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La Noche de los Cuchillos Largos

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

A los chicos de la nota roja les encanta eso de andar bautizando con nombres impactantes (o de perdido memorables) a las noticias propias de su fuente, sobre todo aquellas que saben que servirán de munición durante un buen rato. Así, cuando uno lee "La masacre del Día de San Valentín", sabemos que no se trata de una de tantas balaceras en la colonia Durangueña un 14 de febrero cualquiera; no, ese mote sólo lo tiene la matanza ocurrida ese día de 1929 en un barrio de Chicago, ordenada por Al Capone en contra de siete miembros de la banda de su rival, Bugs Moran

Asimismo, los chicos de la nota roja se dan vuelo poniéndoles apodos a los más notorios y circunspectos criminales, para facilitar su reconocimiento y fama perdurable. Sobre el tema se podría hacer un diccionario, y de hecho no dudo que exista. Así, a poca gente le sonará el nombre de Peter Kürten, porque es más conocido entre la raza como "El Vampiro de Düsseldorf". Como "Los Asesinos de los Páramos" no pueden ser otros que Ian Brady y Myra Hindley, una pareja de asesinos seriales que victimaban niños en Inglaterra entre 1963 y 1965. "El aniquilador de sirvientas" fue bautizado así ni más ni menos que por el gran escritor O. Henry, quien vivía en Austin durante el reinado de terror de ése, uno de los primeros asesinos seriales norteamericanos. Ponerle "El Payaso Asesino" a John Wayne Gacy no tuvo mucha ciencia, ya que el maniaco desempeñaba ese oficio en fiestas infantiles, en los ratos libres que le dejaba el violar y asesinar hombres jóvenes. Aquí en México hemos tenido desde "El estrangulador de Tacubaya" (Goyo Cárdenas), pasando por el local "Chacal de Mieleras", hasta "El Mataviejitas"

(No, los chicos de la nota roja no bautizaron a Jack "El Destripador"; eso lo hizo él solito, al firmar así una carta dirigida al Jefe de Scotland Yard, que empezaba con un muy formal "Dear Boss". Aunque, como casi todo lo que tiene que ver con el buen Jack, se discute su autenticidad).

Todo esto viene a cuento porque hace unos días, el 30 de junio, fue el 75 aniversario de un acontecimiento que, pese a tener un nombre que suena precisamente a invención de periódico tremendista, tuvo una profunda repercusión en la historia política del Siglo XX. Hablamos de la Noche de los Cuchillos Largos, cuya génesis y consecuencias resultan bastante interesantes.

Luego de intentar un golpe de Estado de opereta, que pareció organizado por el Ayuntamiento de Torreón y llevado a cabo por la selección del Vasco Aguirre, un advenedizo demagogo antisemita y ultranacionalista llamado Adolph Hitler fue a dar con sus huesos a la cárcel en 1923. Ahí rumió su fracaso, escribió un libro infumable (Mein Kampf) y estudió los métodos de otro demagogo de extrema derecha, Benito Mussolini, que sí había alcanzado el poder. Hitler llegó a la conclusión de que buena parte del éxito del calvo italiano se debía a que había "ganado la calle" mediante sus escuadras paramilitares, las Camisas Negras. Estas eran bandas de golpeadores, que amedrentaban a la población, tamboreaban a los enemigos del fascismo y aterraban a las autoridades legítimas de Italia, que eran tan eficientes y respetadas como las mexicanas de hoy en día. Hitler decidió copiar los métodos de Mussolini, y desde la cárcel ordenó crear una organización semejante. Nada más le cambió el color (y el diseño, que estaba más bien chafa; era alemán, no italiano) a las camisas, que resultaron pardas. El nuevo grupo de choque recibió el nombre de Sturmabteilung o Cuerpos de Asalto; y todo el mundo los conocía como las SA.

Las SA estaban formadas por vagos, desempleados, exdelincuentes (muchos por delitos sexuales) y gentuza con más músculo que cerebro, a la que le encantaba imponer la ley del más fuerte. Pronto las autoridades de la República Alemana, crónicamente débil, se vieron rebasadas por esta organización, que se apoderó de los espacios públicos de buena parte de Alemania. Los únicos que les hacían frente eran los comunistas, igual de bien organizados, y que no tenían empacho en agarrarse a tubazos, cadenazos o ladrillazos con sus contrincantes en plena calle.

Cuando Hitler salió de la cárcel, en 1925, decidió no confiar su seguridad personal a esa ranfla de rufianes. Formó otro cuerpo paramilitar, pero éste superescogido y superentrenado, personalmente leales a él y con uniformes mil veces más elegantes: las Schutzstaffel (Guardia de Protección), que pronto sembrarían el terror en toda Europa paseando su símbolo rúnico: SS.

Hitler llegó al poder en enero de 1933 y, como si fuera discípulo de Chávez, hizo cuanta maroma legal se le ocurrió para perpetuarse en él. Para fines de la primavera de 1934, los únicos obstáculos para convertirse en un dictador en toda forma y hacer su muy nazi capricho eran tres: el primero eran las SA, encabezadas por un delincuente sexual (pero organizador muy capaz) llamado Ernst Röhm, quien quería un pedazo más grande del pastel del poder, y que Hitler profundizara la revolución populista-proletaria que había prometido. A nadie le pasaba desapercibido que las SA cada vez le pelaban los dientes más feo a Hitler, y se rumoraba que Röhm estaba planeando un golpe de Estado. Los otros dos obstáculos eran el Ejército y los grandes capitalistas. Los militares prusianos detestaban el hecho de que hubiera un ejército paralelo, formado por pelagatos y con uniformes color popó-de-niño-chiquito. Los capitalistas no querían que sus hijas compartieran acera con esas bandas de pelafustanes que, para colmo, ahora eran autoridad.

Hitler dio un golpe maestro: en una noche eliminó a su principal rival, e hizo creer a militares y capitalistas que les había hecho el favor; por ello, durante años esas dos castas creyeron poder controlar a Hitler. Se equivocaron de pe a pa; y de ahí p'al real

En la noche del 30 de junio de 1934, escuadras de las SS perfectamente adiestradas salieron a buscar a los principales cabecillas de las SA, listado en mano. En cuanto los encontraban, los ejecutaban sin mayores miramientos. Los asesinatos ocurrieron a lo largo y ancho de Alemania. Murieron unos 400 jefes de las SA, que para efectos prácticos quedaron decapitadas, y nunca volvieron a ser una amenaza para Hitler.

A la matazón la prensa occidental le puso el lúgubre nombre de "La noche de los cuchillos largos"

Consejo no pedido para ser considerado "El verdugo (de moyotes) de Torreón Jardín": vea "Los malditos" (La caduta degli dei, 1969), de Luchino Visconti, sobre las relaciones entre el Gran Capital alemán y el nazismo. El clímax de la película es La Noche de los Cuchillos Largos. Provecho.

PD: Pssst: ¿Ya fue a votar? Por quien sea (o no sea), pero vote. Luego no se ande quejando.

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