, para bañarme, arreglarme, perfumarme y ponerme ropa interior nueva y sugestiva". El señor se sorprendió al oír aquello. También se mortificó bastante, pues era hombre de costumbres morigeradas, nada proclive a devaneos eróticos, y devoto practicante de su religión. Le preguntó a la chica: "¿A qué viene eso, Mary Thorn?". Explicó la mucama: "Es que sobre la cabecera de mi cama hay un letrero que dice: 'Prepárate, pues no sabes cuándo llegará el Señor'". (¡Qué dilema el de la muchacha! O se preparaba para un señor o para el otro. Imposible quedar bien con ambos a la vez. "Nadie puede servir a dos señores". Por eso a algunas señoras les duele la cabeza por la noche, pero en el día no). A lo que voy es a decir que por ser hoy domingo narraré un cuentecillo de contenido religioso. Trata de un cura católico y un rabino judío que murieron el mismo día, y el mismo día llegaron a las puertas del Cielo. San Pedro, el portero de la mansión de la eterna bienaventuranza, revisó sus libros, y les comunicó que no estaban en la lista de los que podían ser admitidos en la casa del Señor. Dijo el cura, amoscado: "Siempre pensé que la casa del Señor era mi templo". El rabino, igualmente molesto, replicó: "Y yo estaba seguro de que era mi sinagoga". Les indicó San Pedro: "Quizá a ese pensamiento se deba en buena parte el hecho de que no estén ustedes en la lista de los bienaventurados". "Seguramente hay un error -protestó el párroco-. Tanto el rabino como su servidor fuimos pilares de nuestras respectivas congregaciones. Tenemos derecho a entrar aquí". "Nadie tiene derecho a entrar aquí -replicó Pedro-. Si nos salvamos es sólamente por la misericordia del Señor. Pero ahora no tengo tiempo para discusiones. Debo ir a darle de comer a un gallo y a sacar una copia de mis llaves, por si se me pierden éstas. Vayan ustedes con buen viento, a ver a dónde". Así diciendo iba a cerrar la puerta, pero el cura, que era jesuita y por lo tanto, estaba lleno de recursos, se lo impidió poniendo el pie en la jamba. "Momento, Cefas -le dijo con imperioso acento-. Aún no has terminado con nosotros. Piscem natare doces? ¿Pretendes acaso enseñar a nadar a un pez? Llama a tu supervisor, para tratar este asunto con él". "No estamos en un mostrador de línea aérea -contestó San Pedro-. Pero yo también sé algunos latines. Veo que estás defendiendo tu caso únguibus et rostro, con las garras y el pico. Haremos esto: los enviaré con la competencia. Si el diablo me los devuelve, entonces los admitiré". El rabino y el cura, pues, encaminaron sus pasos al al averno. El socarrón San Pedro se quedó riendo para sí, pues sabía muy bien que el demonio no deja que nadie vaya al Cielo. Grande fue su sorpresa, sin embargo, cuando media hora después el sacerdote estuvo de regreso muy campante. "¿Cómo hiciste para volver aquí?" -le preguntó asombrado. "No puedo mentirte, Simón -le respondió el jesuita-. Le ofrecí 100 dólares al diablo para que me mandara aquí, y los aceptó. Habrás de perdonarme, pero como dice uno de mis autores predilectos: el fin justifica los medios. Además Íñigo nos enseñó que en la presencia de dos males debemos optar por el menor". "Jesuíticas frases son las dos -dijo San Pedro-. Sin embargo, tratos son tratos. Puedes entrar. Pero antes dime: ¿qué fue de tu compañero, el rabino?". Contesta el cura: "La última vez que lo vi estaba regateando con el diablo. Ya lo llevaba en 75 dólares". Sigue ahora un cuentecillo no tan religioso, para darle un poco de picor al texto. El padre de Pepito le anunció, alegre, a su precoz retoño. "Te encargué un hermanito con la cigüeña". "Ay, papá -le dice el chiquillo en tono de reproche-. ¡Tan buenas viejas que hay, y tú tirándote un pajarraco tan feo!". FIN.

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