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El corazón no envejece

EL COMENTARIO DE HOY

FRANCISCO AMPARÁN

Dice el dicho que el corazón no envejece, el cuero es el que se arruga. Y que para el corazón no hay edad. Y parece que tenemos un ejemplo extremo en la persona de la señora Wok Kundor, que a los 107 años de edad está pensando en la posibilidad de casarse. Otra vez. Por vigésima tercera vez.

Sí, hay gente que nada más no aprende.

Resulta que la enamoradiza anciana, quien vive en una pequeña aldea del Norte de Malasia, lleva cuatro años de casada con un jovenazo de 37. O sea que le lleva la friolera de 70 primaveras. La señora Wok ya ha de haber sido bisabuela cuando su marido pegó el primer berrido en la maternidad.

Pero ése no es el problema. La cuestión es que su presente esposo, que ocupa el lugar 22 en el copioso listado de matrimonios de doñaWok, se halla en la capital del país, Kuala Lumpur, para someterse a un tratamiento contra su adicción a las drogas.

Y doñaWok teme que, una vez que termine el programa, éste se vaya a enamorar de otra mujer más joven. Por supuesto, casi toda la humanidad del sexo femenino entra en esa categoría. La verdad, sí puede llegar a tener mucha competencia.

Lo interesante es que la anciana no ha tenido ninguna comunicación con su media naranja. Su inquietud se basa en simple y cochina intuición femenina. Después de 22 matrimonios, algunos terminados por viudez, otros por divorcio, yo no sé qué tan confiable sean esas corazonadas. Es el problema de dejarse llevar por el músculo cardiaco.

Tan singular matrimonio se formó, según palabras del esposo, “por la voluntad de Dios”. En esa parte de Malasia, la mayoría de la población es musulmana. Así que suponemos que la responsabilidad de un emparejamiento tan disparejo le corresponde a Alá.

Ahora bien: uno supondría que después de 22 veces distintas unciéndose el dulce yugo, y 107 años en esta Tierra, la señora Wok ya estaría curada de espanto. Pero no.

De hecho tiene su Plan B. Dice que si, como le late, su esposo no regresa por dejarse engatusar por una descocada pécora jovenzuela de, digamos, sesenta años, ella ya tiene relevista. Al parecer, le echó el ojo a un vecino de cincuenta años, que no le parece de malos bigotes. Aunque eso sí, ojalá que las cosas no tengan que llegar tan lejos. Le sigue siendo fiel a su marido, mientras él no haga lo contrario.

¿Qué sacamos como conclusión del caso de la enamoradiza señora Wok Kundor? ¿Que viejos los cerros, y cada año reverdecen? ¿O viejo el Palacio Nacional, y a cada rato le ponen foquitos? ¿O que la fragilidad humana, el deseo de compañía, el pavor a quedarse solo, pueden más que cualquier convención social y hasta el sentido común? Pues sí. El amor y el sentido común, como que no se llevan.

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