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Robo de la propiedad intelectual

Juan de la Borbolla

L a piratería en el mundo contemporáneo ya no sólo ostenta en flotas británica u holandesa la temible bandera negra con la calavera para atacar a las flotas española y portuguesa y hacerse con violencia de las mercaderías que transportaban desde Goa, Filipinas o la Nueva España en su camino hacia la península; sino que se ha aposentado en los tianguis de nuestro país y de céntricas calles de las grandes ciudades, e incluso en los hogares de personas decentes, que sin embargo no tienen empacho en comprar mercancías “pirata” con tal de ahorrarse algunos pesos, sin tomar en cuenta su dudosa procedencia.

En colaboración editorial reciente comentábamos acerca de algunos de los efectos que esta práctica fraudulenta de la industria y comercio informal, traen consigo en los ámbitos de la productividad, creación de empleos, seguridad de la inversión nacional o extranjera, la seguridad pública por efecto de fomento a la delincuencia que también puede promover, así como la falta de controles que promueve en el tema de la justicia tributaria, por citar sólo algunos de los enormes problemas sociales que conlleva.

Hoy quisiera centrar el comentario en otro problema mayúsculo, para el presente y futuro del desarrollo de sociedades que trae consigo la proliferación de esta mentalidad “pirata”: la devaluación de ese intangible de desarrollo personal y colectivo típico del mundo desarrollado en estos comienzos del tercer milenio cual es la Propiedad Intelectual.

La justa retribución que debe hacerse al investigador, al innovador tecnológico, al autor de obras editoriales, literarias o musicales, al artista y al intérprete, al productor artístico o financiero de obras científicas y culturales se ve afectada por el pragmatismo del corto plazo con que reaccionan esos convenencieros y corruptos falsificadores y los no menos co(i)rresponsables compradores, con lo que sufren en su bolsillo y en su motivación los efectos de esta plaga de nuestro tiempo tan perjudicial como la sufrida por el comercio trasatlántico en tiempo de los bucaneros y de los corsarios.

Los países que están combatiendo con todo rigor la moderna piratería, no sólo imponen fuertes sanciones a quienes se atrevan a cometer fraudes o plagios en el ámbito de la propiedad intelectual, las patentes y las marcas comerciales, sino además retribuir con plena justicia a autores, compositores, editores, inventores, académicos, diseñadores y artistas.

Esos países son los que en esta era de los intangibles valiosos por la aportación del conocimiento, del servicio y de la información alcanzan un desarrollo social, político y económico superior.

En cambio los países que escatiman el justo pago al talento creativo e innovador, con gobiernos que se hacen de la vista gorda ante esta moderna forma de delincuencia organizada y ciudadanos que por ahorrarse unas monedas caen en su juego, se mantienen en situación permanente de subdesarrollo económico y social y a fin de cuentas de dependencia científica, cultural y económica de esos grandes centros generadores del conocimiento, simple y sencillamente porque valoran y promueven económicamente esa gestión del conocimiento, no cayendo en los espejismos efímeros que plantea la trampa, la copia, el plagio, la simulación: en una palabra la piratería moderna que no roba en medio del océano, sino en el seno de las empresas verdaderamente productivas o al autor o inventor no protegido jurídica y socialmente.

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