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No hay guerra esta semana

Colombia realizó el 1 de marzo una operación militar en la zona selvática de Angostura en Ecuador, en la que resultó muerto el portavoz de las FARC, Raúl
Reyes, junto a otros insurgentes. Lo que causó el inicio de una crisis diplomática en la región andina.

Colombia realizó el 1 de marzo una operación militar en la zona selvática de Angostura en Ecuador, en la que resultó muerto el portavoz de las FARC, Raúl Reyes, junto a otros insurgentes. Lo que causó el inicio de una crisis diplomática en la región andina.

JAVIER GARZA RAMOS

Lo que se había anunciado como una guerra potencial entre Colombia, Ecuador y Venezuela, se vivió muy distinto en las calles de Bogotá y Caracas, donde el arrebato diplomático de las últimas dos semanas no se vio como un teatro de guerra, sino del absurdo.

La gente acomodándose en el avión de Avianca que viajaba de Bogotá a Caracas era la mejor prueba de que no iba a haber guerra esta semana.

Por más que Joaquín López Dóriga haya empleado el escandaloso título de “tambores de guerra” en su noticiero para anunciar la cobertura del conflicto de Colombia con Ecuador y Venezuela, nada en el avión, ni nada en Caracas o Bogotá anticipaba tensión.

La incursión del Ejército colombiano en Ecuador, en la que murió Raúl Reyes, número dos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), retumbó en las cancillerías del continente, pero poco más allá. La frontera entre Venezuela y Colombia fue cerrada, pero sólo hasta que empezó a sufrir el comercio y el efecto de la crisis diplomática se limitó a las bravuconadas de los presidentes involucrados que se arreglaron en cinco días.

“El sábado se dio la noticia y fue la sorpresa”, recuerda Boris Muñoz, periodista de Caracas sobre la incursión colombiana a Ecuador y la muerte de Reyes, la madrugada del 1 de marzo. “El domingo fue nerviosismo, el lunes tensión”. Luego suelta una carcajada: “Para el martes todos sabíamos que esto iba a ser un desmadre”.

Estábamos en el bar 360, que en la azotea de un hotel del rico barrio de Chacao permite una vista panorámica de Caracas, mientras la élite capitalina toma licores finos en camastros y el dinero viejo y el nuevo se mezclan en el socialismo bolivariano que no puede llegar a estorbar el deseo por tomarse un buen whisky.

“¿Cómo les está yendo en este país del absurdo?”, abrió Boris entre risas.

Lo acompañaba el escritor estadounidense Jon Lee Anderson, biógrafo del “Che” Guevara, cronista de las guerras de Irak, Afganistán y Líbano, que llevaba un mes en Caracas haciendo un reportaje para la revista The New Yorker.

Anderson acababa de pasar 48 horas con Hugo Chávez, incluyendo la Cumbre de Río en Santo Domingo, donde el viernes 7 de marzo los presidentes de Colombia, Álvaro Uribe, y de Ecuador, Rafael Correa, se dieron la mano para terminar el conflicto.

Chávez estaba en papel de mal tercio, sintiéndose más agraviado por el ataque a Ecuador que los mismos ecuatorianos. Ordenó teatralmente a su Ministro de la Defensa “muévame diez batallones”, como si le pidiera ir a la tienda a comprar leche y tortillas, y luego apareció en la Cumbre de Río cantando en la plenaria de mandatarios una canción dominicana para invocar la paz.

“Ése era el Chávez mediático”, dice Anderson. “Hay dos Chávez, el mediático que conocemos y el privado, que es muy estratégico, muy militar, que reflexiona”.

En Santo Domingo, recuerda Anderson, salió el lado teatral: Chávez recorrió la mesa saludando de mano a todos los mandatarios, que ya conocen su lado histriónico demasiado bien. “Llegó con (Felipe) Calderón, muy efusivo, queriéndolo abrazar, y Calderón estaba tieso, inexpresivo”.

Anderson viajó con Chávez de Santo Domingo a La Habana (“Fidel y Raúl mandaron sus saludos”), probablemente para que el presidente informara a los hermanos Castro de cómo se resolvió el conflicto, y luego de La Habana a Caracas.

