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El fracaso de los partidos

Jorge Zepeda Patterson

No se puede vivir con ellos. Pero tampoco se puede vivir sin ellos. Los partidos políticos en México se han convertido en algo tan imprescindible como desacreditado. Todos están bajo el escrutinio y la crítica, pero siguen siendo la vía fundamental para participar en política. Por desgracia, es una vía en la que muchos mexicanos no creen. Los datos al respecto son contundentes: en las elecciones del seis de julio pasado, apenas votó el 41% de los electores.

Y el grueso de ellos no votó abrumadoramente a favor de un partido en especial. Esto significa que el PRI, que alcanzó la mayor proporción con un 37% de los que acudieron a las urnas, apenas captó un 15% de los mexicanos en condiciones de votar. Por el PAN votó apenas un 12% y por el PRD alrededor de siete %. Y estas son las tres principales fuerzas políticas del país; de los partidos pequeños mejor ni hablamos.

En esencia sólo uno de cada tres mexicanos votó por alguno de los tres partidos que se reparten el poder en México. En estricto sentido, estamos gobernados por personas y programas que son definidos por una minoría. Sólo uno de cada siete mexicanos en edad de elegir votó por el PRI hace dos semanas; pero ese partido concentrará casi el 40% de los asientos en la Cámara de Diputados. Preocupante.

Desde luego, esas son las reglas del juego de la democracia. No es culpa de la minoría que sí participa que el resto, es decir la mayoría, no quiera ir a votar. Sin embargo, llama a reflexión el hecho de que el sistema que nos hemos dotado para que los ciudadanos participen en los asuntos que atañen a todos, no esté funcionando.

El grueso de los mexicanos no está encontrando en los partidos políticos un canal para participar en política. Este fenómeno podría ser resultado de dos problemas. Primero, podría deberse al hecho de que las personas en realidad no están interesadas en participar en la política. No sería extraño. Un rasgo de las sociedades masivas modernas es el creciente individualismo en las actitudes y patrones de comportamiento de la población. Las personas y las familias se atrincheran en sus propios círculos y cada vez con mayor frecuencia apelan a soluciones particulares ante problemas generales.

La inseguridad, por ejemplo, ha provocado que los ciudadanos se “blinden” en lo particular (cerrando calles, poniendo alarmas, absteniéndose de salir por las noches, etc.) en lugar de presionar para encontrar soluciones como comunidad. México no sería la excepción en esta corriente de despolitización de los ciudadanos que se observa en todo el mundo. La historia reciente del país ofrece suficientes motivos para explicarnos el escepticismo y la falta de confianza del ciudadano en la vida pública nacional.

Segundo, la falta de interés en los partidos podría deberse también a la propia incapacidad de los partidos y no sólo a la despolitización que caracteriza a la vida moderna. Una revisión rápida al estado de los tres institutos políticos refuerza esta hipótesis. El más estable de los tres, el PAN, no logra sacudirse el liderazgo tras bambalinas que ejerce del abogado Fernández de Cevallos, por encima de su dirigente oficial el poco carismático Luis Felipe Bravo Mena. Pero más allá de las personas el verdadero problema del PAN es que no ha sabido ser gobierno, ni ofrecido una visión de país capaz de construir un régimen de alternancia real.

Por su parte, el PRI, sigue siendo manejado por las camarillas del pasado sin relevos reales de dirigentes ni plataformas que respondan a su nueva condición de opositor. Ni Roberto Madrazo ni la maestra Elba Esther Gordillo representan el nuevo México al que pueda aspirar la mayoría de los ciudadanos. Finalmente, el PRD todavía no ha logrado mostrar que constituye un partido y no una organización de clanes políticos. Sacudido por sus propias divisiones y enfrentamientos, no ha tenido tiempo para dedicarse a construirse como partido político de cara a la población.

En teoría los partidos políticos deberían ser el puente entre lo público y lo privado para la participación política de los ciudadanos. El Congreso, que es la cámara del pueblo, está constituido por legisladores que pertenecen a uno u otro partido y están agrupados en fracciones militantes dirigidas por un miembro del partido. Por desgracia, salvo que usted sea un dirigente empresarial, no tiene manera de participar en política, ser candidato o proponer un proyecto de ley, si no participa en un partido. A menos que comience a bloquear calles con sus vecinos o se vaya a la sierra a dejarse crecer la barba para escribir manifiestos y organizar comunidades indígenas. Justamente ese es el riesgo de una sociedad en que las vías institucionales para participar en política están fallando.

Las posibilidades de los EZLN, ERP o asonadas de grupos de poder aumentan proporcionalmente.

Las sociedades que carecen de partidos políticos reales corren el riesgo de ser presas de movimientos mesiánicos súbitos, de caciquismos populistas tipo el de Chávez en Venezuela o, peor aún, de brotes de exasperación súbitos, imposibles de pronosticar. Detrás del enorme abstencionismo de los últimos comicios, detrás de la pobreza de nuestros partidos políticos, subyacen amenazas mayores que tendríamos que comenzar a conjurar. ([email protected])

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