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La economía, la ciencia lúgubre

JULIO FAESLER

Hace algunos años, Thomas Carlyle llamó a la economía "la ciencia lúgubre". El gran escritor en temas políticos y sociales sacó esa conclusión de tanto que en su momento se escribía sobre el tremendo futuro que, según el reverendo Thomas Malthus, le esperaba a la humanidad cuando ya no bastara la producción de alimentos para darle de comer a una población mundial en constante aumento. La ley de rendimientos decrecientes era inexorable. De nada serviría invertir más recursos a la agricultura porque su productividad no respondería en igual medida. El hambre universal era inevitable.

Afortunadamente con el tiempo la aterradora tendencia viró su rumbo. Las semillas mejoradas y fertilizantes de la Revolución Verde, originada en México, generarían ciertamente otro tipo de problemas, los de distribución y de almacenamiento ineficientes que ahora son la irónica explicación de las horrendas hambrunas en algunas regiones de África y Asia.

Ahora vivimos una nueva racha de sentenciosas evaluaciones, con sus correspondientes predicciones de desastres que se reiteran y suman, sobre la profunda recesión y la histórica caída de la producción mundial y de la nacional que le sigue a la zaga.

Su mensaje más grave alude a las perspectivas del trabajo en México Según el INEGI este año 714,500 trabajadores se incorporarán a las filas del desempleo que a su vez alcanzará la cifra de 2'366,000 personas, un 5.5% de la Población Económicamente Activa.

Una reciente declaración, simple y franca, de un alto funcionario federal anuncia que muchas empresas van a perecer en el camino. Sin duda. Si a la vista están los atronadores derrumbes que arrasan a los gigantes industriales y financieros más clásicos de Estados Unidos y de otros países industrializados, ¿qué suerte podría esperarle a algunas de las medianas y pequeñas empresas de México, país apenas "emergente"?

La lucha empresarial por la sobrevivencia se hace cada vez más intensa. La única esperanza que se vislumbra es que un resultado de la crisis sea la "recomposición" del aparato productivo. Es posible, se nos dice, que las ramas textil o del calzado se reposicionarán en el mercado interno o internacional.

Quizá la versión original de la entrevista periodística del subsecretario no haya sido tan deprimente como lo que reflejó la prensa. Él mismo menciona que la política de compras del Gobierno, y particularmente las de las paraestatales, favorecerá a la industria mexicana que fabrica equipos y componentes. El Fideicomiso creado en Pemex cuenta este año con 5 mil millones de pesos para apoyar la proveeduría de la paraestatal y en 2010 tendrá 2,500 millones.

Para que esa finalidad se cumpla, los proveedores mexicanos deben gozar, cuando sea necesario, de alguna forma de preferencia sobre los extranjeros. Las empresas de pequeña y mediana dimensión no están obligadas a someterse al requisito de licitar sus cotizaciones al Gobierno, lo que abre la perspectiva de asignaciones directas. México no ha firmado aún el Acuerdo de Compras Gubernamentales que promueve la Organización Mundial de Comercio (OMC) con lo que no estamos constreñidos a aplicar con absoluto rigor el principio de trato nacional a todas esas adquisiciones.

Hay precedentes internacionales para favorecer lo nacional. Los legisladores y funcionarios norteamericanos insisten en que las reglas de la OMC no se violan con la Cláusula Compre Americano (Buy American Clause) que el Senado exigió condicionase los financiamientos de rescate que el presidente Obama autorizó para reanimar la economía. En esto Estados Unidos se parece a China que cuyo Gobierno recientemente dictó instrucciones precisas a sus oficinas de preferir los productos chinos en las compras. Se tiene intención de incluir esta provisión en la legislación nacional.

Nosotros mismos, acabamos de cerrarle la puerta a una lista de artículos norteamericanos como una declarada represalia por la negativa de cumplir el compromiso en el TLCAN de permitir camiones y chóferes mexicanos entrar al territorio norteamericano. Si lo hemos hecho en este caso, no hay razón de dejar de imponer modalidades a las compras de productos extranjeros cuando, como es el caso, hay motivos razones para proteger nuestros artículos de la competencia extranjera desleal.

La razón más importante que justifica la preferencia que hay que dar a nuestros productores es la de frenar la drástica caída actual de empleo promoviendo con medidas tangibles a los sectores agrícola, industrial y de servicios. Al los gobiernos toca orientar, inspirar e impulsar la actividad del aparato económico. Para hacerlo, tienen que defenderlo no dejándolo expuesto a las corrientes ciegas del mercado.

La economía no tiene que ser lúgubre. Sirve para ser la luz en el túnel.

Mayo de 2009

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