El Señor se dio cuenta, preocupado, de que algo no andaba bien con el océano. Le preguntó:
-¿Qué te sucede?
-Señor -respondió el mar-. No estoy contento.
-¿Por qué? -se asombró Dios-. Eres algo magnífico. Espléndido es tu oleaje, que no cesa jamás. Son majestuosas tus mareas, tu pleamar y tu bajamar. El ritmo de tus ires y venires es grandioso, como es grandioso tu universal vaivén. Es muy hermosa la manera en que subes y bajas, en que te agitas de contínuo, en que tus aguas van y vienen meciéndose día y noche sin detener nunca su movimiento, de arriba hacia abajo, de un lado hacia otro...
-Precisamente, Señor -gimió el mar-. ¡Me mareo!
¡Hasta mañana!...