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La fascinación por las teorías de la conspiración

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La fascinación por las teorías de la conspiración

La fascinación por las teorías de la conspiración

Antonio Álvarez Mesta

Las teorías de la conspiración tienen millones de apasionados seguidores. Esto se debe en gran parte a que lo misterioso es atractivo. Y esa fascinación por lo misterioso provoca que el sentido común y la capacidad reflexiva sucumban, que la inteligencia se eclipse y la razón se obnubile. Así, se acaba por aceptar las peores patrañas.

Muchos creen que el gobierno de George Walker Bush es el autor del ataque al World Trade Center que ocasionó millares de muertes y pánico mundial. Afirman que con el atentado del 11 de septiembre de 2001 Bush obtuvo el mejor pretexto para emprender una guerra que detonara el patriotismo ramplón de los estadounidenses y que reactivara la economía permitiéndole su reelección como presidente. Falsedades ya demostradas en que incurrió su administración parecieran darle la razón a quienes ven a baby Bush como el artífice de la demolición de las torres gemelas.

En México son mayoría los que aseguran que Carlos Salinas de Gortari ordenó el asesinato de Luis Donaldo Colosio. Persistirán en esa convicción porque resulta muy cómodo convertir a un político detestable en el autor de los peores males de la nación. Aunque un análisis somero revelaría que el homicidio del candidato del PRI no sólo no benefició a Salinas sino que además contribuyó a su irreversible desprestigio y a que tuviera que vivir durante años en el ostracismo, es poco probable que se deje de verlo como el autor intelectual de aquel crimen. La sentencia popular ha sido dictada y no hay vuelta de hoja. Salinas seguirá siendo el villano favorito de los mexicanos por mucho tiempo.

Si ante la opinión pública individuos como Bush y Salinas son idóneos para atribuirles pérfidas conspiraciones existen grupos a los que se les ve como conspiradores por naturaleza.

Por ejemplo, en la Europa medieval multitudes ignorantes manipuladas por ambiciosos señores feudales y mezquinos jerarcas eclesiásticos agredieron y despojaron de sus propiedades a judíos porque se les hizo creer que éstos habían asesinado al hijo de Dios. Sentían que al atacar a judíos vengaban la muerte de Jesucristo. Siglos después el antisemitismo se trató de justificar con ridículos panfletos como Los protocolos de los sabios de Sión, El judío internacional y Mi lucha que denunciaban supuestas conspiraciones judías. Tras el holocausto de la Segunda Guerra Mundial que ocasionó la muerte a seis millones de judíos, el antisemitismo lejos de desaparecer se arraigó con fuerza y puede decirse que el hecho de que una persona sea judía la convierte automáticamente ante los ojos de otros en avariciosa, mendaz y perversa. Ahora se habla incluso de un complot judeomasónico y comunista que pretende acabar con la democracia y con los valores de la cristiandad.

Particularmente dañina es la teoría de la conspiración que asegura que ambientalistas y ecólogos sin escrúpulos han difundido la supuesta patraña del calentamiento global. En el colmo de la contradicción los propugnadores de esta ridícula teoría por una parte sostienen que se trata de una medida de los enemigos de la civilización occidental y por la otra aseveran que es el propio gobierno estadounidense quien difunde la idea del calentamiento global para enmascarar sus pruebas con armas biológicas. Por desgracia es tanta la credulidad de las masas que acaban por creer que el calentamiento global es una mentira y que por lo tanto no es necesario emprender acciones para frenarlo.

Asimismo, la criminalidad que agobia a nuestra sociedad ha provocado que algunos anhelen un gobierno de mano dura que restaure a cualquier costo el orden. Ven a los defensores de los derechos humanos como gente que trabaja para quienes conspiran contra la nación y por eso quisieran acabar con ellos. Quienes procuran que se respeten las garantías individuales son ya vistos como enemigos.

Las teorías de la conspiración no son pasatiempos inocentes como podría suponerse. Bien se ve que su admisión no sólo va contra la inteligencia sino que a menudo pone en peligro a la vida y la integridad de las personas.

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