POLITICOS, DELINCUENTES, PRISIONEROS
Ruego advertir que el titulo de la colaboración tiene comas. Aun cuando presiento que muchos lectores estarían de acuerdo que al suprimir la primera de ellas, describimos especímenes que como sociedad hemos padecido. Al omitir la segunda… la frase se perfila como expresión del añejo reclamo contra la impunidad en el ejercicio del poder.
¿Solo un juego de palabras? Tal vez. En todo caso no necesitamos inventar el agua tibia. Por ello esta columna reconoce hoy dos lucidas aportaciones que desde la economía y la ciencia política, auxilian a desentrañar “los porqués” de la inseguridad en tanto problema multifactorial, y recuperar esa tranquilidad que como sociedad ya perdimos.
Crimen sin Castigo
Gary Becker, Premio Nobel de economía 1992, ha propuesto, (1968, Crime and punishment: an economic approach. The Journal of Political Economy), que los delincuentes no tienen una forma distinta de razonar al resto de las personas, ya que deciden su comportamiento en función de potenciales ganancias – perdidas, con el fin de maximizar las utilidades de sus decisiones.
No plantea que los infractores de la ley realizan algún cálculo estadístico para determinar su acción. Sino que actúan a partir de comparar las ganancias y los costos potenciales que observan en estos actos. El comportamiento delictivo es una respuesta “racional” a las oportunidades que vislumbran los potenciales delincuentes en un contexto específico de altos índices criminales y de gran impunidad.
De esta forma se plantea que a partir de los beneficios económicos extraídos del crimen organizado y de los bajos costos dados principalmente por la minúscula probabilidad de ser arrestado, de ser sentenciado; la dureza de las penas, e incluso otros asociados a creencias religiosas o éticas, se ponderan dichas variables y se llega a la decisión de; o bien realizar el acto delictivo, o bien recurrir a otros métodos de ganancias económicas.
Dilemas de Prisioneros.
El diseño estructural y las dinámicas del poder en el Estado mexicano son un caballo a mitad del rio. La transición democrática privilegió la división de poderes. Pero también fragmento, (sin mecanismos visibles de re-consolidación) el necesario frente común del poder del Estado ante poderes indeseables como el del crimen organizado.
Trajo consigo la alternancia, con los beneficios del recambio partidos-gobiernos, y la prueba calendarizada ante los electores. Pero hemos llegado a los llamados equilibrios sub óptimos. Donde las partes (en este caso los partidos políticos) tienen mayores e inmediatos incentivos para perseguir exclusivamente sus propios intereses y no cooperar entre si. Aun si el resultado sea el peor para todos.
Es la teoría de juegos y los equilibrios sub óptimos. Aportación de John Nash, Premio Nobel de economía en 1994. Quien lo ilustra con el sencillo ejemplo del dilema de dos prisioneros.
Ambos son sospechosos de haber cometido un delito grave, y han sido detenidos por cometer una infracción menor. En los interrogatorios por separado se les brinda la oportunidad de confesar el delito grave implicando con ello a su compinche, o permanecer en silencio.
Si ambos se mantienen callados, cada uno tendrá una pena de seis meses. Si uno confiesa, y el otro no; el que confiesa quedara en libertad y el otro quedara recluido por cinco años. Si ambos confiesan, cada uno permanecerá tres años en prisión.
Sobre la base de la competencia, y la desconfianza mutua derivada de la estructura de incentivos, lo más probable es que los dos prisioneros confiesen, aunque lo mejor para ambos seria que ninguno soltara prenda. Estamos ante un caso donde la competencia conduce a menores beneficios totales que la cooperación.
¿Habrá que repetir a nuestros gobiernos que existen reclamos sociales, (seguridad, empleos, educación, y salud) donde las luchas entre partidos francamente estorban?
Heriberto Ramos Hernández
