SUN-AEE
MÉXICO, D. F.- La luz es el eterno símbolo de la vida, es la representación del bien en contra del mal-oscuridad, de la verdad contra la falsedad, de la sabiduría contra la ignorancia y de la esperanza contra la desesperación. Todo descubrimiento es una iluminación y toda revelación es una visión de luz.
En todas las religiones, el ser supremo es identificado con la luz. Por eso, antiguamente en muchas culturas se veneraba al sol como la representación del ser supremo.
En la iconografía cristiana, por ejemplo, los santos resplandecen con un halo de luz; lo mismo sucede en el Islam, cuyos profetas son representados emanando luz de sus rostros; en el Antiguo Testamento se dice que cuando Moisés recibió las tablas de la ley, vio una zarza ardiente, y cuando descendió, su faz resplandecía con un extraño fulgor; en la mitología griega, Prometeo robó el fuego de los dioses para entregárselo a los hombres.
La sagrada lámpara en el templo de Jerusalén y el fuego en el Partenón de Atenas, así como en el templo de Vesta en Roma, estaban siempre encendidos, pues de lo contrario sobrevenían tragedias terribles a estas naciones.
El culto a la luz ha estado presente en las más importantes culturas de la historia, y en todas tenía el mismo significado. Cuando el hombre primitivo encendía una fogata no era sólo para ahuyentar a las fieras, sino también a los espíritus. Las velas colocadas alrededor del féretro iluminan el alma del difunto en su camino hacia la eternidad.
El uso de las velas ha sido escencial en diversos ritos mágicos y religiosos. Un uso común, actualmente se da en la Iglesia Católica, cuando se enciende el cirio pascual con un propósito o deseo y se mantiene encendido hasta obtener respuesta.
Encender una vela es un acto de fe en el que está viva la llama, mientras esperamos respuesta y mantenemos nuestro deseo vivo, mientras sabemos que la llama está encendida.
Ésta representa nuestra intención deseada y permanece así evitando distraernos de nuestro propósito principal.
