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Magdalena Briones Navarro

La sustentabilidad de la vida en la Tierra parece más difícil cada día dado el incremento de los peligros a que se enfrenta, muchos de ellos producidos por la especie humana. O sea, que a la general indefensión frente a peligros naturales: radiaciones cósmicas, ruido, incendios, sequías, tornados, huracanes, derrumbes, sismos y volcanes, se suman peligros químicos en el aire, el agua y los alimentos; peligros biológicos causados por virus y bacterias, y peligros biosociales: “condiciones de vida y de trabajo, alcoholismo, tabaquismo, consumo de drogas, (usos y) conducción de transportes, asaltos y actos criminales, relación sexual insegura y pobreza”.

Es cierto que los peligros físicos, químicos y biológicos siempre han existido, solamente que la intromisión del hombre en la Naturaleza, para asegurar su propia vida, no ha sido ni suficientemente prudente ni ha contado con los conocimientos necesarios para evitar o al menos mitigar fenómenos dañinos a su existencia. Lo notable es que hoy por hoy, a pesar de la ampliación en muchas líneas del saber aclaratorias de causar daños al ser humano y a la vida en general, se utilizan profusamente sustancias tóxicas, carcinógenas, mutágenas (cambios hereditarios en las moléculas del DNA de los genes que se encuentran en los cromosomas) las que rarísimamente son benéficas; y teratógenas: “sustancias químicas, agentes ionizantes y virus que causan defectos congénitos… (de nacimiento)… como la cafeína, los bifenilos policlorados y metales pesados como arsénico, cadmio, plomo y mercurio”.

No todos los daños a los organismos son transmisibles o contagiosos, por ejemplo: trastornos o disfunciones cardiovasculares, enfermedades respiratorias crónicas etc. “Una enfermedad transmisible es causada por organismos vivos (bacterias, virus, gusanos parásitos) que pueden ser diseminados de una persona a otra por el aire, el agua, los alimentos, líquidos corporales y, en algunos casos, insectos y otros transmisores no humanos (vectores). Ejemplo: las enfermedades de transmisión sexual, el paludismo, esquistosomiasis, elefantiasis, la enfermedad del sueño y el sarampión”.

El mundial incremento de la pobreza, acentúa el hacinamiento de la población, la falta de servicios, saneamiento deficiente, la desnutrición, la educación, la promiscuidad y quizá, también, los deseos de fuga (vicios, suicidios, actos criminales), aunque al parecer éstos también se han incrementado en las clases ricas y millonarias. Aquí cabría analizar largamente el porqué del deseo o el apremio de fuga que la causa en situaciones tan disímbolas. ¿Qué es lo que origina tanta angustia, tanta insatisfacción e impotencia? ¿Cuál de nuestras prisiones es tan general e inescapable que señorea por doquier y sobre todo? ¿Habremos envejecido a tal punto que ya es imposible renovarnos?. Volviendo al tema: están ahí, frente a nosotros, causas y efectos de la pobreza y de la riqueza, de los riesgos físicos, químicos y biológicos que corremos, los cuales afectan el presente y al futuro en cadena a toda la existencia. Vemos los desbalances y los extremos negativos a que hemos llegado, el desperdicio de vidas y talentos, de bienes naturales comunes; agotamos unos y otros sin cesar en obsequio del “Progreso”, pero cada vez hay más insatisfacción, más distancia y menos empatía con nuestros congéneres, y obviamente mayor soledad e intrascendencia personal. La soledad, en términos de individualidad imposible de ser intercambiada, es inevitable, pero la presencia ajena recibida, hecha conciencia, es fuente de intercambios emocionales y conceptuales, enriquecedores, precisamente por reflejar experiencias y conclusiones que nosotros no recorrimos ni logramos, ni quizá lo hagamos; en cuanto a los tiempos de intimidad, sin gente alrededor, son preciosos si se utilizan para hacer recuentos, sintetizar ideas y métodos de acción, deseos y metas. Son altamente creativos. Por lo tocante al deseo de trascender, se consigue solamente en función de aportaciones para el mejoramiento de la especie a corto y largo plazo. Las persona no trascienden por voluntad propia. Trascienden sus buenos actos, sus buenas ideas, sumados a otros que favorecen y mejoran la vida entera. Luego, el deseo de trascendencia debería estar satisfecho plena, íntimamente al interior de cada persona tan consciente de la fugacidad de su vida y el recuerdo ajeno como de su coadyuvancia al efecto benéfico posterior una vez universalizado.

Si el hombre actual quiere trascender, debe cuidar su entorno, pensar en y para el mejoramiento de su especie, sobre todo en convertirla en algo especialmente generoso, tanto para que la trama de la vida se mantenga sana, óptimamente, como para que el propio hombre pueda aspirar al perfeccionamiento y vigencia de sus mejores cualidades. Sin lograr tal meta, sobraría conseguir viajes y acomodos estelares; sólo iremos a estropear la vida lograda allá y luego matarnos nuevamente y hacernos infelices los unos a los otros por los siglos de los siglos.

Citas: G. Tyler Miller, Jr. Ecología y Medio Ambiente. Ed. Iberoamericana, México 1994.

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