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Peleas de gallos, diversión familiar en Quintana Roo

Las peleas de gallos, actividad prohibida en EU con excepción del estado de Louisiana, fueron llevadas a la península de Yucatán hace más de 30 años. (El Universal)

Las peleas de gallos, actividad prohibida en EU con excepción del estado de Louisiana, fueron llevadas a la península de Yucatán hace más de 30 años. (El Universal)

El Universal

Ante hombres con hijos y esposas, los galleros se aprestan a lanzar a los competidores. En ese palenque

en territorio maya, hasta los menores pueden ganar dinero con el ave que ya no cantará al amanecer.

Al lado de la carretera, tras una malla de alambrado y policías del grupo Swat que custodian el lugar como si se tratara de una misión, un montón de personas de pie en las gradas lanzan un grito que después es coronado por el canto de un gallo. No es que vaya a amanecer, ya pasa del mediodía.

En la feria del pueblo Xul-Ha, a las afueras de Chetumal, el pequeño palenque está cubierto por una lona y no hizo falta ponerle tierra para diseñar el campo donde los gallos brincarán y picotearán, uno sobre otro, hasta la muerte. Los asistentes están de fiesta, hay una reina de belleza como invitada especial y propaganda por todos lados de un candidato del Partido Acción Nacional que paradójicamente dice: “Un municipio Diferente, Todos ganaremos”. Pero el negocio de la muerte de los que cantan para avisar que iniciará un nuevo día, hace ganar a varios y hace perder a otros.

No es el Norte del país o el Bajío, es el Sureste, donde las peleas de gallos -que han sido cuestionadas por la Iglesia mexicana y prohibidas en todo Estados Unidos, excepto Lousiana- fueron llevadas a la península de Yucatán hace más de 30 años. Los michoacanos se encargaron de expandirlas en el territorio maya, dice Héctor Agüero, un yucateco que se ha convertido en aficionado. Quizá por eso no hay muchos sombrerudos, más bien familias completas, hombres con hijos y esposas. “La diferencia con el Norte del país es que aquí es más como una diversión familiar, si la tomas de ese lado”, dice el aficionado Roberto Beltrán.

Sobre la arena, está el Leppe, así le conocen muchos, un criador, amarrador y lanzador de gallos desde hace 20 años. Su requemado -con el plumaje en calabaza y negro- “se la está rifando”. Él lo mira, esta pendiente de lo que hace y de que el gallo contrario cuelgue el pico para cantar victoria. Lo lleva a un rincón, le jala el plumaje con fuerza como para estirarle el cuero, le pone salivita en la navaja y luego gira para que quede frente a frente con su adversario. Es la segunda de cinco peleas que hará hoy en favor de su partido, el rancho tal. De ganar, podría llevarse 60 mil pesos, que contiene la bolsa de la competencia entre galleros.

Pero no sólo ellos ganan. Los habitantes quintanarroenses han sido seducidos por la palabra apuesta. Los grandes van al rojo hasta por tres mil al rojo; 500 o 200 al verde. Para los niños, desde 10 hasta 50. A Miroslava que tiene 14 años, le encanta. En su inocencia dice que un día apostó 150 pesos. Laura Villanueva su amiga dice: “Para mí es como una diversión y así como que ganas dinero por las apuestas”.

Para algunos apostarle a la muerte del otro es una especie de fascinación por la batalla. Las palabras esdrújulas son fuertes: pícalo, pícalo, clávalo, clávalo. Mátalo, mátalo. Después se desinflan: Ya lo mató, ya lo mató. El regocijo: carcajadas y gritos.

En el ruedo se mueren requemados, giros, filipinos, colorados, blancos y negros. Luego hombres que azuzan a la gente para que apueste incluso en los intervalos entre las peleas donde se juegan las cartas. Hombres que con micrófono invitan a los próximos palenques.

Dinero que se exhibe abiertamente, que cambia de manos. Las cajas con navajas se abren para elegir el arma letal. Los amarradotes giran la cuerda para dejarla bien afianzada. Los lanzadores que se toman un trago de aguardiente y escupen a la cabeza de su gallo como para agarrar valentía.

Sin fuertes apuestas

Ha ganado el tercer gallo del Leppe. Sin esfuerzo, de un solo salto, lo rasgó todito. Ya no hubo necesidad de rematarlo.

En la siguiente pelea, el navajazo logró sacarle las tripas al requemado de Rogelio Polón Benítez. Las acomoda con el dedo. “Ya se las metí, hay que costurarlo nada más”, dice. Su gallo tiene dos años, él lleva casi 10 años de gallero. Dice que le gusta la tradición de la feria y de todo lo que aquí se juega porque ofrece diversión. Le gusta tanto lo que hace que incluso invita a los de la revista Palenque de Oro -especializada en gallos- para que los tome en cuenta.

Dice Octavio Aguirre, un vendedor de botas de piel de avestruz y caimán, que la diferencia entre las peleas de gallo de aquí y el Norte es que las jugadas de apuesta son más altas. “Aquí se apuesta tres, cuatro mil pesos, y allá hasta 300 mil, 400 mil lanas, en dólares”.

Moisés, un promotor y gallero, que hace una invitación para el siguiente evento en Bonfil, Cancún, donde el trofeo será de 60 mil pesos, dice que cuando decides ser gallero, no lo dejas hasta la muerte.

Leppe ha ganado su cuarta pelea y con ésta el júbilo de la gente. Dice que el gallo tiene que ser fino, que tiene que llevar una buena arma. Que al gallo hay que tenerlo bien cuidado, bien comido y bien vitaminado. “Es como un deportista de alto rendimiento, así igual”. Le faltaría una, pero su gallo no ganaría.

Después, el animal que produjo la diversión y la euforia queda desplumado en una esquina de la malla de alambrado que sirvió para el palenque de la feria del pueblo Xul-ha, a las afueras de Chetumal.

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