Murió don Juan (los donjuanes también mueren).
Dos de las muchas mujeres que lo amaron le pusieron a modo de mortaja el hábito de la Tercera Orden franciscana, según su disposición testamentaria.
En el túmulo funerario sonreía don Juan. Sus labios, que tanto besaron, y a tantas, se abrían levemente en una sonrisa que parecía de felicidad.
Un hidalgo ceñudo contempló el rostro del muerto, y preguntó:
-¿Por qué sonríe?
Un amigo de don Juan estaba cerca, y escuchó la pregunta.
Respondió:
-Está recordando. Todavía.
¡Hasta mañana!...