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Los 'buitres' de Juárez

Uno de tantos. El asesinato de una persona en Ciudad Juárez provoca una movilización de policías en una escena que en el último año se repite un promedio de 7 veces al día.  FOTOS CORTESÍA DEL DIARIO DE JUÁREZ

Uno de tantos. El asesinato de una persona en Ciudad Juárez provoca una movilización de policías en una escena que en el último año se repite un promedio de 7 veces al día. FOTOS CORTESÍA DEL DIARIO DE JUÁREZ

ENTRE NATURALES Y 'AUTOPSIADOS'

Cuatro buitres observan atentos el cadáver de un joven asesinado. Mezclados entre los mirones toman nota, se cuchichean frases en clave. Acechan a sus presas: una rubia que llora a gritos al ver el auto rojo rafagueado y el esposo que la abraza con fuerza para que no enfrente a los soldados que cierran el paso al lugar donde se desangra su hijo.

Los carroñeros siguen expectantes.

De pronto, en un movimiento arriesgado, el buitre más hábil se adelanta a los demás y se cuela en la escena entre los deudos; charla con un familiar lejano del difunto, comenta algo con el primo. Enseguida se desliza junto al padre del joven acribillado, le extiende la mano, se presenta: "Funerales Ríos está para servirles", dice mientras le da una tarjeta de presentación decorada con una cruz.

Aprovecha los segundos que el señor tarda en reaccionar para arrancarle la promesa de reencontrarse dos horas después en Averiguaciones Previas, donde -le informa- hay que identificar el cadáver. Allá intentará cerrar el trato para que su funeraria preste los últimos servicios al joven y para que él pueda ganar una comisión por la venta.

Muchos buitres, como él, viven de la desgracia ajena. Ahora mismo alguno sigue una ambulancia que transporta a un rafagueado, otro apura trámites en la morgue, hace guardia en la Unidad de Homicidios de la Procuraduría de Justicia del Estado o maneja una carroza.

Estas aves carroñeras y de mal agüero se han multiplicado en Ciudad Juárez al mismo ritmo que los sicarios, que han convertido esta ciudad en la Bagdad latinoamericana, la más mortífera del planeta: 191 asesinatos por cada 100 mil habitantes.

Desde que dos cárteles disputan a muerte el dominio de esta ciudad-traspatio de Estados Unidos para asegurarse las ganancias del tráfico de drogas, sus calles se han convertido en el escenario de un juego de Nintendo en el que hombres ametrallados aparecen, disparan y matan. Y cuando parece que nadie queda vivo surgen siempre sustitutos de los caídos, en una trama que se alarga de forma interminable.

Juárez provee a los agentes funerarios tantos clientes como si los surtieran sobre pedido. De ahí que muchos, como Antonio Ibarra, hayan encontrado en la muerte la forma de ganarse la vida.

"Fíjese bien, ponga atención: todos los que estamos aquí somos agentes funerarios, los llamados buitres; ésa es la palabra que usa la gente porque estamos aquí como buitres, acechando a la presa, buscando clientes", explica Toño Ibarra, hombre delgado de 48 años, cara afilada y movimientos felinos, quien representa a varias empresas del ramo.

Está afuera de la Procuraduría de Justicia, la Procu, un edificio de cristal donde se amontonan los delitos pendientes de resolverse en esta ciudad en que los homicidios compiten con las extorsiones, los secuestros, los robos o los incendios a negocios.

Aquí cumple con su trabajo todos los días a partir de las nueve de la mañana, con la misma rutina: cuando sospecha que alguien entrará a reclamar un cadáver se le empareja para instruirlo sobre los papeles que necesita. Si el doliente se mantiene atento, le ofrecerá sus servicios de "coyote" para sortear la burocracia y "rescatar" a su familiar de la morgue, para luego embalsamarlo y velarlo hasta entregarlo a su reposo final.

La explicación parece sencilla, pero tiene su arte: Ibarra puede atajar a decenas de personas que llegan a identificar a alguien, pero muchas, al caer en la cuenta de que quien los asesora vive de la desgracia ajena, lo corren con la misma urgencia del que quiere espantar a la muerte. Otras veces los acompañantes de los dolientes no lo dejan ni acercarse a dar el pésame.

"En este negocio hay que echar afuera el sentimentalismo y buscar la manera de hacer el trabajo. Hay gente que se molesta cuando llega uno a platicar con ellos, aunque los peores de todos, los habladores, son los vecinos, los ayudantes que 'ni vela tienen en el entierro'; esos ingratos nos corren porque ni saben, nos ven mal, pero alguien tiene que hacer este trabajo y, desgraciadamente, al final del día las familias siempre nos lo agradecen."

