"Casi por definición, todas las plantas de cultivo son genéticamente modificadas."
Matt Riddley
Debe reconocerse el valor del secretario de Agricultura, Francisco Mayorga, de traer nuevamente a colación un tema que no es políticamente correcto y que genera críticas difamatorias. "Hay que replantear -dijo-- el uso del maíz transgénico en la zona norte del país, donde no hay coexistencia con maíces silvestres." Esto es particularmente importante en un momento en que las heladas han destruido cosechas equivalentes a más de dos millones de toneladas en Sinaloa y en que Tamaulipas podría convertirse en un gran productor alterno de maíz con semillas transgénicas que permitieran eliminar las alfatoxinas generadas por hongos.
Para los grupos conservadores que se oponen a la utilización de maíz transgénico en México, sin embargo, la negativa es un dogma. Este producto debe seguir prohibido porque cultivarlo es un pecado, poco importa lo que diga la ciencia.
El británico Matt Ridley, zoólogo y autor de libros como The Red Queen: Sex and the Evolution of Human Nature y The Rational Optimist, subraya en este último libro que después del consumo de más de un billón (un millón de millones) de comidas "no hay un solo caso de una enfermedad humana causada por alimentos genéticamente modificados". Ante el argumento de que no es natural que los genes crucen la barrera de las especies, apunta que el trigo, el mayor cultivo del mundo, es una mezcla poliploide no natural de tres plantas silvestres.
Ante la caída de sus primeros argumentos contra el uso de transgénicos, los fundamentalistas han asumido en países como México la posición de que debe mantenerse la prohibición contra el maíz transgénico porque éste puede desplazar al maíz criollo puro que es la base de nuestra cultura. Prefieren cerrar los ojos ante el hecho de que el teosinte, el maíz original de nuestra tierra, de mazorcas diminutas, tiene poco que ver con el que actualmente cultivamos y consumimos. El maíz ha sufrido fuertes transformaciones genéticas a manos de los agricultores a lo largo de los siglos.
No hay razón por la cual deba mantenerse en México la prohibición al cultivo de maíces genéticamente modificados. Estos productos no sólo no son dañinos a la salud sino que, por el contrario, permiten la reducción de pesticidas, combaten las plagas tóxicas y hacen posible el cultivo en condiciones de aridez o de heladas en que otras variedades desfallecen.
Siempre ha habido gente que desconfía del conocimiento científico, como los actuales dogmáticos que se oponen a los cultivos genéticamente modificados. Pero cada vez es más inaceptable que empobrezcan a México y principalmente a los más necesitados, a los campesinos de las zonas indígenas.
El secretario de Agricultura está pidiendo que se considere la posibilidad de producir maíz genéticamente modificado en el norte de México, donde no hay posibilidades de "contaminación" con el maíz criollo. La verdad, sin embargo, es que debemos liberar completamente a los agricultores mexicanos de las cadenas de la intolerancia.
Que nuestros campesinos prueben y juzguen las distintas semillas de maíz y escojan las que quieran. Que no sean los burócratas ni los fundamentalistas de organizaciones trasnacionales a las que se paga por defender dogmas supuestamente ecológicos los que tomen las decisiones. Los campesinos mexicanos deben gozar de la misma libertad de decidir entre semillas que cualquier agricultor del mundo.
Quizá por su honestidad a toda prueba, Humberto Murrieta, uno de los fundadores de Este País y de Transparencia Mexicana, fue atacado por individuos con intereses corruptos. Al final su rectitud brilló más ante las calumnias. "Ojalá y muchos mexicanos tuvieran una misión como la tuya -escribió sobre él Federico Reyes Heroles hace unos días--. El país sería otro." Humberto Murrieta falleció este 18 de febrero. Su nombre queda ligado a los conceptos de honestidad y transparencia.
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