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Hora crítica

SOBREAVISO

RENÉ DELGADO

Reclamar la unidad nacional a todos los mexicanos sin excepciones, condiciones, matices ni titubeos es, precisamente, ponerle condiciones por lo bajo a esa unidad.

Cae por su propio peso el reclamo y deja claro que si de convocar en serio a la unidad nacional se trata es menester establecer con toda claridad las bases y los objetivos de ella. Hay, pues, un trabajo político de por medio. Si no es así y la convocatoria es un recurso retórico para salir del paso, vale tanto como una imploración o un ruego. Nada más.

Conviene, entonces, esclarecer de qué se trata. Si, en verdad, tal y como dice el presidente de la República, el país vive una “hora crítica” se precisa de reflexiones y decisiones atinadas, firmes y muy bien calibradas. Mal hecho ese trabajo político, en vez de remontar la circunstancia nacional puede significar otro tropiezo.

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Suena bien convocar a la unidad nacional sobre la base del patriotismo y las páginas de la historia donde la unión o la desunión han escrito gloriosos o trágicos capítulos, pero –por duro que resulte– la unidad de hoy no puede fincarse en el pasado. Exige ubicarla en el presente y, si se puede, en el futuro. Si no es así, la convocatoria puede terminar siendo un llamado a misa.

De ahí, la urgencia de que con toda prudencia y sensatez el Gobierno evalúe primero si estamos en esa hora crítica y, si es así, reconozca la situación en conjunto de la circunstancia nacional.

Si no hay esa prudencia y sensatez, y se comienza a actuar con precipitación más que con rapidez se corre el peligro de generar una situación todavía más grave. Urge, entonces, determinar con toda seriedad si el cobarde atentado cometido en Morelia constituye o no un escalamiento, significado por el ejercicio indiscriminado de la violencia contra la sociedad, por parte del crimen organizado, si finalmente fue éste el autor de la felonía.

Caer en la precipitación sin información dura de lo acontecido puede llevar a una confusión mayor. Ahí está, como el ejemplo, la presunción de que tres personas accidentadas resultan ser sospechosas para, por fortuna, concluir que no tienen vínculo alguno con aquel atentado. Pretender detener la histeria colectiva con alucinaciones esquizofrénicas no alivia nada.

De entrada, se requiere investigar en serio e informar de igual manera.

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Si se concluye que efectivamente se está en otro estadio que configura esa hora crítica y exige de la unidad nacional, entonces es preciso entrar al análisis de la circunstancia nacional para sentar las bases de la unidad. Sin ese análisis de conjunto y la consecuente toma de decisiones, la unidad es una ilusión.

Hoy, el Gobierno tiene múltiples frentes abiertos y en medio o a causa de la emergencia no atina a fijar un orden de prioridades. Asomarse a la realidad advierte de un cúmulo de conflictos y problemas de distinta talla y medida que, al ritmo de su dinámica, mueven el foco de atención y el esfuerzo de concentración de un asunto a otro sin resolver ninguno. Analizar esa realidad obliga a determinar con precisión qué frentes se pueden mantener abiertos, cuáles es preciso cerrar y, a la vez, reconocer si se cuenta con el equipo y las herramientas necesarias para hacerlo y, entonces, sentar las bases de esa unidad.

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La sola agenda y el calendario de estos días constituyen una buena guía de lo que se puede y lo que no se puede hacer, incluso de lo que es preciso sacrificar.

De entrada, más allá de lealtades y amistades, el presidente de la República tiene que decidir si cuenta con el equipo adecuado en el Gabinete político y en el de seguridad para encarar el desafío. No tiene caso mencionar a los funcionarios que carecen de las condiciones técnicas y políticas para no herir susceptibilidades, pero es claro que si no se cuenta con el equipo indicado para afrontar la circunstancia, por buenas que sean las intenciones, malos serán los resultados. Es claro que más de un miembro del Gabinete no cumple los requisitos operativos, técnicos y políticos que la situación demanda. Ignorar ese hecho podría llevar a un nuevo fracaso que, por repetido, sería mucho más que eso.

Si se vive una hora crítica se requiere un equipo coordinado, inteligente, con capacidad de operación e interlocución, capaz de generar confianza en las acciones gubernamentales. Se requiere de ese equipo y también de tener muy claro que hay “socios” de la unidad que, en realidad, son “cómplices” del crimen. ¿Qué hay al respecto del equipo y qué de esos “socios”?

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De salida, es preciso revisar los conflictos y los asuntos que se pueden encarar y los que no.

En puerta está la reforma petrolera que a nadie deja satisfecho y está muy lejos de la que el país necesita. No deja satisfecho al Gobierno, tampoco a las oposiciones perredista y priista, tampoco a los técnicos petroleros, al empresariado y sí, en cambio, se presenta como un motivo más de división y no de unión. Ahí hay que determinar, con toda frialdad, si su precio vale el costo y si el costo se puede asumir en el momento.

Luego está la alianza por la educación que resbala de la promesa de la mejora al pantano de la involución. Y por si eso fuera poco, la rebelión de algunas secciones del sindicato magisterial deja entrever que el liderazgo de Elba Esther Gordillo no tiene la firmeza ni la solidez presupuesta. Puede la lideresa hacer gala de desplantes, pero su reinado comienza a resquebrajarse, se perfila una fractura en el sindicato del magisterio.

Asimismo, en el horizonte inmediato, está el cuadro económico que pasa de la oferta de empleo a la estanflación. Cuáles son los márgenes de maniobra del Gobierno frente a las variables fuera de control. Cómo se va a ir al debate del presupuesto, qué debe ajustarse y qué no, asumiendo que en el vecino del Norte la incertidumbre prevalecerá cuando menos hasta la elección presidencial.

Y, en esa complicada agenda, a semana y media está el arranque del proceso electoral del año entrante que plantea dos desafíos. Uno vinculado con la naturaleza del concurso, esto es, subrayar las diferencias por encima de las coincidencias. Así son las elecciones. Otro vinculado con la perversidad política que en algunos estados –Distrito Federal, Jalisco, Estado de México, San Luis Potosí y Nuevo León– se cifra en la vulneración de la autonomía de los institutos electorales y domesticación de sus consejeros. Se va una competencia, fauleando de entrada al árbitro. ¿Cómo hablar de unidad, cuando se ejercita la división?

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Hablar de la unidad nacional sin fijar las bases de ésta es –por decirlo con suavidad– una quimera con peligro de convertirse en pesadilla.

Si se vive una hora crítica, la convocatoria a la unidad nacional exige una delicada intervención política, grave, pero ambulatoria, una que supone decisiones rápidas, pero no precipitadas e implica necesariamente sacrificios.

Si se está en crisis, se está frente a un problema, pero también frente a una oportunidad. Si se va a insistir en la unidad nacional porque se necesita, es menester fijar sus condiciones y matices en lugar de ignorarlas. De otro modo, a la imploración, el grito o el ruego los va acallar –como en Morelia– el estruendo. Por eso, si es el caso, vale preguntar: ¿cuáles son las bases de esa unidad?

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