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Servicios y desarrollo nacional

JULIO FAESLER

Más y más se advierte cómo la proporción de las actividades de la producción física decae dentro del PNB mundial. Un objetivo ya universal de ahorrar mano de obra es el origen. Tanto en el sector agrícola como en el manufacturero se sustituye el esfuerzo humano con procesos automatizados e incluso robotizados. Los factores capital y organización se expanden dentro de los costos de producción buscando reducir el factor laboral.

El sector servicios crece en el listado de las empresas más importantes superando al de las manufacturas. El sector abarca, por ejemplo, servicios financieros, turismo, salud, educación y logísticas.

Hasta en los países de bajos ingresos los servicios aportan más del 50% de su Producto Nacional Bruto. El antecedente histórico está en la revolución industrial que comenzó a finales del S. XVIII. En México, la decisión que se tomó al término de la II Guerra Mundial de emprender un ambicioso proceso de industrialización fue el poderoso detonador de una nueva etapa en nuestra la vida económica nacional.

El grupo dirigente del país estaba convencido de la urgencia de emprender la transformación económica nacional y por otra parte que la producción de alimentos no requería el 70% de la población entonces dedicada a ella. La distribución económica de la población de los países desarrollados como Estados Unidos o los europeos cuyos porcentajes rurales no llegaban ni al 5%, lo constataba. Era mejor que el grueso de la población mexicana estuviera en las actividades secundarias.

A principios de los años cincuenta, Josué Sáenz, fundador de los censos nacionales modernos, comentaba que, si en 1929 el sector agropecuario aportó el 23% del PNB, ya para 1949 se redujo a sólo el 16% ocupando todavía el 62% de la fuerza de trabajo. En el mismo lapso la aportación del sector manufacturero había subido de 12% a 28%. El 38% de la población no agrícola producía 84% del PNB.

El vigoroso argumento industrializador llevó a afirmar que las tendencias parecían indicar que el Ingreso Nacional aumentaría en nada menos que 20% por cada 10% que se redujera nuestra población agrícola dedicándola a otras actividades.

Los que orientaron la industrialización del país como Antonio Carrillo Flores, entonces director de Nacional Financiera, tenían muy claro que se requería proteger las nuevas actividades. Éstas agregarían valor a los productos primarios tradicionales creando el poder de compra interno en que se apoyaría todo el programa.

El proceso industrializador no habría de producir todos los frutos previstos. Faltó consistencia en las décadas que siguieron en las políticas que debían cimentar una estructura industrial robusta que absorbiera a la población que se expulsaba del campo. Tampoco hubo un disciplinado aprovechamiento por parte de la clase empresarial de las facilidades que recibió.

Pero el cambio ocupacional que se operó fue drástico. El campo fue bajando en población y producción. En 1970 todavía aportaba 25% del PIB, para 1980 el 7% y para 2009 nuestra población rural aportó sólo el 4%. Hoy la población rural es apenas de 14% del nacional. Los contingentes "redundantes" siguen llegando a las ciudades sin encontrar ocupación y se recrudece la presión por emigrar. La trunca transición de las actividades primarias a las secundarias generó la problemática, pero paradójicamente salvadora, incontrolada economía informal.

Un segundo capítulo del fenómeno de la transformación laboral en México está en marcha. A medida que avanza la sustitución del sector agrícola por el industrial y ésta a su vez se entrega a sistemas automáticos o incluso a la robótica, el sector servicios, o terciario, aparece la como solución al desempleo atrayendo grandes proporciones de la fuerza de trabajo especialmente a la más joven.

Mientras que la ocupación agrícola bajó a 13.7% y el industrial se mantiene en 23.4%, el sector terciario ya representó 62.9% en 2005 de la población económicamente activa. El proceso nos dicen, además de imparable, es saludable.

Frente a estos hechos, conviene recordar que el sector de los servicios nunca sustituye a la producción física. Son las ramas primaria y secundaria las que cubren las necesidades básicas del ser humano con alimentos, vestido, vivienda, medicamentos, etcétera. Son ellas las que emplean a los trabajadores de los servicios que, siendo accesorios, carecen de sustento propio.

Las necesidades básicas humanas son irreductibles y los productos que los satisfacen son irreemplazables. Tendrán siempre que existir. Las crisis financieras que, por ejemplo, ahora presenciamos y sufrimos en casi todo el mundo, recalan, a final de cuentas, en abundancia o escasez de los satisfactores concretos cuya disponibilidad efectiva determina el cotidiano nivel y calidad real de vida de los individuos y de la sociedad.

La seguridad de empleo que tanto se le atribuye a las actividades terciarias o de servicios es contingente. La demanda de los servicios está anclada en la prosperidad del campo y de la industria.

Como el que hubo en los años cincuenta para industrializar México, hoy hay acuerdo general para llevarnos a la economía fincada de los servicios y del conocimiento.

Al conducir el desarrollo nacional hacia los diversos sectores como son la informática o el turismo, hay que mantener sanos y vigorosos los sectores agropecuarios y manufactureros para nunca quedar expuestos al haber perdido las estructuras productoras fundamentales que aseguran alimentación básica y provisiones materiales que sustentan la vida de cualquier comunidad, por sofisticada que pretenda llegar a ser y le garantizan independencia de decisión.

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