Relata que en el avión, Chávez hablaba calmado, sin exaltarse y sólo en ocasiones, dedicándose más a escuchar lo que otros dicen. Pero ese lado, agrega, no lo muestra el presidente de Venezuela. “Es el lado que no vemos y en el que no pensamos cuando nos da risa lo que dice o hace”.

Para poner un ejemplo de esa visión estratégica, Anderson cuenta una conversación con Chávez sobre el referéndum constitucional de diciembre pasado, que le cerró la puerta a la reelección indefinida. “Chávez admite que perdió tres millones de votos. Puede ser que hayan votado en contra o que fueran votos seguros que no salieron a la calle”, relata. “Él sabe eso y sabe que estuvo cerca de perder por más margen y eso lo toma en cuenta para sus cálculos”.

Pero eso no quita que exhiba los rasgos de un autócrata. Boris Muñoz, que ha escrito para la revista Gatopardo decenas de textos que se cuentan entre los perfiles más incisivos del presidente venezolano, postula que Chávez perdió el referéndum porque la reelección indefinida era sólo para él, no para gobernadores ni alcaldes, que por lo tanto no operaron para sacar adelante una reforma constitucional que no los iba a beneficiar.

CAMINANDO POR CARACAS

Con Chávez interesado en su propio poder y la revolución bolivariana, Venezuela se deteriora rápidamente. Es potencia petrolera, pero a diferencia de otras, donde la bonanza se traduce en infraestructura, espacios urbanos o calidad de vida, Caracas es una ciudad descuidada, incluso fea, llena de basura, sin obra pública visible, sin propuesta arquitectónica, cuyos edificios parecen estancados en la década de los setenta.

Pero entre el graffiti de las paredes decrépitas sobresalen los carteles donde el alcalde Freddy Bernal anuncia que “Con Chávez y Bernal, Caracas Avanza” y despliega un logotipo con una flecha apuntando hacia arriba, muy parecida a la del Gobierno de Coahuila, mientras la ciudad se hunde en la basura y se ahoga en el tráfico, segregada en barrios pobres (Libertador, Petare) y ricos (Altamira, Las Mercedes), punteada de edificios de departamentos multifamiliares que no han sido pintados o reparados en 20 años.

Presumen uno de los crecimientos económicos más altos de América Latina, pero está atado al petróleo y no está claro a dónde se va el dinero. La infraestructura va en decadencia. Caracas no ha añadido autopistas o viaductos nuevos en 25 años, y los que existen están congestionados, mientras Venezuela añade a sus avenidas y carreteras 400 mil carros nuevos al año. Resulta una ganga tener carro: el tanque de un auto compacto se llena con 5 bolívares, 2.5 dólares, 28 pesos.

Encima de todo eso, o quizá explicándolo todo, Boris comenta una tendencia antiurbana en Chávez. “No le pone a las ciudades, sólo le interesa el medio rural”.

En el medio rural, Chávez ha logrado extender sus redes clientelares, con alguna mejoría en educación y salud. Pero no hay un lugar claro sobre a dónde se va la riqueza de los 100 dólares por barril de petróleo. De hecho, en un artículo en la revista Foreign Affairs este mes, el economista venezolano Francisco Rodríguez afirma que no existe ningún dato para sostener la tesis de que Chávez ha dedicado más para combate a la pobreza que gobiernos anteriores.

La migración a las ciudades continúa y en Caracas, por ejemplo, la tasa de homicidios ha aumentado diez veces en los últimos años y ahora se reportan hasta 15 al día. Las pandillas ganan espacio y el deterioro de la calidad de vida, acompañado de escasez de vivienda, inflación y escasez de alimentos en las tiendas de los barrios bajos, terminará haciendo mella en la popularidad del presidente.

Con tantos problemas internos, necesita distractores y pocos son tan suculentos como un conflicto internacional con Colombia, el vecino que acusan de ser lacayo de Estados Unidos. Se ve en la televisión oficial, que habla de “bombardeo a Ecuador”, de “la agresión de Uribe”, de “la división de América Latina entre independientes y los serviles al Imperio”.

