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Revoluciones en Egipto y Túnez

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Revoluciones en Egipto y Túnez

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Sergio Sarmiento

Nunca nadie ha sido capaz de prever una revolución antes de que tenga lugar. Tampoco nadie ha podido pronosticar su derrotero una vez que estalla.

Este pasado 11 de febrero Hosni Mubarak aceptó lo inevitable y anunció su renuncia a la presidencia de Egipto después de 30 años en el poder. Las multitudes que durante 18 días se habían reunido cotidianamente en la plaza Tahrir de El Cairo estallaron en júbilo en el momento en que se dio a conocer la información.

La revolución de Egipto es la segunda que en un tiempo muy breve ha afectado a un país árabe del norte de África. Túnez, la nación más pequeña del Mediterráneo árabe, derrocó al presidente Zinadine Ben Alí el 14 de enero. Menos de un mes después el mandatario del mayor país del norte de África caía tras una rebelión popular.

Muchos comentarios ignorantes se han ofrecido sobre lo sucedido. El propio vicepresidente de los Estados Unidos, Joseph Biden, comentó minutos después de la caída de Mubarak que los ciudadanos de Túnez y Egipto se habían rebelado contra regímenes que habían permitido el estancamiento de la economía. La verdad es mucho más compleja. Fuera de los países petroleros, Túnez era una de las naciones de África o del Medio Oriente con mayor ingreso per cápita. La economía de Egipto, por otra parte, había registrado un verdadero milagro económico en los primeros años del siglo XXI al registrar un crecimiento de seis por ciento al año. Las cifras de desigualdad en Egipto, por otra parte, son inferiores a los de muchos países del mundo, entre ellos México, pero también de muchas naciones desarrolladas, como Australia o Nueva Zelanda.

El elemento que parece haber provocado las revoluciones de Túnez y Egipto tiene más que ver con la permanencia en el poder durante años de gobernantes impopulares y antidemocráticos que con problemas económicos. Otro de los factores es la relativa apertura de los dos países a las nuevas tecnologías. A pesar de que ambos gobiernos mantenían férreas censuras en la televisión, la radio y los periódicos, Internet y las redes sociales estaban abiertos. Estas nuevas formas de comunicación desempeñaron un papel crucial en las revueltas. Durante unos días, el gobierno de Mubarak clausuró los servicios de Internet, pero la economía egipcia, bastante moderna y diversificada, no podía ya sobrevivir sin ellos. Los nuevos teléfonos celulares, convertidos cada vez más en poderosas computadoras y medios de comunicación, se encargaron de transmitir la información que llevaría a la caída de los dos gobiernos.

Falta mucho para saber cuál será realmente el resultado de estas revoluciones. Son pocos los ejemplos del mundo en que este tipo de movimientos populares han abierto las puertas a gobiernos abiertos y democráticos. La revolución francesa llevó a la dictadura de Napoleón Bonaparte, la mexicana al régimen de partido único del PRI, la rusa a Stalin, la china a Mao y la iraní a Jomeini.

Las cosas podrían ser distintas esta vez. Hay un ánimo de libertades en Túnez y en Egipto. Pero la experiencia histórica es hasta ahora negativa.

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