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Mal de muchos...

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LUIS FERNANDO SALAZAR WOOLFOLK

La tragedia Griega en el orden financiero que amenaza convertirse en una crisis económica de la Unión Europea, tiene su origen en el aliento artificial de la economía promovido por razones político-electorales y pone en duda la viabilidad del llamado "Estado de bienestar".

Se trata de una manifestación diversa del mismo mal que aqueja tanto a países pobres como ricos, que en forma recurrente son presa de gobiernos que cifran el crecimiento de sus economías en el consumo a crédito y el endeudamiento irresponsable, que a la postre se paga con altas tasas de inflación y eventualmente la quiebra del sistema.

La crisis actual de la economía del Viejo Mundo tiene su origen en un doble discurso. Por una parte, el aliento a la economía liberal y de libre mercado en los que se funda la Unión Europea y por otra, la aplicación de recetas socialistas al interior de los estados nacionales, a fin de que la clase gobernante mantenga una base de control que le permita seguir en el poder.

Mientras el Estado liberal reconoce y garantiza el goce de los derechos humanos fundamentales a la vida, la libertad y la igualdad de todos frente a la ley, generando un ambiente propicio de oportunidades para el desarrollo de la planta productiva y el empleo, el Estado de bienestar pervierte el sistema, regalando desde tinacos y medicinas hasta vivienda, que a fin de cuentas sólo resultan gratis para el Gobierno como repartidor a capricho de tales beneficios, pero que en realidad resultan gravemente onerosos para el pueblo que paga esos bienes con sus impuestos.

Tal manejo de los recursos públicos priva de incentivos a quienes sí están dispuestos a trabajar y sirve como elemento de control sobre una masa de beneficiarios pedigüeños que se acostumbran a recibir de todo sin cumplir deber alguno a cambio, a través de un estructura burocrática parasitaria, gigantesca y costosa, que opera como plataforma electoral en beneficio del grupo en el poder.

Detrás viene la generación de dictaduras descaradas o encubiertas, y en el mejor de los casos el papel de la democracia electoral se reduce a válvula de escape que en forma recurrente hecha del poder a un Gobierno inepto para abrir el paso a otro igual o más ineficiente que el anterior, y por ende incapaz de romper el círculo vicioso que cierra el camino al desarrollo sostenido y sustentable.

A esa luz se explica que el Partido Demócrata Cristiano de la canciller de Alemania Ángela Merkel, haya resultado derrotado en elecciones locales celebradas el fin de semana, a modo de castigo al Gobierno de dicho país que como líder de las economías europeas, está pagando los platos rotos de la ineficiencia de los gobiernos socialistas ahora de Grecia, y mañana de España o Portugal.

En el llamado Nuevo Mundo también padecemos este mal. Por excepción algunos países mantienen una economía ordenada como es el ejemplo de Chile, que con disciplina financiera y fiscal permanece en el sendero del crecimiento, o el mismo caso de México, que desde el sexenio de Ernesto Zedillo ha mantenido un buen nivel de control de los indicadores macroeconómicos que al menos ha permitido eludir el desastre, a pesar de la falta de acuerdos políticos para lograr las reformas estructurales que el acceso a la democracia plena y el anhelo de un franco crecimiento económico demandan.

Sin embargo, en América el populismo es una realidad, como lo demuestran los casos de Venezuela, Bolivia, etcétera, y ni siquiera los mismos Estados Unidos han escapado a la tentación del endeudamiento irresponsable, como lo prueba el catarro financiero que hace año y medio afectó de pulmonía a la economía de México, malogrando gran parte de los esfuerzos hechos por nuestro país en los últimos años.

En el caso de Norteamérica el proteccionismo a favor de bancos irresponsables y de una industria automotriz carcomida por los sindicatos, son retos que hoy están dando dolores de cabeza, próximos a convertirse en verdaderas amenazas no sólo para los Estados Unidos, si seguimos en el pantano de las crisis recurrentes, en lugar de apostar al crecimiento ordenado y sostenido.

No son las ideologías ni la demagogia las que van a salvar la economía de nuestro mundo y país, sino la disciplina financiera y el esfuerzo conjunto fundado en la educación y en el trabajo.

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