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El aprendizaje significativo ¿qué es y cómo se logra?

Rolando Cruz García

El aprendizaje significativo parece más una extraña expresión que una categoría cognitiva, no es del todo comprendida y sí mencionada en todos los proyectos de reforma curricular; se ha convertido además en la aspiración de todo profesor que se precie de serlo.

Es en contraposición al aprendizaje memorístico y repetitivo, una forma de aprender con sentido, utilizando la percepción, con referentes en la realidad, con el uso extensivo de la comprensión, con aplicabilidad inmediata; es aquel que llama la atención y despierta el interés del que aprende, que se incorpora a la persona y por lo tanto no se olvida.

Quienes lo estudian y buscan lograrlo, son profesores interesados en reflexionar sobre los temas educativos que les permitan mejorar su práctica cotidiana, son personas dedicadas, o al menos, interesadas en la docencia; lo que nos lleva a la reflexión: ¿Cuál es entonces la esencia de nuestro trabajo como profesores? ¿Qué tendrá que suceder para que podamos afirmar que somos mejores docentes?

Al profesor se le exige hoy en día cualquier cantidad de atributos, características y competencias, que pueden desviar la atención sobre la esencia del trabajo mismo. Por ejemplo, es frecuente encontrar opiniones de alumnos, padres de familia o incluso colegas que afirman: “el profesor debe ser un amigo” o “debe ser un facilitador”, etc. pero poco aportamos al logro de su identidad; por el contrario se le presiona y se le confunde, quedando todas esas opiniones sólo en buenos propósitos, sin encontrarle el mismo profesor, el sentido a su labor docente.

Se piensa con frecuencia que la esencia del trabajo del docente es enseñar, pero dicha concepción es propia de los modelos centrados en el profesor y en su desempeño. Podemos analizar esta concepción de modelo educativo en las actividades realizadas por el profesor y por el alumno en el Modelo Centrado en la Enseñanza, el profesor explica los temas en clase, expone sus conocimientos, encarga tareas, elabora exámenes y califica; mientras que el alumno atiende a las explicaciones, trata de adquirir los conocimientos, realiza tareas, se prepara para sus exámenes y aprueba o reprueba.

Como podemos observar, el papel del alumno en este modelo es pasivo y totalmente reactivo; es decir, el alumno reacciona a las actividades realizadas por el maestro. Normalmente, los cursos tienen un gran énfasis en la adquisición de conocimientos; el profesor supone que el reconocimiento a sus alumnos está en función de cuánto aprenden.

Algunos de estos profesores se hacen exitosos por añadir temas a los programas de los cursos para que sus alumnos salgan mejor preparados. Desde esta concepción se asume que para ser mejor profesor es necesario saber más sobre la materia o sobre didáctica.

En contraste, en el otro “Modelo Centrado en el Aprendizaje”, tanto las actividades del profesor como del alumno cambian diametralmente: el profesor diseña actividades de aprendizaje, privilegia los conocimientos previos del alumno, facilita la adquisición de saberes de todo tipo, enseña a aprender y evalúa; mientras que el alumno realiza actividades, reflexiona y contrasta con la realidad, construye su propio aprendizaje y se autoevalúa. El papel del alumno en este modelo no es sólo activo sino proactivo.

Desde esta perspectiva, se puede entender una afirmación tajante y aparentemente paradójica “El trabajo del docente no es enseñar, el trabajo del docente es propiciar que sus alumnos aprendan” (Frida Díaz Barriga, 1998).

Como se advierte, la función del trabajo docente no puede reducirse ni a la de simple transmisor de la información, ni a la de facilitador del aprendizaje. Antes bien, el docente se constituye en un mediador en el encuentro del alumno con el conocimiento. En esta mediación el profesor orienta y guía la actividad mental constructiva de sus alumnos, a quienes proporciona ayuda pedagógica ajustada a sus competencias.

Esta afirmación nos lleva a una reflexión sobre la profesionalización del trabajo docente. Pareciera que el maestro es el único profesional que no siente obligación de rendir cuentas de sus resultados ante nadie. El profesor puede terminar el curso reprobando a gran cantidad de alumnos y todavía sentirse orgulloso; además, las instituciones educativas generalmente ponen más atención en lo que hace el profesor (si es puntual, responsable, usa material didáctico, etc.), que en los aprendizajes que propicia y que obtienen sus alumnos.

La propia UNESCO propone que nuestros alumnos “deberán aprender a conocer, a hacer, a ser y a convivir” (Delors, 1996). Utilicemos las técnicas y estrategias que propicien estos tipos de aprendizajes. En esta perspectiva, los mapas conceptuales por ejemplo, son una herramienta útil para propiciar aprendizajes significativos en estos cuatro pilares.

Probablemente, no existe profesor que no haya escuchado alguna vez esta extraña expresión: el aprendizaje significativo. Sin embargo, habrá que reconocer con humildad que son pocos quienes tienen claro a qué se refiere, cuál es la realidad de su consecución, si es que existen diversas versiones del mismo, estratégicamente cómo se logran y finalmente cómo se evalúan.

Diversas opiniones a fuerza de repetición se convierten también en mitos, que lejos de explicar la expresión, constituyen distractores sobre la esencia del trabajo docente. Hay que destacar que existen varios mitos alrededor del aprendizaje significativo, que confunden y entorpecen sus logros deseables.

Entonces, ¿qué es realmente el aprendizaje significativo y cómo propiciarlo? En la próxima entrega, analizaremos los mencionados mitos y buscaremos las respuestas en los orígenes de esta teoría.

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