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El Tíbet. ¿pertenece a China?

Julio Faesler

Desde muchos siglos atrás el Tíbet, es una de las naciones más remotas del mundo que, situada sobre la ladera norte de los Himalayas, mantuvo intermitentemente su independencia. En el siglo VII, el rey Namri Löntsän mandó embajadores a China. Durante la dinastía T’ang el imperio tibetano fue más extenso que todo el conjunto de principados indios. Kublai Khan, el emperador mongol, convertido al budismo, incluyó a Tíbet entre sus reinos. Los tibetanos tuvieron que luchar después contra otras dinastías manchúes para afirmar su autonomía.

Hoy, gracias a la televisión, el mundo entero presencia el más reciente episodio de la dramática novela de un pueblo singular que persiste en retener su cultura y fidelidad a su líder temporal y espiritual, supremo sacerdote y rey, encarnación del Buda Chenrezi, un semi dios: el Dalai Lama que, ahora exiliado, vive en la India.

Al triunfar en 1949 las armas maoístas sobre la República de Chiang Kai Check, las tropas comunistas chinas no tardaron en ocupar el Tíbet. En octubre de 1950 entraron destruyendo monasterios, asesinando monjes y aplastando seculares costumbres para redimir al pueblo de lo que llamaron un feroz feudalismo monacal. Las protestas estallaron en todo el país y Beijing tuvo que firmar en mayo de 1951 un acuerdo por el que dijo reconocer la autonomía del Tíbet, respetando sus instituciones monásticas y políticas y el Gobierno del joven Tenzing Gyatso, nacido en 1935 y recién inaugurado como XIV Dalai Lama.

El 10 de marzo de 1957 los chinos invitaron al Dalai Lama a una representación teatral en Llhasa que los monjes vieron como celada para secuestrarlo. Se replicó con un gran desfile que fue atacado por las tropas chinas. Se sucedieron cinco días de violencias durante las cuales el joven Dalai pudo salir a India que le había ofrecido asilo en el pequeño poblado de Dharamsala, donde sigue viviendo. El relato “7 Años en el Tíbet”, de Heinrich Harrer, que dio clases al Dalai Lama cuando pequeño, ya había concitado amplias simpatías en occidente a favor del ahora acosado monarca.

El nuevo régimen autonómico dejó las Fuerzas Armadas en manos chinas así como las relaciones internacionales. El Gobierno de Beijing se ha dedicado a la construcción de carreteras y puentes costando la vida a miles de tibetanos prácticamente esclavizados. Los programas han continuado. Sólo en 2006 invirtieron 703 millones de dólares en la construcción de 21 carreteras en la región. En 2007 se inauguró el tren rápido que hace los 4,064 kilómetros entre Beijing y Llhasa en tres días. La inversión fue de 4 mil millones de dólares.

La Revolución Cultural de Mao, de 1966 a 1976, arrasó con más de 4,000 monasterios y condenó a trabajos forzados a miles de monjes. Las condiciones de vida se deterioraron drásticamente y se generalizaron protestas de monjes y campesinos en varias ciudades y monasterios, que fueron duramente reprimidas.

La represión en 1989 fue organizada, por cierto, por el actual presidente de China, Hu Jintao. Las protestas han sido constantes a lo largo de los años ya que los tibetanos no aceptan la intervención china.

Según el Gobierno tibetano en exilio, el régimen comunista quiere cambiar la composición demográfica de Tíbet colonizándolo con inmigración Han, la etnia mayoritaria de China. Estadísticas de Llhasa, la capital, parecen indicarlo.

El Dalai Lama ha viajado por todo el mundo y se ha referido al atropello que su pueblo sufre a manos de los invasores. Su posición, sin embargo, ha sido siempre conciliadora predicando la resistencia pacífica y llamando a los chinos ejercer una autoridad respetuosa de la fe, de las tradiciones y de la identidad cultural del Tíbet. Atrás queda su lucha independentista para insistir en la autonomía y autogobierno, dentro de la Constitución china, conforme a viejos compromisos.

El Dalai Lama declara que no quiere regresar como soberano a su palacio Potala en Llhasa. Desautoriza la violencia de las últimas protestas populares de hace una semana en la capital y en otras ciudades en vísperas de las Olimpiadas 2008 y amenaza con renunciar a su papel de gobernante si éstas continúan. Los chinos, sin embargo, insisten en acusarlo como el instigador de los desórdenes.

La simpatía que el caso de Tíbet y de su monarca sacerdote ha atraído no se debe sólo a los muchos libros, reportajes y hasta películas que describen el brutal atropello de antiguas instituciones y de elementales derechos humanos.

La cuestión está en la libertad que debe respetársele a todo pueblo de defender sus tradiciones y formas de vida. La imposición militar del régimen comunista en Tíbet es el reflejo del clima en que se realiza el arrollador socialismo capitalista chino.

Ante estos hechos México debe mantenerse firme en que el respeto a las culturas de todos los pueblos es una de las obligaciones de todo Gobierno que quiere ser respetado por sus valores y no por su fuerza.

Coyoacán, marzo de 2008. [email protected]

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