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De Política y Cosas Peores

Por Armando Camorra

La Historia no sirve para nada. Permítanme mis cuatro lectores atemperar esa declaración: para propósitos de ética -y todo debería encaminarse a ese propósito- la Historia sirve lo mismo que la radiestesia, la estenografía o el cálculo infinitesimal. "Historia magistra vitae", dijo Cicerón. La Historia es la maestra de la vida. Mala maestra fue, o pésima discípula la vida, pues nunca los hombres aprovechan las lecciones de los pasados tiempos. Si la Historia fuera en verdad maestra de vida no habría ya guerras ni injusticias, habrían desaparecido los fanatismos y las intolerancias, y el león y el cordero yacerían juntos, aunque -como dice Woody Allen- el cordero no pegara los ojos en toda la noche. Digo esto pensando en el destino que aguarda a Saddam Hussein. Lo más probable es que Bush tenga ya decretada la pena de muerte para él. Es texano el mandatario yanqui, y por tanto mira con naturalidad la pena capital. Texas es quizá la región del planeta -incluidos los países de religiones fundamentalistas- donde con más frecuencia se aplica ese castigo irreparable, sin consideración alguna a la clemencia o al sentido de humanidad. Si Hussein es juzgado por un tribunal iraquí, seguramente los jueces acatarán la consigna que dicten los norteamericanos. La única esperanza para el tirano caído es ser juzgado por una corte internacional. Si no, la venganza tomará el lugar de la justicia, y los intereses norteamericanos prevalecerán sobre cualquier otra consideración. Hago una comparación traída de los cabellos. Maximiliano de Habsburgo, espléndido ser humano, fue fusilado en el Cerro de las Campanas porque así convenía al interés de Estados Unidos. Había que sentar un escarmiento a fin de que ninguna potencia europea volviera a alentar la pretensión de plantar sus banderas en América. La Doctrina Monroe: América para los americanos. Es decir, para los norteamericanos. En el caso de Iraq la muerte de Hussein favorecería el dominio estadounidense en la región, por el temor que ese tremendo castigo suscitaría en otros líderes de los países árabes. No habría ya quien se opusiera a las exigencias de los yanquis: podría ser acusado de tener en su país armas secretas. Aciaga suerte, de seguro, espera al otrora poderosísimo iraquí. En medio de tanta oscuridad brilla como una luz de humanidad la figura de Kofi Annan, el secretario general de la ONU: "Siempre me he opuesto a la pena de muerte -dijo ese hombre excepcional- y no voy a cambiar ahora mi punto de vista". Castigo riguroso merece, sí, Hussein. Es un infame criminal. Su ejecución, sin embargo, más parecería acción política que acto justiciero. Debe juzgarlo un tribunal internacional, y debe tener oportunidad de defenderse. Para asegurar la equidad del juicio los Estados Unidos han de salir de Iraq y dejar a la ONU y a la OTAN las tareas de pacificación de ese pobre país hasta lograr su vuelta a la normalidad conforme a la voluntad de los propios iraquíes, no de los ocupantes militares. Pero seguramente mis palabras caerán en el vacío: plonk. Y otra vez habré predicado en el desierto... Catetina, muchacha lugareña, fue con un ginecólogo de la ciudad. "-Doctor -le cuenta apesarada-, ya llevo un año y medio de casada, y no he tenido un hijo". "-Eso puede tener solución -dice el galeno disponiéndose a examinarla-. Desvístase y acuéstese en la mesa". "-Como usté mande, doctorcito -responde Catetina al tiempo que empezaba a desatar las cintas del corpiño-. Pero, la verdá, me gustaría que el hijo fuera de mi esposo"... FIN.

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