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El ojo psicomágico de Jodorowsky

CINE

Alejandro Jodorowsky se ha definido él mismo como “un clown místico, un surrealista de la espiritualidad, un provocador de pánico”.

Alejandro Jodorowsky se ha definido él mismo como “un clown místico, un surrealista de la espiritualidad, un provocador de pánico”.

Fernando Ramírez Guzmán

Preñado de símbolos y fuertemente influido por filosofías orientales, el complejo e inclasificable cine de Alejandro Jodorowsky es igualmente admirado y refutado. No acepta indiferencias. Su mayor valor reside en mostrar la manera de pensar de una personalidad enigmática y fascinante.

En compañía de su hermana Raquel y de sus padres, Alejandro Jodorowsky Prullansky viajó de su natal Tocopilla, ciudad costera al norte de Chile, a la capital, Santiago, a los ocho años de edad.

Se aficionó desde niño a la lectura y el cine. Años más tarde abandonó los estudios de Medicina para decantar por Psicología y Filosofía. De manera simultánea trabajó como payaso de circo, bailarín y dibujante.

En 1945 publicó sus primeros poemas y se integró al grupo de poetas conformado por Enrique Lihn, Nicanor Parra y Pablo Rokha -entre otros-, que encontró su figura tutelar en Pablo Neruda.

En un periodo de tres años debutó como marionetista, actor de teatro y creó un grupo de pantomima. Escribió su primera obra de teatro, El minotauro, en 1953, mismo año en el que viajó a París para estudiar mímica con Étienne Decroux, maestro de Marcel Marceau. Al año siguiente se integró a la compañía de este último y diseñó para él las famosas rutinas de La jaula y El hacedor de máscaras.

Incursionó por vez primera en el séptimo arte con el cortometraje Las cabezas trocadas (Les têtes interchangées, 1959), basándose en un texto de Thomas Mann, con una introducción de Jean Cocteau y filmado en 16 milímetros. Viajó con la compañía de Marceau a México y fue invitado por Salvador Novo y Rubén Broido a quedarse en el país y desarrollar sus habilidades en la dirección escénica.

EL JUEGO QUE TODOS JUGAMOS

La llegada de Jodorowsky en 1960 coincidió con la efervescencia del movimiento teatral mexicano. El grupo Poesía en Voz Alta integrado por intelectuales de la talla de Octavio Paz, Juan José Arreola, Leonora Carrington y Juan Soriano, impulsó la radical transformación de la escena nacional contemporánea alentando la representación de textos clásicos enmarcados con un estilizado diseño de escenografía y vestuario, e interpretaciones más espontáneas. Asimismo, las nuevas propuestas de directores como Héctor Mendoza, Juan Ibáñez y Juan José Gurrola apuntaban más a la búsqueda de un lenguaje propio.

Desde su arribo, el polémico chileno contribuyó en el proceso de sacudimiento de las anquilosadas estructuras. Debutó montando un par de obras de Samuel Beckett, en las que ya se podía percibir el ánimo de reformular los marcos de referencia. Llevó al escenario poco más de 115 piezas de autores como Ionesco, Strindberg, Tardieu, Schnitzer, Ghelderode, García Lorca, Kafka, Nietzsche y Gogol, y algunas de su autoría como La ópera del orden y El juego que todos jugamos.

En 1962 fundó en París, junto a Topor y Fernando Arrabal, un movimiento artístico: El Pánico, asociado a tres elementos básicos: terror, humor y simultaneidad. Intensificó y diversificó su actividad en México, escribió algunos libros, colaboró en diversas publicaciones; creó el primer cómic mexicano de ciencia ficción, Anibal 5, y dio vida a la primera revista nacional del género, Crononauta. Condujo programas de radio y televisión; creó los ‘efímeros’, precursores de lo que después se conocería como happening y performance.

FÁBULAS PÁNICAS

Adaptando la obra de teatro Arrabal, Jodorowsky dirigió su primer largometraje, Fando y Lis (1967), suerte de road movie sobre una pareja que emprende un viaje en busca de la mítica ciudad de Tar. Protagonizada por Sergio Kleiner y Silvia Mariscal, y con una pequeña actuación del escritor Juan José Arreola, Fando y Lis se presentó por primera ocasión en la Reseña de Acapulco, en noviembre de 1968, causando gran escándalo por algunas intrépidas escenas, desnudos incluidos (“Fango y Chis”, la rebautizó algún crítico de la época). Gracias a la publicidad gratuita vía la alarma e indignación que provocó, fue un éxito en taquilla cuando al fin pudo exhibirse en corrida comercial, en 1972, a pesar de la clasificación D con la que fue etiquetada. La empresa norteamericana Cannon Company compró los derechos y la exhibió en Nueva York, pero mutiló escenas que consideró ‘fuertes’ y Alejandro no reconoció esa versión.

