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Yo tengo un pecado nuevo...

Hora Cero

Roberto Orozco Melo

1.- Benedicto XVI, el Sumo Pontífice del cristianismo romano, ha decretado una nueva cédula de pecados sociales para la debida observancia de la grey católica.

Los primeros pecados capitales eran siete: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia, pero según el arzobispo Girotti resultan incapaces de contener a la realidad social actual. De la ciencia y de la economía surgieron nuevas expresiones pecaminosas que evidencian un alejamiento entre los seres humanos y Dios. Hoy no existen referentes morales, sino paradigmas de ambición por la riqueza material, el mercantilismo científico y, trasfondo de todo, el poder político.

Los segundos siete flamantes pecados son: 1) Las violaciones bioéticas, por ejemplo la anticoncepción, la interrupción del embarazo o la eutanasia; 2) los experimentos moralmente dudosos como la concepción en células madre, la clonación o las modificaciones genéticas; 3) el tráfico y el consumo de drogas; 4) la contaminación del medio ambiente; 5) contribuir a ampliar la brecha entre los ricos y los pobres; 6) la acumulación de riqueza y 7) la generación de pobreza.

Estas disposiciones actualizan o complementan la muy antigua y muy transgredida cartilla de violaciones morales que pudo haber elaborado el Papa Inocencio III, quien condujo a Iglesia Católica Romana a partir desde 1198 hasta 1216 en que muere. Todo dentro de la histórica y lamentable Edad Media, en el pleno período del oscurantismo.

Dicho Pontífice, de nombre civil Lotario Segni, no fue tan inocente como su nombre parece indicar. Su biógrafo Gerardo Laveaga describe la saga de su vida en el libro “El sueño de Inocencio III” (Primera edición en México por Ediciones Martínez Roca. Año 2006). El texto en su contraportada sintetiza que “Inocencio III determinó qué era lo bueno y lo malo, convocó a dos cruzadas, fundó una Policía para supervisar la ortodoxia (los dominicos) “inventó” mecanismos de control como la confesión y el matrimonio indisoluble, aniquiló a la competencia (la Iglesia de Constantinopla y el movimiento de los cátaros) e incluso despojó de su reino al monarca de Inglaterra”.

2.- Ahora invito a los lectores a ubicarse en el pueblo de Parras, durante los últimos años del decenio 30 del siglo XX; una época en la cual conocimos la noción de los pecados en la clase de doctrina católica elemental del Colegio de San Ignacio en Parras. El sacerdote jesuita Ignacio López, nuestro preceptor, nos hacía repetir una y muchas veces los nombres de los pecados capitales; y para que los aprendiéramos de memoria nos convocaba a recitarlos cantaditos, individualmente o a coro; solos o contrapunteados con las siete virtudes teologales. Algunos pecados eran fáciles de entender, mas el padre López jamás nos quiso explicar el significado de otros, como el de la lujuria.

Un día le preguntamos: Oiga, padre ¿y qué es la lujuria? Don Ignacio se disgustó de veras y respondió muy molesto: “Es un pecado feo, obsceno, horrible, imperdonable, tanto que quien lo cometa se va derecho al infierno”. Obviamente el vocablo “infierno” sonaba aterrorizante en la autoritaria voz de aquel jesuita vasco que daba por hecho que la gula, la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia también nos conducirían a ese llameante sitio subterráneo. ¿Mas, cómo podríamos evitar los pecados sin siquiera saber en qué consistían? El sacerdote aseguraba que por ser niños y ser puros no íbamos cometer tales pecados, aunque la gula, la pereza, la ira y la envidia resultaran reacciones naturales en nuestra edad. La dialéctica ignaciana intentaba convencernos, pienso ahora, de adoptar como norma de conducta las siete virtudes teologales, tanto por su reconocida calidad moral como por su eficacia de contraveneno frente a los pecados capitales. “Contra lujuria, castidad; contra soberbia, humildad; contra avaricia, generosidad; contra ira, paciencia; contra gula, templanza; contra envidia, caridad y contra pereza, diligencia”.

Aprendimos esa cantinela como fórmula mágica, mas no la comprendimos, ni la acatamos. Luego de haber recibido la primera comunión surgía un imperativo de familia y religión que nos obligaba a acercarnos a la Eucaristía cada primer viernes del mes, previa confesión de nuestros pecados mortales o veniales ante el mismo padre López, quien cada mes parecía estar más viejo y mal humorado. Un amigo que con él se confesó contó lo primero que el padre le había preguntado: “Has cometido pecados mortales”. Sí padre, dijo que había respondido. “¿Qué pecados?” Creo que de lujuria, abundó mi compañero. “Pero cómo, ¿andas en ésas?” se oyó en todo el templo la enérgica voz del viejecito. Pues sí padre, amplió mi condiscípulo; el domingo vestí con mi ropa de lujo para ir al cine y a la plaza. “Vestirse bien no es pecado de lujuria, muchacho baboso —gritó el padre— busca el diccionario y fíjate bien en lo que es lujo y lo que es lujuria... pero tomo en cuenta tu confesión como un pecado de vanidad o de soberbia. Reza un rosario antes de comulgar y vete de aquí: estás perdonado”.

Con esas paradójicas reacciones los restantes seis pecados capitales no fueron un problema ya que siempre resultamos ignorantes perdonados; y al ritmo en que crecimos empezamos a entender la semántica de la palabra lujuria. Un profesor de Química nos incitaba a buscar la verdad, pues la curiosidad era la madre de la ciencia y así emprendimos algunas nocturnas excursiones ‘científicas’ en grupo: “Preguntar para conocer y experimentar para saber” había agregado el profesor. Y tal cosa hicimos.

3.- Volvamos al presente, habida cuenta de los “pecados sociales” que la Iglesia Católica impulsa y nos anima a delinquir ante el Estado o a pecar frente la Iglesia; sin embargo ¿qué pasaría si don Carlos Slim –por muy poco el hombre más rico del mundo– es acusado por los jerarcas eclesiásticos de cometer el pecado de acumulación de riqueza con la de ampliar la brecha entre los ricos y los pobres? Las razones de su abundante caja de dinero son evidentes desde hace tres sexenios; pero la Iglesia ¿podría citarlo a juicio terrenal por ello o simplemente esperará a que el tribunal de Dios lo juzgue en el Juicio Final?

No juzguemos a priori. Esperemos a ver cómo desenreda la madeja el Episcopado Mexicano, que tiene tantos pendientes por resolver en otros órdenes de la vida. Cantemos por lo pronto el sensacional bolero: “Yo tengo un pecado nuevo que quiero estrenar contigo...

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