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Democracia de mercado

Ricardo Rafael

Nos mintieron. La democracia no es el único procedimiento para gobernar los asuntos del país. También el mercado nos gobierna.

En el ideal de los mundos, los poderes soberanos residen en el pueblo y son ejercidos o bien por sus representantes o bien directamente por los ciudadanos. En la realidad la esfera de la democracia es sólo una a partir de las cuales se toman las decisiones. La otra esfera está compuesta por todos aquellos agentes que califican el desarrollo de las economías nacionales, definen el precio de las monedas y conducen el destino de las inversiones. Es por ello que hoy no es posible hablar de una democracia sin adjetivos. En los hechos el régimen que nos gobierna se llama Democracia de Mercado. Cada una de las palabras que le componen señala a una de las arenas que, de manera interdependiente, dirigen el rumbo de la sociedad. Por más que los representantes populares nos hagan creer que ellos poseen la última palabra -por más que hagan llamados elocuentes para asegurarle al pueblo que la soberanía está en sus manos- los cierto es que la otra esfera de poder -el mercado- siempre reacciona si se presenta un desacuerdo con las decisiones políticas de los representantes populares.

Un buen ejemplo de esta realidad es el choque entre las dos esferas que se está dando en México. Los legisladores están en su derecho a negarse al IVA en medicinas y alimentos, también lo están al oponerse férreamente a que la CFE y Pemex se asocien con empresas privadas. Pero al mismo tiempo los inversionistas tienen la capacidad de sancionar a sus contrapartes si no coinciden con las barreras que se quieren mantener para el mercado. Hace un par de semanas bastó con que una calificadora emitiera una opinión negativa sobre Pemex, para que en minutos el peso mexicano se devaluara por varios centavos. En efecto, a la hora de tomar decisiones los agentes del mercado también votan y sus preferencias pueden afectar la vida de los ciudadanos tanto o más que la voluntad de los representantes populares. Se puede decir que el voto de los agentes del mercado carece de legitimidad, se puede incluso sentir rabia por la injusticia que implica el que unos cuantos actores sean capaces de oponerse a la voluntad de la mayoría pero esa es la realidad incontrovertible que experimentamos. Se nos impuso cuando aceptamos vivir en una economía abierta. Fue entonces cuando consentimos que la democracia quedara acotada por las reglas del mercado. Es a la luz de esta reflexión que vale la pena discutir las famosas reformas estructurales de la economía mexicana.

Como antecedente se encuentra el que la tasa de crecimiento de la economía haya sido tan baja en los últimos dos años. En lo que va de éste, la riqueza del país se incrementó poco más de un punto porcentual del PIB y esto es muy grave para una población que anualmente crece a 2.5 por ciento. La inversión está siendo insuficiente. Es posible echarle la culpa de esta situación a la caída de nuestras exportaciones hacia Estados Unidos. Sin embargo, ha quedado claro que no podríamos sentarnos a esperar a que ese asunto se resuelva por sí solo. Para reactivar la economía mexicana por otras vías necesitamos poner más dinero en el país. ¿Cómo hacerlo? La esfera del mercado ha respondido inequívocamente: hagan las reformas estructurales necesarias para que México se vuelva atractivo para la inversión. No obstante, a diferencia de la esfera de la democracia donde los actores son claramente visibles, en el mercado la multiplicidad de interlocutores vuelve difícil la comprensión de los mensajes.

¿Cuáles reformas? ¿En qué sentido? ¿Con qué restricciones? El problema del entendimiento de los mensajes del mercado se vuelve aún más complejo cuando hay actores mejor organizados que otros para presionar en un sólo sentido. Es el caso de los grupos de interés alrededor del tema energético. Ellos saben que en su negocio habría mucho dinero si se abriera la inversión y están aprovechando el momento para reducir la consigna general a favor suyo con la formula: no reforma energética, no crecimiento en México.

No es conveniente perder de vista que esa es la opinión de unas cuantas voces del mercado. El conjunto de los agentes no tiene la mirada puesta en este tema. Esta semana William Clinton, oreja acreditada de los actores del mercado, al hablar de las reformas que México necesita omitió tocar el tema energético. En cambio sí lo hizo y con todo énfasis sobre la reforma fiscal.

Dijo que a los inversionistas "les preocupa la dependencia que el Estado mexicano guarda respecto de las exportaciones petroleras". Por más que los cabildeadores de las empresas energéticas ocupen todos los espacios, el asunto que inquieta está en otra parte: en la reforma fiscal. Es muy probable que si la clase política se concentrara en este tema, menos polarizante que el otro, y lo hiciera con toda seriedad -sin ilusiones ópticas- las señales que la esfera del mercado está esperando quedarían satisfechas y los dineros que necesitamos llegarían pronto para retomar el crecimiento.

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