Para su segundo filme, Jodorowsky se basó en un relato zen El túnel, el cual aparece en la publicación Zen Flesh, Zen Bones, colección de textos recopilados por Paul Reps, y emprendió la realización de El Topo (1969), wéstern esotérico en el que abundan símbolos polisémicos con referencia -en el mayor de los casos- a diferentes tratados y doctrinas del misticismo oriental (el Zohar, el I Ching, la cábala, el zen). Imágenes bellamente capturadas por la lente de Rafael Corkidi y una edición sobresaliente de Federico Landeros dieron forma a esta película de culto instantáneo, invitada en su momento a participar en el London Film Festival y exhibida con gran éxito en funciones de medianoche en el Elgin Theatre y en el cine Forum de Nueva York. John Lennon adquirió, a través de su representante Allen Klein, los derechos de la cinta para su exhibición internacional. Participaron como intérpretes en El Topo, entre otros, Alfonso Arau, David Silva, Agustín Isunza y Héctor Martínez El Borrado, roquero tamaulipeco. Algunas escenas exteriores se captaron en locaciones naturales de Pedriceña, Mapimí y Dinamita, Durango.

En La Montaña Sagrada (The Holy Mountain, 1972), el también autor de la novela Las ansias carnívoras de la nada, llega al final de la búsqueda sobre el tema de la iluminación, llevando al paroxismo sus parábolas visuales en una accidentado y costoso rodaje sobre un grupo de hombres que son guiados por un alquimista en busca de la Montaña Sagrada, símbolo de inmortalidad y del saber supremo. En ella se invirtieron poco más de dos millones de dólares y fue proyectada durante 16 meses continuos en Nueva York.

LA DANZA DE LA REALIDAD

Una vez, la Divinidad me reveló en un sueño lúcido: “Tu próxima película ha de ser Dune”, escribió Jodorowsky en la revista Métal Hurlant en 1983. En efecto, el psicomago trató de trasladar a la pantalla grande Dunas, basándose en la novela de ciencia ficción de Frank Herbert. Para cumplir tal propósito tendría que reunir a siete ‘samuráis’ para que le apoyaran. Consiguió al productor francés Michael Seydoux y contactó al dibujante Jean Giraud (Moebius) para que plasmara el guión a manera de cómic (story board); además integró al dibujante inglés -especialista en portadas de libros de ciencia ficción- Christopher Foss para que diseñara las naves espaciales. Contactó al pintor suizo H. R. Giger para que diseñara con su estilo futurista y decadente el planeta Harkonnen. Descubrió el talento de Dan O’Bannon, quien se dio a conocer gracias al pequeño filme Dark Star (John Carpenter, 1974) y le confió los efectos especiales. Convenció al grupo Pink Floyd, para que a través de un álbum doble se encargara de la banda sonora. Finalmente, logró que Salvador Dalí aceptara participar en un pequeño pero significativo papel. Al final de cuentas el proyecto naufragó, en gran medida por la oposición y el sabotaje de los grandes estudios de Hollywood, quienes vieron con recelo que una superproducción de ciencia ficción fuera de origen francés. Años más tarde David Lynch fue quien concretó, con resultados más bien irregulares, la adaptación a celuloide de Dunas; Moebius, Giger, Foss y O’Bannon fueron llamados para sumarse a la filmación de Alien (Ridley Scott, 1979).

Luego de grabar una cintas más bien anodina, Tusk (1980), basada en la novela Poo Lorn the Elephant de Reginald Campbell, y tras consagrarse como escritor de cómic con series que mezclan de manera inquietante el esoterismo con la ciencia ficción (El Incal, La casta de los Metabarones, El lama blanco, entre otras), Jodorowsky regresó a México para crear Santa Sangre (1989), inspirada en la vida del asesino serial mexicano Goyo Cárdenas, historia sobre la búsqueda de la identidad y un tratamiento complejo sobre la historia de Edipo, enmarcado en un barroquismo estético gracias al cual se volvió a posicionar como digno de reconocimiento mundial.

En contraste, en 1990 dirigió El ladrón del arcoíris (The Rainbow Thief), película totalmente prescindible y tan descafeinada que ni la notoria participación de Peter O’Toole y Omar Shariff consiguieron salvar un planteamiento afligido por la solemnidad y la rutina.

A pesar del mutismo cinematográfico de más de 20 años, el nativo de Tocopilla sigue desarrollando proyectos en diferentes disciplinas. Continúa con su labor de escritor de historietas y editando libros de cuentos y ensayos. Actualmente lleva a cabo un trabajo terapéutico de grandes repercusiones en Europa que se basa en tres técnicas de su creación: psicogenealogía, psicomagia y masaje iniciativo.

Alejandro Jodorowsky se ha definido él mismo como “un clown místico, un surrealista de la espiritualidad, un provocador pánico”. Su temperamento magnético y controvertido lo convierten en toda una personalidad multidisciplinaria. En lo que toca al cine, su incesante búsqueda de la trascendencia a través de los símbolos lo consagra como director de culto con un objetivo claro: “La meta es perder paulatinamente los límites espirituales o, mejor dicho, hacer retroceder los límites hacia el infinito”.

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