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Julieta

La laguneras opinan...

Rosario Ramos Salas

Elijo escribir sobre sus testimonios y experiencias y deseo que sean ejemplo para los jóvenes que miran con desencanto el país en el que van a trabajar, si es que encuentran un empleo honesto. Por eso muchos prefieren arriesgarse y cruzan al otro lado, otros son presa de negocios ilícitos, atraídos por dinero fácil. Algunos más, desesperanzados van de trabajo en trabajo y no han aprendido, o no les hemos enseñado que los éxitos no llegan en un pestañear, que se logran con paciencia, constancia y voluntad. Con trabajo honesto.

Ese viaje fue decisivo en mi vida, me dice con gusto. Descubrí que la belleza era lo mío, y regresé convencida que era una profesión a la que quería dedicar mi vida.

Encuentro a Julieta en el lugar de su trabajo, el salón de belleza que construyó con su esfuerzo hace cuarenta y siete años. Es un espacio alargado, peinadores funcionales de color negro y cómodos sillones. En una de las paredes cuelgan orgullosos sus diplomas de cursos y seminarios otorgados por escuelas de alta belleza, de muchas partes del mundo.

Mientras el mundo y nuestro país atraviesan por una crisis global sin precedente, de la que muchos hablan y pocos saben cómo habrá de terminar, existen personas a nuestro alrededor que día a día trabajan con tenacidad, optimismo, honestidad y amor a nuestra patria.

Elijo escribir sobre sus testimonios y experiencias y deseo que sean ejemplo para los jóvenes que miran con desencanto el país en el que van a trabajar, si es que encuentran un empleo honesto. Por eso muchos prefieren arriesgarse y cruzan al otro lado, otros son presa de negocios ilícitos, atraídos por dinero fácil. Algunos más, desesperanzados van de trabajo en trabajo y no han aprendido, o no les hemos enseñado que los éxitos no llegan en un pestañear, que se logran con paciencia, constancia y voluntad. Con trabajo honesto.

Julieta me platica sobre sus logros, mientras atiende a una clienta que vino a peinarse porque va a salir de viaje. Sus manos se mueven con gracia, al tiempo en que desliza el cepillo con soltura. Ha servido ya a cinco generaciones de mujeres. Y a cada una le ha entregado lo que ha sido su vocación durante más de cincuenta años, el campo de la belleza. No sólo la técnica aprendida les ha dado, sino el amor y cuidado que pone en cada persona, su capacidad para acompañar a sus clientas cuando le cuentan penas y tristezas. Porque ser estilista es ser también psicóloga y maestra.

Algo que entendió cuando viajó en 1971, por primera vez a Europa a capacitarse. Allá le enseñaron que la belleza era un arte, además de un oficio. Un arte que requería de disciplina, entrega y dedicación. Le hicieron ver que el trabajo con las manos era como el de un artista plástico, “ser estilista es un arte, es moldear con tus manos e ir creando belleza en el arreglo del pelo”, afirma convencida.

Abrió su primer salón de belleza cuando tenía veinte años. Sus valores siempre han sido de servicio a los demás, de esfuerzo y de optimismo. A Julieta la mueve el deseo de nunca terminar de aprender y ser mejor persona cada día.

Alguien le dijo, cuando salió de sexto año, que en el salón Alicia, entonces el peinador más conocido en la ciudad, ofrecían clases de belleza y además pagaban. Llegó septiembre y las circunstancias de la vida la llevaron a ser lo que es hoy. Su padre murió y ella, que era la mayor de siete, tuvo que seguir trabajando. En el Alicia estuvo seis años y desde el primer día descubrió la facilidad que tenía para el arreglo del pelo. Luego peinó clientas en su casa, les lavaba el pelo en el lavadero. En ese tiempo estaban de moda las pastillas o anchoas antes del peinado. Vino luego la época del permanente, años después los tubos y el secador y ya más tarde secar con pistola de aire.

Nada le quitaba la idea de seguir estudiando. Aprendió inglés antes de viajar al extranjero. Cuando ya era mamá de cuatro hijos cursó secundaria y preparatoria. Quiso ir a la universidad, pero decidió que en lugar de dedicar ese tiempo a la carrera lo utilizaría para reunir dinero y ofrecer becas a jóvenes que buscaban seguir estudiando.

Antes había pedido dinero prestado para abrir un saloncito en una cochera que le rentaron y que habilitó como su primer peinador, Belleza del Prado. Lo curioso es que la clientela siempre ha dicho voy con Julieta. Dos años transcurrieron en el local rentado hasta que compró un terreno y construyó el edificio donde todavía trabaja.

Julieta es ejemplo de constancia, esfuerzo y humildad. Lo más importante de su empresa son sus clientas. Soy lo que ellas me han dado, reconoce con humildad. La amabilidad y la sonrisa con las que las recibe, conmueven.

Nada es difícil para una mujer como ella. Su filosofía ha sido ahorrar para el futuro. Enseñarnos a trabajar y hacer bien las cosas.

Así ha ido transcurriendo su vida. Está orgullosa de sus cinco hijos, todos profesionistas, de sus nietos y el respaldo que ha tenido de su marido y sus hermanas.

No duda cuando le llaman para ir a peinar o a cortar el pelo a enfermos que están en una cama de hospital o son enfermos terminales. Con su talento y don de servicio les hace sentir mejor, al devolverles algo de su salud.

-Hasta lavar la cabeza tiene su chiste, -dice y por eso sigue al día, capacitándose. Cuando le pregunto que cómo le gustaría que la recordaran, contesta, sin dudarlo, -como a Don Benito Juárez, por su firmeza de carácter, por tomar decisiones firmes, porque no se arredraba ante los problemas, porque cumplió con su misión y su vida no fue en vano.

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