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El gran dilema

JULIO FAESLER

El dilema de producir alimentos o combustibles está dominando la atención mundial. Por la gravedad y profundidad de sus implicaciones seguirá siendo tema de análisis y atención por muchos años.

El asunto se sublima a niveles de gran complejidad económica y social. Se abre una caja de Pandora de interminables discusiones e intereses de todo tipo. Requiere soluciones prácticas de aplicación inmediata antes de que se vuelva definitivamente inmanejable. Y todo se complica aún más al involucrarse el cambio climático mundial y la presión inflacionaria.

Ya desde antes de la repentina alza en los precios de los cereales, 100% en el trigo, 75% en arroz y soya y 30% en el maíz, desde el año pasado se denunciaba la problemática disyuntiva aunque muchos preferían culpar la carestía de alimentos a la nueva demanda de las crecientes clases medias de India y China.

El asunto venía gestándose calladamente desde que Brasil comenzó a promover activamente el cultivo masivo de caña de azúcar para producir biocombustibles y así evitar usar el petróleo como combustible por razones estratégicas y ambientales. Los Estados Unidos siguieron el ejemplo, esta vez con maíz y soya, más por razones estratégicas que por preocupaciones ambientalistas.

La acuciosa necesidad de mayores tonelajes de granos y cereales en el mundo se encuentra con que los gobiernos de muchos países industrializados desde hace más de quince años no han invertido lo suficiente en investigación científica para lograr mejores rendimientos agrícolas y han preferido tomar el camino fácil de mantener la ineficiencia de sus grandes productores subsidiándolos con astronómicas sumas.

El dilema, empero, sigue en pie: alimentos versus combustibles. 800 millones de vehículos que circulan en el mundo más las necesidades industriales y de generación de electricidad compiten con 20% de la población mundial que sufre hambre endémica.

Hace unos días el primer ministro británico Gordon Brown, llamó a examinar el impacto de la producción de biocombustibles en el costo de los víveres. Por su parte, el Phil Bloomer, director de Oxfam, mencionó que los biocoarburantes están vinculados a despojar de su tierra a los pobres.

La crisis de la alimentación es mucho más fundamental y seria que cualquier problema financiero actual en la economía norteamericana, que por mucho que repercuta mundialmente, siempre encontrará solución. El asunto es dramático y persistente para cientos de millones de seres humanos que no tienen alimentación ni siquiera de subsistencia y la carestía los hundirá aún más.

La intolerable ironía está en que las alzas de precios enriquecerán a las grandes transnacionales que dominan el comercio de granos. La especulación es un resultado más.

Se anuncia que ya ha terminado la época de alimentos baratos y que de ahora en adelante nos tendremos que acostumbrar a los nuevos niveles de precios. Esta cuestión tiene muchas aristas, como la del medio ambiente y la inflación. Enfrentarlos implica atacar varios flancos simultáneamente.

La problemática se vuelve más intensa en la medida que se utilicen tierras hasta ahora dedicadas a la producción de alimentos para convertirlas en productoras de combustibles. Esto es más evidente si la reducción de tierras destinadas tradicionalmente a los alimentos ocurre precisamente cuando están aumentando los niveles de vida en los países emergentes, y por ende, su consumo de alimentos.

El problema tiene solución si se está en posibilidad de producir combustibles sin emplear productos agrícolas destinados a la comida humana y animal. Se trata de no solamente de utilizar materias primas vegetales y desperdicios de varios tipos para la producción de biocombustibles, evitando el uso de tierras tradicionalmente dedicadas a la producción alimentaria. Es aquí donde las zonas áridas entran en juego.

El 35% de la superficie de la tierra es desértica, es decir, 45 millones de kilómetros cuadrados clasificados en 12 regiones. México, en concreto, es un país cuyas zonas desérticas como las de Sonora, Chihuahua, Coahuila y San Luis Potosí, están todavía por explotarse en forma sistemática. No ha habido mayor provecho en el pasado que la recolección en condiciones miserables de la raíz de zacatón, ixtle de lechuguilla y cera de candelilla. Dedicar esas tierras al cultivo metódico de plantas para la producción de biocombustibles como jatrofa, convertiría a los desiertos en nuestro más reciente recurso para impulsar nuestro desarrollo.

México así se colocaría a la vanguardia de la producción de biocombustibles sin afectar su producción alimenticia.

Las decisiones deben tomarse pronto.

Mayo de 2008.

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