De entre la fauna de policías, abogados, familiares de víctimas y de delincuentes, vendedores de burritos y sodas, periodistas, "coyotes" y gente sin oficio que comúnmente acuden a la Procu juarense, el buitrerío se distingue por que se estaciona junto a la jardinera donde unas mujeres plantaron unas cruces rosas como recordatorio de que cientos de mujeres asesinadas o desaparecidas (las llamadas "Muertas de Juárez") esperan justicia.

Los carroñeros visten de negro o gris oscuro, como preparados siempre para el funeral del que se enteraron antes -incluso- que el difunto. Otro rasgo común es su mirada de fisonomista, capaz de detectar la mueca trabada a punto de convertirse en puchero o el ojo enrojecido por la velada en llanto que distingue a quienes entran a la Procu a reconocer un cadáver de los que acuden a denunciar un robo.

Se les reconoce también por sus peculiares conversaciones.

-¿Y esos zapatos son nuevos?

-Of course.

-Seguro se los quitaste a un 3-9.

La insinuación de haber robado algo a un difunto, de tan común, no causa gracia.

-Anoche estuvo calmado, nomás hubo seis eventos.

-A mí me llegó nomás un naturalito, ningún "autopsiado".

Presumido, Ibarra dice que su oficio es el de "Agente funerario completo", lo que significa que en 25 años escaló todos los peldaños de esa industria: ya barrió pisos y lavó carrozas, es experto vendedor de paquetes para el retiro eterno, sabe arreglar cadáveres y está listo para hacerse cargo de una gerencia.

 NEGOCIO GENEROSO

Segundo piso. Unidad de Delitos contra la Vida, de la Procuraduría de Justicia. A través de uno de los cubículos de cristal se ve a una familia volcada sobre una computadora que exhibe fotografías de los últimos caídos en Juárez. Casi todos varones, jóvenes de 20 a 35 años, algunos tan desfigurados que serán identificados por el color de la camisa o el diente postizo.

Oficialmente, los agentes funerarios trabajan en horario de burócrata (hasta las dos de la tarde), pero como la muerte no checa tarjeta, pasan el resto del día en las escenas del crimen, siguiéndole las huellas.

El trabajo es sufrido, pero el negocio generoso. A partir de 2008, Juárez se convirtió en maquiladora nacional de muertos, en el principal botadero de cadáveres: solita aporta una quinta parte de las "bajas" en esta guerra contra las drogas.

Son tantos los muertos, que en cuanto el servicio forense levanta los cadáveres la gente limpia con naturalidad, a manguerazos, las banquetas para despegar sesos y vísceras del último "ejecutado" del último "evento".

El exceso de cuerpos ha provocado embotellamientos en la morgue que, en 2008, se colapsó cuatro veces por sobrecupo de cadáveres.

Los mejores días para el gremio de Ibarra son los que en un solo "evento" captan 18 clientes (como ocurrió en una de las masacres en centros de rehabilitación). Aunque el récord fue de 21 (en uno de los motines en la penitenciaría), más los acumulados del día.

Tanta muerte dio vida a esta industria, la más próspera del momento, en la que pocos ganan y la ciudad entera pierde.

"Antes un evento de éstos era cada cuatro o cinco años; ahora es diario, y aquí todos agarramos chamba. A veces agarro cuatro en un día y lo máximo, máximo, unos 10 a la semana", dice Ibarra, quien de pronto advierte que es de mal gusto entusiasmarse con el negocio e improvisa un monólogo sobre los problemas del oficio.

"Ha habido más trabajo, sí, pero también han abierto más empresas"; dice ahora con gesto sufrido. "Al principio había 25 funerarias y ahora son como 44, aunque algunas han cerrado porque les han pegado con las cuotas que les piden por la extorsión. También afecta que luego los sicarios se meten al velorio".

Mientras habla, detrás de él se arma un zafarrancho: el buitre mejor vestido para velorio le da un zape a otro que se creía con derechos sobre el mismo difunto. Están a punto de irse a los golpes. Se reclaman haberse metido a una colonia ya reservada.

Viene un empujón, más insultos. Todo acaba con la finta de un puñetazo que entre todos frenan. "Y eso no es nada; se pone peor cuando se juntan eventos", dice Ibarra divertido.

 EN MEDIO DE LA DESGRACIA

Ubicación: esquina de las calles Oro y Mauricio Corredor, colonia Barrio Alto. Hora: 13:40. Nombre del finado: Lorenzo. Edad: veintipocos. Situación: rafagueado.

-¿Por qué lo mataron? No es un muchacho malo. ¿Por qué?...Déjenme, yo lo quiero ver, lo quiero ver. ¿Está herido? -grita una mujer que bajó apurada de un carro en movimiento.

