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Párpados pesados

Relatos de andar y ver

ERNESTO RAMOS COBO

A uno se le antojaría que las palabras dijeran otras cosas, o que simplemente no se empeñaran para ser escritas, y que el silencio se apoderara de todo. Se pasarían más felices los días, o la existencia sería más llevadera, sí del ente racional que nos preciamos de ser, se mutara a un simple y voluntarioso armatoste hedonista, al que nada le importa. Me refiero a las preocupaciones, ya saben: la inseguridad, la situación política, alimentar, ser alimentado, progresar, satisfacer gustos. Mantener, al fin de cuentas, una línea de estatus ascendente. Ir bien, por lo menos.

Tengo un amigo al que dicen que le ha ido mal. Anda con pantalones gastados y ya pocos de sus conocidos lo saludan.

Imagínate -me dice, por fin estoy solo. Por fin vivo sin interrupciones.

Aprendes a tolerar las primeras veces en que te dan la espalda, y después todo se vuelve más sencillo, y empiezas a ser más libre.

Ahora por fin me he dado cuenta de lo poco que necesito. Eso es lo que me dice.

Quizá su filosofía sea el resultado de un mínimo amor propio, origen del fracasado. Quizá simplemente decidió no luchar. Prefiere la placidez de la suela despreocupada, que recorre las banquetas de la ciudad sin destino, al hermetismo en ocasiones sin sentido de la cómoda oficina, del billete quincenal, de una añorada seguridad imposible.

Quizá la palabra equilibrio es algo de lo que todos hablan, pero pocos gozan.

Una vez caminando en un bosque me tocó ver un tronco rodeado de mariposas, al que todas querían trepar, llegar hasta arriba, ignorando que las esperaba para devorarlas un murciélago, que con sus mamíferas alas extendidas se parecía tanto a ellas; ahora pienso que en realidad gozaron ser la digestión de llegar a la cima.

Conozco personas que conocieron a los hijos de sus patrones, y que los trataron primero como niños por años, después los vieron crecer, y ahora se les humillan, les agachan la cabeza y les rinden pleitesías, todo para preservar sus trabajos; ahora pienso que esos niños, los adultos de hoy, están convencidos que eso también significa selección natural.

Esas luchas por el estatus tienen múltiples vericuetos. Hay quienes en sus esfuerzos indecibles por alcanzarlo, se refinan catando circular los caldos selectos de la vid más exclusiva. Es un gozo tener un auto lustroso a la puerta. Disfrutar los olorosos contornos de un Eames con Ottoman negro. Pero se ganan y se pierden cosas. No cabe duda que Neruda terminó siendo un burgués. Lo delatan sus casas y sus colecciones insólitas. Recuerdo haber oído murmurar, en los barrios bajos de Valparaíso, que justamente por burgués lo habían corrido de algunos bares cutres del puerto. Él siempre quiso seguir siendo pueblo cuando ya no lo era. Su refinada manera de escalar tuvo cierto gesto de bofetada falsa, por eso nunca estuvo a salvo de todo, y no lo ayudó ni su boina gris ni el corazón en calma. Traiciona dejar de ser yo.

Aquí la quietud invade los espacios y la noche también invade estas letras. A veces uno anhela que la estupidez se haga a un lado. A veces uno quisiera simplemente ser un yo mismo. Pero desespera al darse cuenta, incesantemente, diariamente, que hay demasiadas distracciones como para lograrlo. Vemos a los lados y envidamos y tratamos de ser lo que no somos. Bostezamos, por las mañanas, y nos pesan los parpados, mientras alrededor de todo el tiempo sigue pasando. No sé. Pero a veces desearía que las palabras no se empeñaran por ser escritas.

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