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Más Allá de las Palabras / Cuenta tus bendiciones

Jacobo Zarzar Gidi

Durante las horas más difíciles de la vida, cuando todo parece salirnos mal, cuando la felicidad se aleja de nuestro lado y nos sentimos terriblemente solos, en esos instantes, contemos nuestras bendiciones. En efecto, por las mañanas, cuando los primeros rayos de luz se asomen a nuestra ventana, hagamos un recuento en silencio de las bendiciones recibidas y reconozcamos con humildad que son muchas más de las que merecemos.

Tener hijos es una bendición, tener buenos hijos es una bendición mayor. Tener padres y gozar de su presencia, escuchando sus consejos y amándolos, también lo es. Los que conservan en su corazón un baúl de sentimientos y saben perdonar, desechando la tentación de acudir al odio, al resentimiento y a la venganza, pueden añadir una bendición más a su persona.

Los que tienen esperanza y también paciencia, a pesar de lo desesperante de la vida, los que gozan de salud, los que edifican y conservan un hogar, los que tienen fe sin haber visto y destellos de alegría sin haber triunfado, todos ellos son poseedores de bendiciones que debemos sumar. En un principio las bendiciones llegan solas y no las tomamos en cuenta, no las valoramos porque fueron gratuitas. Sin embargo, conforme transcurre el tiempo y dejamos atrás la autosuficiencia, la soberbia y la vanidad, vamos reconociendo poco a poco que alguien nos las ha enviado y con ello nos aligera el peso de la cruz.

El tener un amigo verdadero es sin lugar a dudas un don de Dios y por lo tanto una bendición. Me refiero al amigo sincero que se encuentra dispuesto a sanar las heridas y aliviar las cargas que se tengan, a mantenerse muy cerca de los triunfos y también de los fracasos, a participar de sus alegrías y también de sus tristezas.

Dichoso el que tiene recuerdos y sabe traerlos con oportunidad al presente para que le ayuden a salir de las depresiones habituales. Igualmente lo son aquéllos que tejen y planean con entusiasmo el futuro, reconociendo que no todo lo que hagan, habrá de salirles bien.

La gente que tiene trabajo ha recibido también una bendición de Dios, y mayor será si lo gozan y les agrada lo que hacen.

Dichoso el que busca y finalmente encuentra a Dios, porque son muchos los que no tienen ese impulso y pierden sus horas en cosas inútiles que no tienen trascendencia espiritual. Es bueno reconocer que a Dios lo encontramos en la inocencia de los niños, en las arrugas del anciano, en el dolor del enfermo, en ese lejano arco iris que muy pocas veces disfrutamos, en la fuerza del viento, en la lluvia que refresca y también en los movimientos misteriosos de la Tierra. Lo encontramos en el color y en el aroma de las flores, en la savia de las plantas y en las raíces de los árboles, en el trigo que se vuelve pan y en el agua que brota de las peñas. En todas partes y a todas horas lo podemos ver, porque únicamente desaparece para aquéllos que no creen en Él.

En los últimos días, son muchas las personas que han fallecido, y nosotros seguimos aquí sin tener una explicación para ello. ¡Misterio de misterios que no comprendemos! ¿Por qué seguimos teniendo vida, mientras otros la han perdido? Todo ello es motivo de profunda reflexión que sirve para corregir errores y enderezar senderos. La verdad es que algo se espera de nosotros y no lo queremos reconocer. Somos tibios y muchas veces indiferentes.

Todos los días, al levantarnos, deberíamos preguntar al Señor de la Vida ¿qué es lo que desea de nosotros? Deberíamos decirle que ya no queremos continuar con esa terrible frialdad de nuestra parte, con esa indiferencia que se asemeja a darle una bofetada a Jesucristo. Porque muchas veces Él espera de nosotros que nos liberemos de las cadenas del alcoholismo y de la drogadicción, o tal vez que dejemos atrás esa situación irregular que destruye nuestro matrimonio, o posiblemente que cortemos de raíz ese egoísmo que no nos permite avanzar. La verdad es que es mucho lo que podemos hacer antes de ser llamados...

Contar las bendiciones nos permite darnos cuenta que somos ricos como lo son esas aves del campo a las cuales nada les falta. No podemos pasar por alto que también es una gran bendición poder olvidar las cosas malas que nos mortifican. Si las acumuláramos en el cerebro, posiblemente moriríamos de tristeza. Es importante reconocer que es una bendición muy grande aprender a perdonarnos a nosotros mismos. Muchas veces perdonamos a otros, pero somos muy duros con nuestra propia persona y estamos dispuestos a castigarnos severamente hasta el último instante de nuestros días.

Recibir a los nietos en casa es también una bendición. Salir con ellos al jardín y platicarles la historia de los bisabuelos, hablarles de las plantas, de las semillas cuando germinan en la tierra, del viento que tocamos con los dedos y del cielo que se abre ante nosotros como una promesa posible de alcanzar, es algo irrepetible que se nos presenta muy pocas veces en la vida.

Enseñarles a rezar, a leer, y a escribir, es ingresar a un mundo maravilloso que no podemos desperdiciar. Contemos diariamente los favores recibidos, formando con ellos un rosario de estrellas y destaquemos la importancia que tiene la mayor de las bendiciones. Me refiero al don de la vida que debemos aprovechar minuto a minuto encauzándolo a conseguir la paz espiritual, que con el poder de la oración nos acercará cada vez más a Dios Nuestro Señor.

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