Deportes Mundial 2026. Lucas Ocampos partido futbol fan

La Columna de Brizio

ARTURO BRIZIO CARTER

La controversia es algo consustancial al futbol y entre mayor es la rivalidad, ésta surge con fuerza devoradora. Para botón de muestra está lo sucedido en la gran final del campeonato mexicano que enfrentó no sólo a dos grandes instituciones, sino a dos ciudades pujantes y esforzadas, poseedoras de aficiones leales y entregadas.

De un lado, la franquicia más exitosa en los últimos dos años, donde de cuatro torneos, en tres ha llegado a la final el Santos de la Comarca Lagunera; del otro, un equipo que se ha construido con base en inversiones millonarias pero que ahora parece haberlo hecho con sentido, jugando el mejor futbol durante este año que agoniza y que responde al nombre de Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

Santos dejó hace mucho de ser un equipo chico. Sus extraordinarias campañas así lo avalan y el hecho de contar en la actualidad con uno de los inmuebles más bellos del balompié nacional. Además cuenta con una directiva que aglutina juventud y experiencia, logrando conectar en forma masiva con el "respetable" de toda La Laguna.

Tigres llevaba la friolera de 29 años sin ser campeón, incluidas un par de finales perdidas en casa ante su verdugo particular, el Pachuca, y la gente llegó a creer que era víctima de una especie de maldición, habida cuenta de los éxitos recientes de Rayados, su acérrimo rival y coterráneo.

Los 180 minutos del partido grande resultaron sumamente intensos, destacando el conjunto adquirido por los regios y la garra de los guerreros verdes que jugaron el 80% del tiempo en inferioridad numérica. La moneda estuvo en el aire y quizá la expulsión de Juan Pablo Rodríguez en el juego de ida fue lo que inclinó la balanza en forma definitiva.

El arbitraje jugó un papel fundamental, ya que Marco Antonio Rodríguez botó de la cancha a Oswaldo Sánchez muy temprano en el partido. Habrá quien crea que exageró, aunque pienso que aplicó correctamente el reglamento al tratarse de una entrada temeraria, imprudente y realizada con fuerza desmedida.

A partir de ahí se vio que Santos, pese a su bravura y mística de lucha, tendría que fabricar un verdadero milagro para alzarse con la copa y el gol de Oribe Peralta les permitió soñar, sin embargo, para la segunda parte los felinos fueron a fondo y Miguel Becerra colaboró en dos tantos para que los pupilos de Ricardo Ferreti arañaran la gloria.

Cuando "Chiquimarco" dio el silbatazo final, la comunión de público y equipo hizo enchinar la piel al más frío, otorgando un marco sin igual a esta ansiada coronación.

Particularmente, viví ambos lados de la pasión: El domingo pasado en La Jugada externé que le iba al Santos. Al llegar al estadio en Monterrey, la gente me lo reclamaba constantemente. Tras el final del juego, muchos amigos laguneros, según me cuenta mi hermano Ricardo Barroso, andan "sentidos" por mi opinión del arbitraje. Ni modo, así es la pasión.

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