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Tragedias de la migración

EL COMENTARIO DE HOY

FRANCISCO AMPARÁN

Ya lo hemos dicho muchas veces: como México no hay dos: hay veinte. O treinta. Países mal gobernados, con políticos ineptos, pusilánimes o simplemente idiotas, e incapaces de darle a sus poblaciones un mínimo de bienestar constituyen, de hecho, una mayoría en este mundo. Si a eso le añadimos las relativas facilidades que existen para transportarse en el siglo XXI, con lo que nos encontramos es una enorme ola migratoria, que usualmente rompe de sur a norte, y que abarca muy distintas riberas.

Por supuesto, el fenómeno mejor conocido es el de la migración de mexicanos y centroamericanos que huyen a los Estados Unidos, porque los políticos de esos países son incapaces de ver más allá de sus narices, son increíblemente rapaces, inútiles y corruptos, y se la pasan discutiendo tontería y media en lugar de ponerse a promover las reformas que saquen a sus conciudadanos del marasmo secular en que se encuentran. ¡Ah, y mamando del presupuesto y evadiendo el impuesto sobre la renta!

Pero el fenómeno se repite en muchas partes del mundo: magrebíes usando a España y las Canarias como trampolín para llegar a Europa; paquistaníes y palestinos sobándose el lomo para construir los rascacielos de pésimo gusto que se están levantando en Dubai. Filipinos viajando al Oriente Medio y Japón para servir como sirvientas, camareras, albañiles y obreros no calificados y pésimamente pagados. La lista sigue y sigue.

Detrás de todo ello hay innumerables tragedias y desgarramientos. Uno reciente ha llamado la atención de la opinión pública mundial.

Una pareja filipina, Arlan y Sarah Calderón lograron hace quince años la hazaña de colarse como indocumentados a Japón, uno de los países más cerrados a la inmigración, más homogéneos racialmente, y más xenófobos que hay. Los Calderón consiguieron una hazaña mayor quedándose a residir (¡sin papeles!) en el Imperio del Sol Naciente, en donde procrearon a una hija. Para no desentonar, la llamaron Noriko. La niña sólo habla japonés, y no ha conocido otra sociedad que la japonesa.

El caso es que las autoridades cacharon feamente a los Calderón, y decidieron echarlos. Al matrimonio, no a la niña, porque ésta es nipona por nacimiento. Los Calderón movieron todos los engranajes del sistema judicial japonés, pero finalmente la Suprema Corte falló en su contra: fueron expulsados del país.

A la niña se le dio una alternativa a la que no se debiera enfrentar ningún infante: padres o país. Noriko no conoce Filipinas, no habla el idioma ni sabría conducirse en un país tercermundista. Decidieron que se quedara en Japón, al cuidado de una tía cuyo estatus como residente, para colmo, está en veremos.

Una familia destruida, una hija separada de sus padres. Una tragedia del planeta globalizado

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