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Esperar

Relatos de andar y ver

Ernesto Ramos Cobo

Esperar puede llegar a ser un drama. Para el Larousse esperar es permanecer en un sitio donde se cree que vendrá alguien o sucederá alguna cosa. El verbo creer, elemento sustancial en la definición de espera, es tener algo como verosímil, o probable, desde una particular perspectiva; por eso esperamos que ocurra. Los índices de la probabilidad, entonces, son medulares en la situación. Podrían ser altos en ocasiones, o bajos, o simplemente no existir, nulos, siendo entonces la espera infundada del todo. Justamente allí, en esas esperas infructuosas, donde no se consigue nada, es donde podría residir el drama; porque no se consiguió nada, o porque no puede conseguirse nada. Entonces viene la filosofía que algunos consideran barata: tener a la espera como un proceso vivencial con valía independiente de lo obtenido; los frutos o su ausencia no son en realidad el precio. Veamos.

Hay una mujer, en esa esquina, que todas las mañanas aguarda el autobús para ir al trabajo. La veo con sus voladas hebras canosas enroscándosele al cuello, y pienso en su espera fundamentada en los horarios del transporte público, que si bien en ocasiones se atrasan, pueden por lo menos colocarse en los linderos de la probabilidad alta. Por eso, hojeando una revista, parece tranquila, aunque en ocasiones deshebra las canas ladeando la cara al horizonte de la acera, buscando, y distinguiéndose en sus ojos una nerviosa calidad de canje. Las probabilidades de que la probabilidad se altere como motivo de la angustia. El “si Dios quiere”, que suelen repetir los viejos, como cura anticipada a un desenlace infecundo. El desenlace infecundo, y el tiempo perdido, minimizado por un gesto de desconsuelo ante lo que no tiene remedio.

Y es cierto. Siempre está presente la probabilidad de que la probabilidad se altere, y el no lograr algo tampoco debería golpetear nuestras mejillas como trapo sucio; lo anterior, siempre y cuando, hayamos hecho todo lo posible por aumentar la probabilidad en turno. Es cierto, hay tantos factores incidiendo, y controlar la totalidad de las cosas sale de las manos. Incluso los contratos pactan una cláusula de salida en caso de fuerza mayor. Pero eso es distinto a sentarse esperar a que la manzana caiga del árbol a alimentar la tripa. Porque las probabilidades de que la manzana caiga son bajas, y seguramente disminuirán más si continuamos la espera. Podríamos reconocer que el tráfico desbocado por un rayo tumbó un árbol e impidió el paso de los autobuses. Pero debemos reconocerlo y actuar. Y no seguir esperando que aparezca en la esquina un autobús que nunca llegará. La creencia, entonces, implícita en la definición de espera, requiere de información y de un sustento pragmático y realista. Mover el esqueleto. Es entonces cuando la espera podría ser fundada y el resultado asequible.

Lo terrible es la espera sin probabilidad posible. Aquélla donde el cambio no existe y la esperanza se agota. Es en ella donde reside el drama y el sustento de la fe, la cual tanto respeto. Porque esa espera es proceso individual o colectivo que conoce sus motivaciones y sus propios tiempos, aunque la racionalidad indique que es un callejón sin salida. Ese tipo de espera debe ser respetada y asimilada por quien la experimenta. Aunque sepamos que el drama todo lo circunda. Y veamos la fragilidad a flor de piel y los ojos vacíos ante una esperanza que se agota.

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