Pero, a los venezolanos les da risa que Chávez se hizo más agraviado que Correa. “¿A qué manda los diez batallones?”, pregunta Douglas, un taxista caraqueño. “Si los va a mandar con sus rifles oxidados”.

“Pero como nuestra capacidad de asombro anda muy baja, ya nada sorprende”, remata Boris. “Todo mundo sabe que Chávez apoya a las FARC y les da dinero, muchos se preguntan por qué, pero ya no indigna”.

La simulación es asombrosa. Tras la muerte de Raúl Reyes, comenzaron a aparecer grafitos por todo Caracas: “Raúl Reyes vive, vocero de América, soldado de la paz”.

Poco importa que el “vocero de América” haya sido una persona cuyo nombre es totalmente desconocido por el 99 por ciento del continente, y el “soldado de la paz” es responsable del secuestro o asesinato de cientos de personas.

A pesar del drama montado por Chávez y su recién creado Partido Socialista Unificado de Venezuela, era evidente que nunca consideraron un conflicto serio con Colombia. La sola teoría de que la integración económica evita guerras lo explica todo: Colombia es el segundo socio comercial de Venezuela, después de Estados Unidos. Las importaciones de productos colombianos se han duplicado tan sólo en siete años. Por eso la frontera terrestre no aguantó cerrada más de tres días.

Chávez, mediático como siempre, simplemente llevó la situación al límite para ganar algo de puntos.

DE CARACAS A BOGOTÁ

Los puntos no los iba a ganar en Colombia, donde cada vez parece que quieren voltear menos hacia su vecino del oriente y más hacia el norte, a Estados Unidos, cuya ayuda militar ha sido clave para un país que tiene 40 años lidiando con una guerrilla marxista, 25 años con cárteles del narcotráfico y 10 años con grupos paramilitares de ultraderecha.

Pero Colombia tiene un desarrollo más acelerado que Venezuela y una madurez política más clara. Los colombianos tienen claro que ellos no son como sus vecinos. “Chávez es un subproducto de Venezuela”, dice Silverio Gómez, editor en el periódico El Tiempo, el más importante de Colombia.

Chávez, apunta, prosperó en el hartazgo de la ciudadanía con una clase política tradicional que era incompetente, corrupta y complaciente.

No es que Colombia haya tenido más éxito lidiando con sus propios vicios políticos (de hecho es presa de un bipartidismo que muestra signos de agotamiento), sino que es más capaz de separarlos de su desarrollo económico, que en estos días ronda un crecimiento de cinco por ciento anual y no está atado a una bonanza petrolera, aunque con la brecha del ingreso que caracteriza a todo país latinoamericano.

La capital colombiana vive activa en las calles, en los centros comerciales, los cafés y tiendas, las plazas y los andadores, con buen ánimo, a diferencia de las caras hostiles de Caracas. Pero este desenfado sólo se disfruta bajo la mirada vigilante de militares, policías y guardias de seguridad privada.

La violencia lo toca todo. Bogotá parece una ciudad vibrante, dinámica, donde la gente parece haber asimilado vivir en un país donde se derrama sangre constantemente. Es algo que se ve en las grandes ciudades de países en conflicto, que están aisladas de choques armados, recordó un periodista de El Salvador, de visita en Bogotá, sobre los episodios de la guerra en su país.

Pero el desplazamiento del campo a las ciudades ha producido bolsas de pobreza urbana cada vez más agudas, evidentes en la gente que pide dinero en las calles del centro.

La paz, incluso, a veces no viene gratis y también puede agudizar problemas. Silverio Gómez lo ilustra con el caso de los grupos paramilitares formados al margen del Estado, aunque alentados en parte por el Estado, para combatir la guerrilla. Dieciocho mil paramilitares han dejado las armas en los últimos años, pero no han encontrado cabida en la sociedad. “Entonces se van a nutrir las pandillas criminales en las ciudades”, dice. “A Uribe sólo le interesa salir en los medios a decir que agarraron a las cabezas”.