-Ya, Rosa; no nos dejan verlo -le dice su esposo. Los soldados cierran el paso.

-¡Malditos! ¿Por qué lo mataron? ¡No era malo... mi niño no era malo!

-La justicia de Dios es la que actuará -interviene una vecina metiche que adivina la sed de sangre en los ojos del frustrado vengador.

Ibarra analiza la situación: "En eventos como éste, conviene esperar porque la gente no está calmada. Ahorita si se acerca uno lo mandan a la chin..., todavía están sacados de onda".

Vuela entonces presto con sus pares a otro "evento" que se empalmó, en una colonia lejana donde la muerte ya anduvo husmeando.

"Nuestro trabajo consiste en ser los primeros en llegar. Esto es así, de buitre, de estar a la espera de que llegue la persona indicada en el momento indicado", explica Ibarra en su papel de maestro de la desgracia.

La última vez que vi a Ibarra iba en un carro destartalado, apretujado entre otros buitres que se dirigían apurados a una ejecución múltiple o, como ellos le dicen, "a una película con movimiento".

Quien lo busque lo puede encontrar por las mañanas, haciendo guardia afuera de la Procu, junto a la jardinera de las cruces rosas, o por las tardes, entre los metiches que observan un crimen.

Es aquel que se adelanta a la competencia para ofrecer los servicios póstumos, y el que sin pudor admite que con la muerte se gana la vida.

 CRISTAL BARRIENTOS

 EL SIGLO DE TORREÓN

En abril de 2008, la periodista Marcela Turati se enfrentó por primera vez con los testimonios que la muerte dejaba a su paso. Cubría una asignación especial en Ciudad Juárez cuando un comando armado desató una balacera en Villa Ahumada.

En los periódicos sólo encontró notas sobre el número de muertos, de casquillos, de sicarios.

Nadie dijo que ese día el comando armado recorrió casa por casa, sembrando el terror entre la población, que una quinceañera no paraba de llorar en su fiesta, mientras los músicos gritaban a los asistentes que no salieran del salón porque afuera estaban matando gente.

Esa fue la primera historia de miedo que Marcela Turati escribió en su cuaderno de notas. No imaginaba que después contaría por decenas los testimonios de los sobrevivientes de la guerra contra el narcotráfico.

En su libro, "Fuego Cruzado, Las víctimas atrapadas en la guerra del narco" (Grijalbo) la periodista le da voz a los niños que se quedaron sin un padre, un hermano o un abuelo. También a las esposas que de un día para otro perdieron a sus esposos, padres, hijos o hermanos.

Antes de que su cuaderno se llenara de testimonios de sobrevivientes, Turati se especializaba en temas de pobreza, política y movimientos sociales, derechos humanos, catástrofes naturales, pero ahora también escribe sobre familias atrapadas por el luto y el miedo.

"Siento que ya habló mucho el gobierno, y los narcos también lo hacen a través de sus mantas para propagar más miedo; me parecía que en la discusión hacía falta la voz de las víctimas, las principales afectadas por esta guerra", dice.

"Nos estamos quedando sólo en el ejecutómetro, en hablar de los muertos como si fueran cifras; vamos al velorio y se publica la foto y la nota de la señora llorando.

"Pero falta saber qué pasa en una familia donde ha ocurrido una pérdida; qué pasa en una comunidad que sobrevivió a una masacre; cómo está una familia que busca a un desaparecido; y cómo se vive el miedo en zonas donde la gente tuvo que huir, convirtiéndose en pueblos fantasmas".

Turati cuenta que al elaborar los reportajes "me encontré con familias enteras en espasmo, con la vida empantanada".

Relata las consecuencias: "Si mataron al esposo, pasa que los sobrevivientes se quedan en la indigencia total; a las mujeres les cuesta mucho trabajo sobreponerse, se deprimen y no atienden a sus hijos, por eso los niños se sienten doblemente huérfanos.

"Los niños se quedan sin dinero para estudiar, y ya no les interesa ir a la escuela. No hay quién les cuide ni tienen con quién platicar porque en la escuela les hacen el feo porque tal vez era hijo de un narco. Los pequeños entran en un período de depresión, de ira, y es importante ayudarlos porque si no lo van a incubar por años, y tal vez eso provocará otra ola de violencia".

Espera. Familiares de víctimas esperan para hacer trámites en las oficinas de la Procuraduría de Justicia, frente a una presentación del nuevo sistema de justicia penal de Chihuahua.  FOTOS CORTESÍA DEL DIARIO DE JUÁREZ
Espera. Familiares de víctimas esperan para hacer trámites en las oficinas de la Procuraduría de Justicia, frente a una presentación del nuevo sistema de justicia penal de Chihuahua. FOTOS CORTESÍA DEL DIARIO DE JUÁREZ

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