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El amor en otro tiempo

Addenda

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

Siempre me gusta comentar cosas del pasado, pero no por que éstas fueran mejores que las de ahora, sino porque de esa manera evidenciamos las diferencias entre un tiempo y otro.

Recordar la forma en que en otra época se enamoraba a las muchachas, implica también abordar la manera en que nos comportábamos antaño y cómo lo hacen ahora los jóvenes.

El primer momento se daba con el avistamiento de la moza que despertaba el interés del muchacho, para luego averiguar quién era ella y a dónde acudía habitualmente, pues era determinante tener un punto de contacto para poder iniciar una relación.

En ese sentido, era común el paseo dominical por la avenida Morelos, por la que la mayoría de los jóvenes paseábamos por la tarde-noche, después de acudir al cine.

El paseo se realizaba a pie o en coche y andaba uno dando vueltas como mula de noria, pero ahí podía ver a la seleccionada para hacerla, primero amiga y luego novia.

Cenaba uno en cualesquiera de los restaurantes y cafés que existían a lo largo de la avenida, de preferencia en los más baratos o accesibles a la economía de la edad, como "pesolandia" o en los tacos de "La Malinche", que por cierto eran riquísimos.

También era factible encontrarse con las muchachas, en fiestas domésticas, a las que fuera uno invitado o no, caía como si tal, porque la voz se iba corriendo por todo el pueblo de que en determinada casa habría un baile.

Si acaso el problema era dar con algún amigo al que sí hubieran invitado, para que no se viera uno tan feo cuando llegaba de colado, sin saber siquiera de quién era la casa.

Una vez que se conocía a la jovencita, era importante hacerse presente de alguna forma especial, como mandándole flores o prestándole libros que le interesaran, pues esta última era una manera segura de volverla a ver y tener un buen motivo de plática.

Otra forma consistía en llevarle serenata, aunque en esos casos se corría el riesgo de que el padre de la muchacha, nos corriera con cajas destempladas o mínimo, que apareciera "la tira" (policía), queriendo remitirnos a la municipal, por no contar con el permiso para ese evento.

Si ya de por sí era costoso el contratar a los músicos para el gallo, qué iba uno a andar invirtiendo en el permiso de la autoridad municipal para llevarlo. Siempre nos brincábamos esa fase confiando en la buena voluntad de Dios.

A propósito de los gallos, que entiendo ahora son sólo pollos, porque se paran los muchachos afuera de la casa y prenden el estéreo del coche a todo volumen para dar una serenata, vienen a mi memoria dos anécdotas por demás ilustrativas de esos eventos.

La primera: tengo un buen amigo de aquellos tiempos que le encantaba llevar gallo, pero cantando él acompañado de su guitarra. Pero había el inconveniente de que el papá de la novia ni enterado estaba que ellos andaban en esos lances.

Por tal motivo, cuando me invitaba a llevarle gallo a su novia, lo hacíamos en su coche y con el motor encendido. Llegábamos a la casa, en la colonia Los Ángeles, estacionábamos el vehículo enfrente de ella y él simplemente sacaba un pie del auto para acomodarse bien con su güitarra y comenzaba a cantar. Si veíamos que se abría la puerta y salía el padre, que era un hombre alto y corpulento, simplemente le metíamos velocidad al vehículo y "aquí no ha pasado nada". Los gallos dieron el resultado esperado, porque se casó con ella y el padre, que al principio no lo podía ver, porque le quería "robar a su hija", terminó queriéndolo como a otro hijo.

Eran también comunes las rondallas estudiantiles en las escuelas de la universidad. Y por ahí cuentan que en una ocasión un grupo de estudiantes de Medicina fueron a llevarle gallo a la hija de uno de sus maestros, pero con la rondalla de esa institución. O sea que no era un gallo cualquiera, sino uno fino y de buen tono.

No obstante ello, cuando los muchachos ya iban como en la tercera canción, salió el galeno, a la sazón maestro de ellos y desde el balcón de la casa preguntó: "Muchachos, ¿cuántos son?", por lo que aquellos jóvenes supusieron que les iba a invitar una copa y pronto respondieron: "Somos diez, maestro". El hombre aquél, sin inmutarse simplemente les dijo: "Pos los diez, van y 'tiznan' a su madre", dicho lo cual, se metió a su casa y los muchachos se retiraron preocupados y compungidos.

Así eran los gallos de aquellos tiempos, que por lo común se fraguaban en las cantinas de Torreón, como el inolvidable "Gota de uva", en donde se reunían los conjuntos musicales a ofrecer sus servicios.

Eran tiempos de paz, en los que los jóvenes podían andar por la calle sin mayores precauciones ni temores, porque ahora corren el riesgo de que los roben y hasta los instrumentos de los músicos se lleven.

Por lo demás, "hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".

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