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Permiso para matar, no para ir al baño

JAVIER GARZA RAMOS

 D Os periodistas, uno de Estados Unidos y otro de Canadá, viajaron a Ciudad Juárez hace unos días para reportar sobre la ola de violencia fronteriza. En sólo un día de recorrido habían constatado la nula presencia de policías tras diferentes sucesos como ejecuciones y balaceras y habían recogido testimonios de habitantes atemorizados por la falta de protección frente a los grupos criminales.

Manejaban de regreso a Juárez tras visitar varios poblados cuando se detuvieron. El estadounidense tomó una llamada a su celular mientras el canadiense aprovechó para aliviar la vejiga. Entonces, de la nada, aparecieron al menos 20 policías federales con fusiles R-15 para encañonarlo mientras le gritaban que "tenemos evidencias" de su grave crimen.

Siguió una discusión en un accidentado "spanglish" de los dos pobres periodistas mientras los federales insistían que debían pagar por violar la ley. Media hora después, los dejaron ir y los extranjeros se llevaron el susto a toda velocidad hasta el otro lado de la frontera.

Días antes del incidente había coincidido con uno de ellos, John Burnet de la Radio Nacional Pública de Estados Unidos (no el "delincuente", sino el que hablaba por teléfono), en un encuentro de periodistas en la Universidad de Texas en Austin donde habíamos hablado, entre otras cosas, de la dificultad en ambos lados de la frontera para entender el problema de la violencia en México.

El incidente de Juárez no pudo haber ofrecido mejor evidencia para demostrar que, a estas alturas, la dificultad para encontrar soluciones a la ola violenta resulta de que nadie entiende nada. En otras palabras, ¿cómo es posible que la Policía en Juárez enfrente siete asesinatos diarios sin poder resolverlos, pero manda la infantería a un extranjero al que le urge ir al baño?

Parte del problema puede radicar en el hecho de que la atención sobre el crimen organizado y la violencia que ha desatado se ha enfocado demasiado en el ángulo de la seguridad, la respuesta policiaca y la estadística criminal, y no tanto en la dimensión social, cultural y económica del problema.

Un incidente como el ocurrido en Juárez revela en toda su gravedad la incapacidad de los cuerpos de seguridad del Estado para contener la ola criminal, Desafortunadamente, como apuntaron varios periodistas en las discusiones que hemos tenido, éste es el ángulo que recibe más atención, tanto en México como en Estados Unidos.

Estos enfoques dificultan la comprensión global del fenómeno y crean estereotipos que son difíciles de combatir.

Bob Rivard, editor del San Antonio Express-News y uno de los periodistas estadounidenses que mejor conoce y comprende México, comentaba su preocupación porque los medios en Estados Unidos no están analizando todas las dimensiones del fenómeno del crimen y la violencia en México, ni las implicaciones que puede tener al otro lado de la frontera.

El problema es que también resulta difícil enfocarse en otros temas cuando parece que la delincuencia se ha apoderado de la vida cotidiana en muchas comunidades. De ahí que las estadísticas, que ayudan a medir y comprender el fenómeno, también se vuelvan noticia.

Un debate que ha tomado fuerza en Estados Unidos, sobre todo en Texas por compartir la frontera más larga con México, es la posibilidad del "derrame" de la violencia y que al otro lado de la frontera empiece una ola de crímenes similar a la de México. Varias ciudades de Estados Unidos han experimentado ya algunos casos, como balaceras, ejecuciones, decapitaciones y secuestros, pero no se han conectado como parte de un patrón más grande.

Se tratan como historias locales, lo que impide que se vean como tendencia y de esa forma se argumenta que la ola de violencia no ha cruzado la frontera. Pero como advierte Steve McCraw, jefe del Departamento de Seguridad Pública de Texas, "si un sicario caza a un rival afuera de un supermercado, eso es un derrame de violencia".

La pregunta ahora es si este debate puede forzar a Estados Unidos a cambiar su visión del problema. Son estos casos los que le dan una perspectiva más global al problema del crimen organizado. Otros casos, como el aumento de víctimas inocentes en esta guerra, sean niños atrapados en el fuego cruzado, estudiantes del Tec o empleados del Consulado de Estados Unidos eventualmente pueden cambiar las narrativas que ahora encajonan a México como país proveedor y a Estados Unidos como país consumidor.

Hay hilos que conectan estas dos narrativas, pero el problema de fondo que a veces no parecemos dispuestos a admitir es que un cuarto de siglo de "guerra contra las drogas" no ha afectado el comercio y el consumo.

Enfocar esta guerra sólo en la seguridad y no en sus causas sociales y culturales sólo fuerza a los actores a adaptarse, y los grupos criminales tienen la ventaja por ser más hábiles y rápidos para cambiar que los aparatos gubernamentales que los combaten y que son sometidos a fuertes presiones.

Quizá por eso los policías federales en Juárez tienen más éxito para descubrir a una persona orinando en la carretera que a un grupo de criminales matando en la ciudad.

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