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Pequeñeces/Los cuarenta

Emilio Herrera

Los cuarenta fue una década de primera. Esto me lo recordó el cómico norteamericano Jerry Lewis que en la pantalla televisiva contó su propia vida el martes último por la noche.

Por aquellos años en los teatros y cines de allá y de aquí, no que sobraran pero había cómicos en abundancia, cómicos sin afán de moraleja, cómicos cuya única aspiración era hacer reír a quienes los veían y que lo conseguían. Por esos años, recuérdese, Chaplin hizo “El Gran Dictador” y nuestro “Cantinflas” se aventó su primer largometraje: “Ahí está el detalle”.

A principios de esa década la computadora dejó ver lo que realmente iba a ser en el futuro para el hombre: una gran ayuda para quienes, desde el principio la adoptaron y un gran problema para quienes, apenas ahora se dan cuenta de que su existencia es real.

En la capital se comenzó a trabajar menos en los negocios particulares que daban a las calles, porque quienes trabajaban en ellos comenzaron a descubrir que las mujeres tenían piernas; que su cuerpo estaba formado por cabeza cuerpo y extremidades, pero, particularmente extremidades inferiores y cuando las jovencitas más atrevidas, las que, en cuestión de modas, son siempre las primeras, empezaban a pasar por las calles con las primeras faldas cortas, a media pantorrilla, los dueños y empleados de aquellos negocios en tropel abandonaban los mostradores y escritorios para asomarse a las puertas para verlas y con los ojos se les iba el deseo de seguirlas. Y si esto pasaba en las calles ya se podrán ustedes dar cuenta de lo que podía ser en los teatros y otros centros nocturnos de reunión. Las artistas con poca ropa se pusieron de moda y lograron que los cinéfilos se olvidaran de los cómicos, a menos que fueran muy buenos, como el nuestro que mencionábamos y que estaba en pleno arranque.

Fueron los años, también, en que se filmaron, no solamente la inolvidable “Casa Blanca” por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman sino muchas de aquellas estupendas revistas musicales que no sé por qué la televisión no repite, o no lo hace con más frecuencia, acaso sea porque la pantalla doméstica es demasiado chica y el esplendor de aquellos espectáculos necesita de la del cine para lucir.

Entre nosotros fueron los años en que nos llegaron Peyrallo Carbajal y Pedro Garfias, aquél, lo primero que aquí hizo fue, andando sin parar por el pequeño escenario, contarnos cosas de Rubén Darío, haciendo salir a todos los asistentes con el propósito de releerlo; y el segundo diciéndonos una serie de poesías españolas como “Una Cena”, de Baltazar de Alcázar; “Quien supiera escribir” de Campamor; “Pena y alegría del amor”, de Rafael de León; “El Piyayo”, de José Carlos de Luna; y muchas otras más sin olvidar las de Antonio Machado, ¿qué lo iba a olvidar!

No creo que eso de que “todo tiempo pasado fue mejor” encierre una verdad, al menos no lo es para todos, pero, desde luego que sí lo es para quienes vivieron ese pasado, que fue lo que hicimos nosotros.

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