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2.08

Federico Reyes Heroles

Se trata de una nota de interiores de Karla Portugal (Reforma 04/01/09). El lector ha tenido que cruzar los horrores cotidianos de la guerra contra el narco, las desgarradoras imágenes de los muertos y heridos en la Franja de Gaza, para no mencionar las miserias de las politiquerías de todos los días. Allí aparece la nota. En 2009 México llegará a tener una población de 107.5 millones de habitantes. Es información reciente del INEGI. No hay demasiadas sorpresas, sabemos que cada año la población aumenta y de hecho ya no observamos demasiado el fenómeno. Este año se sumarán 868 mil nuevos mexicanos. La reacción común frente a estas cifras es afirmar son demasiados, ya somos muchos. Por eso no salimos de pobres. Como en casi todas las reacciones se pierde la perspectiva.

¿Somos muchos? Depende de qué queramos observar. ¿Estamos apretados? México tiene una densidad de alrededor de 55 habitantes por kilómetro cuadrado. Comparados con los argentinos que tienen 14 o con Australia con 2.6, pues pareciera que estamos apiñados. Pero si nos comparamos con Italia que tiene 190, o con Israel o Japón con más de 330 al igual que India, pues sentiremos cierto alivio. Si la angustia espacial continúa sugiero recordar el caso de Hong Kong con más de 6 mil 600 habitantes en el mismo espacio. Más que preguntar muchos o pocos lo importante es cuál es el estado de la población, está sana, bien alimentada, comunicada, tiene servicios de seguridad social, cuál es su nivel educativo y por supuesto, cuáles son sus ingresos.

Pero la reacción es normal porque no hace demasiado tiempo, digamos en 1970, México tenía una tasa de crecimiento demográfico muy alta, alrededor del 3.5% anual. Eso quería decir que duplicábamos la población en 20 años, pero rara es la economía que puede seguir el paso. Fue entonces cuando aparecieron los primeros demógrafos como Gustavo Cabrera, Raúl Benítez, Francisco Alba o personas preocupadas por ese fenómeno como Víctor Urquidi que en realidad era economista. Fueron ellos los que empezaron a señalar la necesidad de tener políticas públicas para encauzar ese crecimiento. Por fortuna hubo sensibilidad de la entonces primera dama y logramos pasar del “gobernar es poblar” como dicho presidencial a la información que conducía al “tú decides” si no mal recuerdo.

Pero claro las metas se miraban muy lejanas. Las labores del CONAPO por momentos parecían de ciencia ficción “para el año 2000 la tasa de fecundidad (número de hijos por mujer en edad reproductiva) debería ser de 2.2...”, por decir algo. Hubo resistencias muy evidentes entre otros de la Iglesia Católica pero el Estado mexicano continuó con sus trabajos. También ha habido ocasiones en que algún gobernante no tiene demasiado interés en el tema y eso frena las labores. Pero para eso están las instituciones, las burocracias cuando son sanas, para dar continuidad a una labor. A esta actividad se sumaron grupos de defensa de los derechos de las mujeres y otras organizaciones de la sociedad civil como MEXFAM que han venido haciendo un trabajo notable y silencioso. La sociedad mexicana entró a la discusión profesional sobre el tema y, poco a poco, las tendencias empezaron a modificarse.

Por supuesto las variables demográficas, poblacionales van de la mano de otras, económicas, de urbanización, de aislamiento y de nivel educativo, variables llamadas duras. Pero hay otras, las educativas no formales, las culturales, los hábitos y las costumbres. Se dice fácil modificar tendencias, pero en realidad estamos hablando de cambiar la interpretación de la vida. Eso es trabajo duro. México ha cambiado de manera sensible sus patrones de comportamiento. El dilema de fondo provenía del hecho de que no hay país con altas tasas de fecundidad y de crecimiento que alcance en un plazo razonable el bienestar. Las variables poblacionales son, aquí sí, determinantes para el bienestar.

Cuando empezó la denominada “transición demográfica” algunos expertos advirtieron que podríamos llegar a un escenario muy diferente en poco tiempo. El umbral de ese estadio es una tasa de fecundidad de 2.1 hijos por mujer en edad reproductiva. Ese es el número mágico del reemplazo. Por debajo del 2.1 las defunciones rebasan a los nacimientos. Las proyecciones de CONAPO para este año hacen que la campana suene: 2.08 es la cifra calculada. Recuerdo al lector que en asuntos poblacionales las tendencias son muy estables. A menor marginación más cae la tasa, en 279 municipios del país que concentran el 57% de la población nacional, la tasa es aún inferior, 2.05. La población en México tiene hoy un comportamiento mucho más similar al de un país desarrollado que a uno en vías de desarrollo. Hay varios países que cruzaron ese umbral hace tiempo. La nota recuerda como en Italia, España y Grecia, dos de ellos católicos y uno ortodoxo, la tasa ha seguido cayendo muy por debajo del 2.1. O fomentan la natalidad o decrecen o “importan” mano de obra como ocurre en España.

A las proyecciones de CONAPO hay que sumar la experiencia de las entidades expulsoras de población como lo son Michoacán, Oaxaca, Guerrero y por supuesto Zacatecas, entidades que en 2009 verán disminuir su población. Tan lejos que se veía y ahora lo tenemos frente a las narices. ¿Buena o mala noticia? Depende de qué hagamos con ella. Si nos tomamos en serio el problema de envejecimiento y por ende de pensiones, si usamos el bono poblacional que nos dura un par de décadas más, si aprovechamos la incorporación de la mujer al aparato productivo, si comprendemos a cabalidad el enorme potencial de ahorro que tenemos enfrente, el 2.08 puede ser una gran noticia. Si nos cruzamos de brazos pronto seremos un país de viejos pobres.

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