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Cambios de forma y fondo

Las laguneras opinan...

MARÍA ASUNCIÓN DEL RÍO

Dicen que todos los cambios son buenos. Cambios de ambiente, de costumbres, de rutinas, de alimentación, de imagen. Nos renuevan, nos permiten encontrar perspectivas impensadas, descubrir en nosotros mismos y en los demás algo que desconocíamos. Para quienes investigan males como el temible Alzheimer, romper rutinas buscando cambios es un ejercicio mental que activa el razonamiento y la memoria, y de hecho los movimientos sociales que a través del tiempo han transformado la historia de los pueblos son conocidos como "revoluciones", porque justamente implican cambios drásticos en la estructura social y política de las comunidades que las viven, padecen y resultan favorecidas -o destruidas- por ellas.

En Torreón vivimos ahora cambios de diversos tipos, algunos buenos, otros no. Por ejemplo, tras años de esperarlos, calles, avenidas y calzadas están siendo atendidas y los cambios se manifiestan en nuevas opciones para transitar: pares viales por los que, gracias a la sincronización de semáforos, llegamos rápidamente a nuestro objetivo; rutas más cómodas y seguras, distribuidores viales complejos y bien habilitados que aligeran el flujo vehicular y representan una evidente modernización, requerida desde hace tiempo en la ciudad.

La fisonomía de su primer cuadro también está cambiando: aunque el Centro comercial es una ruina, se ha derruido un montón de edificios, incluyendo la Presidencia municipal, para construir una plaza que, según publicidad y declaraciones con que las autoridades responsables justifican la obra, vendrá a activar el comercio, proporcionará esparcimiento a las familias laguneras y dará oportunidad de establecerse a diversos negocios y centros culturales, para revivir una actividad prácticamente desconocida para la última generación; por ejemplo, salir a pasear en familia, detenerse a escuchar algún concierto al aire libre, mirar aparadores, entrar a librerías a hojear volúmenes que no estén enfundados en sus corazas de plástico para que la gente no los maltrate (ni pueda sentirse atraída por ellos o ignorar lo que contienen). Será posible, dicen, arreglar asuntos oficiales en oficinas limpias e iluminadas -menos sórdidas que las actuales-, cuyos empleados parecerán satisfechos de estar ahí, atendiendo al público y manifestando un espíritu de servicio acorde con la remodelación. Podremos caminar cuando caiga la tarde o sentarnos a tomar una nieve, mientras vemos pasar a otras personas sin miedo a sufrir algún asalto o vejación...

Excelente proyecto, ni quien lo dude, porque representa un cambio radical respecto a lo que actualmente vivimos. Sin embargo, a las promesas, los planes y aun a las acciones ya emprendidas les está faltando complementos importantísimos sin los cuales será imposible el logro de sus objetivos: ningún mejoramiento urbano será satisfactorio, funcional o duradero, si no lleva consigo un cambio de conducta por parte de los usuarios, los administradores, los encargados de conservar el orden y la limpieza, las autoridades responsables de su resguardo.

¿Cómo mantener ese ambiente de sueño si antes no cambian nuestros hábitos de limpieza y respeto al derecho de los demás, y si, dadas las fallas de educación familiares y escolares, no se capacita a quien vigile y sancione su cumplimiento? ¿Qué materiales podrán resguardar las nuevas construcciones del ataque inmisericorde de grafitteros que sólo esperan un espacio limpio y cuidado para imprimir sus garabatos y destruir lo que con tanto esfuerzo se construye? ¿Con qué implementos mágicos podrán activarse las fuentes, la iluminación, los servicios de cada edificio y cada rincón de la gran plaza, si sus cables, tuberías y sistemas eléctricos son robados impunemente por las cuadrillas de ladrones que, ante la falta de autoridad, enriquecen cada día los bolsillos de sus compradores, tanto o más delincuentes que ellos? ¿Quién se ocupará de mantener el orden y la convivencia armónica de los ciudadanos en esa isla de tranquilidad y solaz, si hoy mismo, mientras asaltan, agreden o disparan a individuos y grupos al interior de sus casas, en plena calle o dentro de algún centro recreativo, no podemos contar con ayuda de la Policía porque NO HAY, ni de cuerpo de seguridad alguno porque su función es transitar las calles a bordo de camiones de camuflaje y totalmente armados, pero no defender a quien pide su ayuda? ¿Y cómo podemos hacer que cambien estas actitudes, por un lado criminales y por el otro irresponsables, si las propias autoridades se han acostumbrado a decir que no se puede hacer nada, a disimular el incumplimiento de sus compromisos declarando que no les corresponde y a echarle la culpa a alguien más, siempre a alguien más, aunque puntualmente cobren sus salarios por un trabajo que no realizan? ¿Cómo pedir acciones honorables, cuando el honor se cambió por cinismo y la responsabilidad política por desvergüenza? No, no todos los cambios son buenos. Al menos no los que vivimos en Torreón desde que nuestra existencia pacífica cambió al terror; no los que nos llevaron a perder la seguridad y la alegría de vivir que nos caracterizó por tanto tiempo, cuando nos decíamos felices porque: "en mi bella Laguna sí vale la vida..." Y sin embargo, debiéramos cambiar, cambiar las formas y cambiar el fondo; y sobre todo, cambiar para bien.

Los partidos políticos que hoy contienden esgrimen la bandera de un cambio que no lo es, pues a todas luces -y de ello dan prueba cada vez que abren la boca en cualquier discurso o declaración triunfalista- nos llevarán al origen de los males, agravado por la conciencia de que aun ellos, lo que tienen lo pueden perder, por lo que están dispuestos a llenar la casa y la bolsa, previniendo tiempos de escasez. Y los mexicanos como siempre, indignados, protestando en privado, verbalmente, pero sin mover un dedo para exigir acciones, cambios que en verdad nos favorezcan. Nos consuela celebrar el triunfo de la selección en un partido de la primera ronda como si se tratara del campeonato mundial: es la metáfora de todo lo que hacemos, la dimensión de nuestras aspiraciones, el tamaño de nuestro espíritu nacional y ciudadano.

La muerte corporal de José Saramago, entrañable escritor que de tantas formas nos acicatea para hacernos pensar, reflexionar acerca de nuestra condición humana y de nuestro papel como entes sociales; él que tan acertadamente ha sabido detectar los vicios del poder, la corrupción de quienes lo ejercen, la dejadez de quienes consentimos que hagan de nosotros lo que les dé la gana, y que tan irónicamente nos hace mirarnos en los espejos de sus novelas para reconocer nuestras propias fallas, da en el clavo de nuestros males: no cambiamos como debe ser, porque ante los problemas que nos aquejan, buscamos soluciones irracionales (contra la inseguridad, una plaza; contra la crisis de autoridad y la violencia generalizada, una celebración en el Ángel). Cito y lloro al portugués polémico y admirable: "Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión..., necesitamos el trabajo de pensar, pues, sin ideas, no vamos a ninguna parte". QEPD José Saramago.

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