México, (EFE).- Los mayas, una de las civilizaciones más importantes de América junto con la azteca y la inca, no fueron pacíficos intelectuales como se pensaba hasta hace poco y la guerra fue muy importante para ellos.
Las últimas investigaciones sobre este imperio, que abarcó 400.000 kilómetros cuadrados de la selva tropical de México, Guatemala, El Salvador y Belice, han quedado reflejados en la nueva Sala Maya del Museo Nacional de Antropología, que reabrió sus puertas este mes después de tres años de una remodelación encabezada por la arqueóloga Amalia Cardós.
"Probablemente no hayan sido tan sanguinarios como los mexicas (aztecas, cuya ferocidad ha sido fuente de polémica a raíz de una exposición en Europa), pero sí era muy importante la guerra para ellos", afirmó Cardós en entrevista con EFE.
La curadora de la exposición indicó que los mayas usaron la guerra para mantener y afianzar su poderío, así como para conseguir esclavos y ofrendas para sus dioses.
Al igual que los mexicas tuvieron juego de pelota, asociado a rituales religiosos y que concluía con ofrendas humanas a los dioses.
Un marcador del juego de pelota en forma de disco que combina formas geométricas y humanas, elaborado alrededor del año 591 de esta era y considerado como una de las "obras maestras" de la colección, así como varias figurillas que revelan los atuendos de los guerreros, demuestran estas afirmaciones.
Son tocados repletos de color y trajes acolchados. Además, los guerreros iban pintados de negro para atemorizar a sus adversarios.
Los mayas no sólo fueron excelentes matemáticos y astrónomos que elaboraron un calendario aún más exacto que el se usa en la actualidad.
Fueron capaces de crear un imperio, estratificado en castas y distribuido en ciudades-estado, que sobrevivió 3.000 años hasta decaer por razones desconocidas hacia el año mil de esta era.
Aunque sobrevivió hasta poco antes de la llegada de los españoles, ya se encontraba muy debilitado y su último enclave importante, Mayapán, al oeste de la península de Yucatán, sucumbió en 1441.
La remodelada Sala Maya cuenta con más de 700 piezas en exhibición (la mitad nuevas), una réplica de la fachada del templo Sayil (en Yucatán), tres dinteles de Yaxchilán (Chiapas) con figuras antropomorfas y jeroglíficos y cinco portaincensarios de Palenque, tres de ellos recién restaurados.
Además, posee una lámina de roca descubierta en noviembre pasado por el arqueólogo Juan Yadeón en Toniná (Chiapas) que muestra cuando uno de los héroes gemelos, cuyas aventuras narra el Popol Vuh (el libro sagrado de los quichés de Guatemala), derrota en el juego de pelota a los dioses del inframundo y libera a los hombres del frío y la oscuridad.
También retorna tras ser exhibida en Italia y Alemania una de las piezas más bellas de la colección, un platón que imita la figura de una calabaza partida a la mitad y que tiene alrededor de 3.000 años.
Otras obras que llaman la atención son dos platos pintados, uno con figuras geométricas que fue decomisado en la zona del Petén (sureste del país) y otro con un mono araña negro enroscado.
Pero, sin lugar a dudas, la estrella de la muestra es la tumba de Pakal II, bajo cuyo gobierno la ciudad de Palenque (en la selva chiapaneca) alcanzó su esplendor.
Su máscara mortuoria fue reconstruida y hoy se le exhibe nuevamente tal como fue encontrado, en una réplica de su sarcófago de piedra tallada, con sus joyas y máscara de jade y muchas ofrendas, en lo más profundo de la pirámide de las Inscripciones.
Amalia Cardós comentó que ésta es, precisamente, una de las mayores novedades de la nueva sala junto con la lectura epigráfica de los monumentos con inscripciones jeroglíficas que han logrado ser descifrados y que ayudan a desvelar, al mundo, el enigma de los mayas.