Fue así que Uribe autorizó que una unidad del Ejército colombiano cruzara la frontera con Ecuador para cazar un grupo de las FARC donde se encontraba Raúl Reyes, número dos de la guerrilla que durante cuatro décadas ha combatido al Estado colombiano, pero que ahora básicamente se dedica a administrar el tráfico de droga.

La incursión desató la crisis diplomática, pero en Colombia rápido le dieron vuelta a la página, quizá porque el hartazgo con la violencia es tal, que no importa si hay que brincar a otro país para agarrar a los responsables.

‘HASTA EL INFIERNO’

Para cuando la crisis se arregló, una semana después, Colombia estaba hipnotizada por el asesinato de Iván Ríos, uno de los siete líderes principales de las FARC, a manos de su propio guardaespaldas, un tipo malencarado con el alias de “Rojas”.

Ya ni siquiera el secuestro de Ingrid Betancourt, que involucra también a Francia, retomó las primeras planas.

“Alias Rojas”, como lo bautizó la prensa, es el seudónimo de Pablo Montoya y fue la noticia de la semana, pues al matar a Ríos, dos cabezas de las FARC habían desaparecido en menos de un mes, dejando cada vez más solo al legendario Manuel Marulanda “Tirofijo”, un guerrillero de 80 años.

La polémica ahora fue si “Alias Rojas” por su pertenencia a la guerrilla, tiene derecho a cobrar la recompensa de dos y medio millones de dólares ofrecida por el Gobierno colombiano a quien entregue a un miembro de las FARC. Se supone que vivo, pero no importó en ese caso si estaba muerto. El Gobierno decidió darle la recompensa a pesar del debate sobre la conveniencia de desatar un baño de sangre alimentado por la codicia de las recompensas.

Pero “Alias Rojas” es ahora una celebridad nacional, da entrevistas a medios desde la cárcel militar donde lo tienen encerrado y donde incita a sus ahora ex compañeros a que sigan su ejemplo y maten a sus líderes.

“Alias Rojas” lo hizo y entregó la mano de Ríos al Ejército para que supieran que era verdad, así como su computadora con información valiosa. Con esto, las FARC demostraron que son tan capaces de destruir como de autodestruirse y quitarle la mística a los guerrilleros que sólo mueren de muerte natural o en combate y ahora terminan de forma truculenta, con las manos cortadas por su propio guardaespaldas.

Los “tambores de guerra” se callaron menos de dos semanas después de la incursión colombiana en Ecuador. María Jimena Duzán, columnista de El Tiempo, definió claramente por qué traspasar fronteras resultó irrelevante para los colombianos: “Las FARC deberían entender que hay un país que no sólo los repudia sino que está dispuesto a ir hasta el infierno y volver por el prurito de aplastarlas”.

Esta vez sólo llegaron hasta Ecuador y se enfrentaron a Venezuela. Colombia lo hizo porque pudo, porque ninguno de esos dos vecinos osaría ir a la guerra por más relaciones diplomáticas que se rompan, como hizo Correa, o por más melodrama que se actúe, como hizo Chávez.

“Si hubo un buen ejemplo fue el de los ciudadanos, víctimas principales de las peleas de sus mandatarios”, escribió el periodista bogotano Daniel Samper. “No hubo un solo incidente importante que lamentar”.

Para el miércoles 12 de marzo, diez días después de que comenzó la crisis, menos de una semana después de que los presidentes se dieron la mano en Santo Domingo, el conflicto ya se desvanecía entre el público, convencido de que todo había sido un arrebato diplomático.

Para ese día, la nota principal en El Tiempo era sobre dinero para agua potable. La segunda nota principal era sobre productos de belleza. Los “tambores de guerra” estaban hasta la página cinco.

Colombia realizó el 1 de marzo una operación militar en la zona selvática de Angostura en Ecuador, en la que resultó muerto el portavoz de las FARC, Raúl
Reyes, junto a otros insurgentes. Lo que causó el inicio de una crisis diplomática en la región andina.
Colombia realizó el 1 de marzo una operación militar en la zona selvática de Angostura en Ecuador, en la que resultó muerto el portavoz de las FARC, Raúl Reyes, junto a otros insurgentes. Lo que causó el inicio de una crisis diplomática en la región andina.

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