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Los feudos

GILBERTO SERNA

Esto de quitar de un manotazo al gobernador de un Estado, se acabó. Por las buenas o por las malas el Congreso de la Unión con apoyo legal o sin él siguiendo las instrucciones del máximo jefe, los mandaba llamar para defenestrarlos. En el pasado pudo ocurrir si se considera que quien ponía con igual facilidad podía quitar. Paradigmático es el caso de Enrique Dupré Ceniceros quien ocupó la silla en el Palacio de Zambrano de aquellos lejanos tiempos de los años sesentas en el estado de Durango. Su enemistad y la de su grupo de senadores con Gustavo Días Ordaz, a la sazón presidente del país, trajo la consecuencia de que el Senado de la República declarara desaparecidos los poderes de la entidad. La obediencia era fundamental para la pervivencia del sistema. Todos y al decir todos quiero decir todos, obedecían la voz del presidente, que era la voz del amo. Es un fenómeno que los estudiosos del tema hallan fascinante. Un hombre sacralizado por los hombres adquiría el rango de todopoderoso, dueño de vidas y haciendas como en los lejanos tiempos del porfiriato.

Ha habido, hay un desplazamiento del poder del centro del país hacia cada una de las entidades federativas. Los gobernadores estatales son los nuevos tlatoanis. Usemos un término coloquial, ahora nomás sus chicharrones truenan. ¿Cómo ocurrió esto? En primer lugar el poder que ostentaban los presidentes se agotó como el agua en un guaje al que no se le surte líquido. Esto es, el presidente mandaba porque mansamente se le obedecía. Hasta que hubo brotes de descontento por el reparto de poder que provocaron que arribara un parlanchín que no supo hacer otra cosa que aprovechar la ocasión para pavonearse de cómo había sacado al PRI de Los Pinos, sin darse cuenta de que no había sido de su autoría. En tanto, muerto el rey adquirieron fuerza los feudos en que los gobernadores decidieron unirse para exigir se les diera lo que por tanto tiempo se les había negado: dignidad, o sea respeto y decoro. Hasta ese momento eran partiquinos de un presidencialismo decimonónico, que había o estaba por pasar de moda. Parte de los gobernadores al darse cuenta que nadie les pediría cuentas se despacharon con la cuchara grande absorbiendo facultades extralegales que eran exclusivas del presidente.

Para lo cual de inmediato construyeron a su alrededor un fuerte cinturón de protección nombrando no sólo en su territorio natural sino que fueron más allá designando candidatos a puestos federales de elección que no votarían más por decisión que no fuera la que emanara de las capitales de los estados. Todo estaba preparado para llegar al meollo del poder. Les faltaba lo más importante para ejercerlo en plenitud, el dinero.

Para eso había que quitar los candados que impedían gastar los recursos a tontas y a locas teniendo que ¡Puaff! rendir cuentas. Lo que acaba de ocurrir es que en la elaboración de nuevo presupuesto se tomó el acuerdo de reasignar los recursos para beneficio de las entidades federativas. A partir de ese momento los gobiernos de los estados dejaron de ser pordioseros del Gobierno Federal para convertirse en magnates a los que por fin, piensan ellos, se les hizo justicia. 62 centavos de cada peso se vendrán a los estados de la República. Es una actitud discrecional del gasto público que deberán afrontar los mandatarios estatales, pues cual más cual menos todos se sienten tentados para figurar como candidatos a la Presidencia de la República, gastando dineros a manos llenas en algo que bien puede llegar a compararse en un culto a la personalidad.

Todo esto sin considerar que vivimos en un país donde hay por un lado una pobreza lacerante y por otro una corrupción que todo lo contamina. No hay reglas de fiscalización y de control del gasto presupuestal. Nada menos que en estos días el presidente de la República hace recomendaciones a los estados para que transparenten el uso de los recursos públicos, su uso debe ser honesto, dijo, mientras un estudio de Transparencia Internacional indica que México ha empeorado en la percepción de corrupción, cayendo del lugar 27 al 89, esto es una caída de 17 escalones, de 180 posibles. No sabemos qué tanto peso específico tenga el llamado de Felipe Calderón al exigir que la transparencia se haga en todos los poderes públicos sean federales o estatales, del Ejecutivo, Legislativo o Judicial. Lo que sí sabemos es que cada día que pasa el poder presidencial de antaño ya no es el mismo. Hay quienes dicen, viendo los sucesos que comentamos, que el poder ha cambiado de manos mediante un incruento golpe legislativo.

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