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La isla bonita

Patricio de la Fuente González-Karg

-Primera Parte-

Regreso a mi casa editora después de un largo paréntesis, eterno diría yo. Presiento que ahora sí la estancia será permanente.

Emprendo el vuelo lleno de una emoción desbordada. Y es que viajar ha sido siempre para mí aventar una moneda al aire, iniciar la construcción de un destino plagado de incertidumbre, en fin, buscar alejarme de aquello que aborrezco: la existencia vulgar y cotidiana que supone seguir un horario monótono, preestablecido y cuya consecuencia siempre termina siendo la pérdida de aquella capacidad para vivir con los sentidos en alerta.

A Cuba voy en esta ocasión. Procuro alejarme de prejuicios y tendencias ideológicas para así plasmar, narrar con la mayor nitidez posible mis impresiones sobre un país con el cual tenemos vínculos históricos de gran importancia. A la isla caribeña la tengo grabada desde aquellos tiempos donde solía leer con voracidad los postulados socialistas y como todo joven perseguía entender un sistema sin el cual el siglo veinte es simple y llanamente incomprensible. Y por qué no, a mis veintitantos años me sigue persiguiendo la quimera de una sociedad justa. El hombre, al fin y al cabo, es un eterno perseguidor de sueños.

__________

Llegamos Chaillot (mi madre) y yo al aeropuerto internacional José Martí en una mañana calurosa. Me recibe un oficial de aduanas con gesto adusto y cara de pocos amigos. Revisa mis documentos, busca en la cara de este escribano algún dato revelador, tira a quemarropa preguntas de toda índole y es ahí cuando caigo en la cuenta de que el delirio de persecución y la desconfianza reina en ciertos sectores. Esta tesis la termino por confirmar cada día de permanencia en la nación caribeña.

Obra de arte la terminal. Y a la salida esperándonos un auto con aire acondicionado -aditamento de lujo exclusivo para turistas-. El trayecto a La Habana vieja es suave, casi sutil transitar por caminos y carreteras dignos de cualquier ciudad europea. Luego viene el hotel, palacete colonial restaurado, con precios y productos, sí, también para extranjeros.

En las paredes del patio fotos del ex presidente norteamericano Jimmy Carter. Hace poco tiempo visitó la isla y fue recibido por el Comandante Castro. Su estancia en el país resultó emblemática: en el fondo era la tardía aceptación de que el bloqueo económico hacia Cuba había sido un injusto y garrafal error que debía remediarse con la mayor celeridad. Entonces creía yo que la presión del otrora mandatario podría aliviar un poco la situación, tristemente George Bush Júnior –hombre que jamás me merecerá respeto y para el cual tengo reservados toda clase de improperios- se encargó de ponerle a Carter un “estate quieto” y ahí murió el asunto.

Mis viejos cuatro lectores seguramente recordarán que tengo gran facilidad para entablar conversación con los barman de hoteles, restaurantes y centros de vicio, perdición y promoción de la moral laxa que tanto aplaudo. Un buen cantinero, además de gran conversador termina tornándose en confesor y amigo anónimo que con celosía guardará nuestros secretos más profundos. En este viaje inevitablemente termina pasando lo mismo: después de tres mojitos siento que el cuate me está agarrando cariño. Esto trato de aprovecharlo para que Javier se convierta en una fuente que calme mi sed periodística.

Hay una constante entre los cubanos: todos saben lo sofisticados que pueden ser los servicios de inteligencia y por ello son renuentes a hablar en contra del sistema. Critican la falta de alimentos y servicios pero siempre lo hacen cuidando no atacar al régimen y mucho menos a su Comandante Supremo. Dicha actitud la entiendo perfectamente dado que cualquier persona puede ser un informante del Ministerio del Interior. Además es sabido que los teléfonos están intervenidos, hay micrófonos en todos lados y hasta las paredes hablan.

Si soy objetivo termino por justificar (nomás tantito) la posición del gobierno. Espías yanquis que buscan la desestabilización del régimen los hay en todas partes, por ello el especial cuidado. Digo, que ese gusto que tienen por grabar conversaciones no es nuevo y si no pregúntenle a Vicente Fox, único mexicano que parecía no estar enterado de esta situación especial.

Emprendemos la caminata. Empiezan a abordarnos los primeros cubanos ya en plena calle. Son un pueblo culto que tiene mucho qué decir, orgullosos de su historia e interesados en conocer la realidad de otros países. Ven al turista como una opción tangible para contactarse con latitudes a las que no tienen acceso más que a través de los libros y el poder de la imaginación. También el visitante es sinónimo de divisa extranjera, paliativo que ha venido a aminorar la difícil situación económica de un pueblo que ha resistido con templanza, estoicismo y dignidad los abusos gringos aunado al inevitable desgaste que conlleva la larga permanencia del régimen comunista.

Hago en La Habana lo que en la Ciudad de México me es imposible: caminar tranquilamente. Para cada cuadra un agente de seguridad al que los nacionales miran con una mezcla de respeto y miedo intrínseco. Grandes diferencias con nuestra patria señaladas puntualmente por Don Julio Scherer: voy paseando por una calle; del lado izquierdo viene un policía y del derecho un ratero. Termino por pasarme al derecho pues al menos ello me ofrece una posibilidad de error.

Ya al atardecer conocemos a Elena, custodia de un museo. Bien entrados en la charla revela su profesión verdadera: abogada. Y así como ella botones de hotel que estudiaron ingeniería industrial, médicos trabajando de meseros y arquitectos conduciendo un taxi. La revolución logró alfabetizar a la población y hacer de cada cubano un profesional preparado. Lo que nunca previó fue un futuro donde el potencial intelectual y el talento estuvieran cooptados por una situación económica, política y social sumamente singular.

Regresamos al hotel para tomar un baño y prepararnos para una noche que promete ser de antología. Sigue el calor en todo su apogeo y entonces mi madre hace un comentario de ésos que cimbran y dejan pensando a cualquiera: Mira Pato, este pueblo ha sido capaz de resistir muchas cosas, pobreza extrema entre ello, gracias en parte a un clima propicio y amigable. Probablemente las cosas serían distintas si el frío desgarrador característico de los regímenes comunistas de Europa hubiese reinado aquí. Quizá.

Continuará...

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