Nosotros Desayunos Eventos Salud

Más Allá de las Palabras / El dátil medjool

Jacobo Zarzar Gidi

Hace diez años compré a Carlos Sánchez Woodworth, que actualmente vive en la colonia Torreón Jardín, dos palmeras de dátil de la variedad “Medjool’’: un macho y la otra hembra. La primera poliniza a la segunda por medio del viento y de la actividad que realizan los insectos. Se dice que cada palmera macho puede polinizar hasta diez palmeras hembras.

Esta variedad proviene del mediterráneo Árabe, especialmente de Marruecos y del resto de los países que pertenecen al Medio Oriente. Se encuentran plantadas en los oasis del desierto porque necesitan abundante agua para que puedan subsistir.

Las otras variedades importantes tienen los siguientes nombres que también son de origen árabe: Halawy (dátil alargado que se le saca el hueso para colocarle dentro una nuez, se le llama “dátil dromedario’’); Khadrawy (dátil redondo, exquisito, carnoso, suave y húmedo); Zahidi (dátil pequeño que se sujeta con fuerza a la penca) y Barhee (dátil bastante dulce, que se corta en pedacitos; los libaneses lo usan para cocinarlo junto con la carne).

El dátil Medjool es el de mayor tamaño, fina textura y exquisito sabor. En la antigüedad fueron cultivados cuidadosamente por el pueblo de Marruecos para halagar a los jeques árabes y a sus familiares, quienes los catalogaban como el más delicioso de todos los dátiles.

En la actualidad, en México, el dátil Medjool se cultiva en el desierto de Sonora, región de las más secas y calientes del mundo, y más específicamente en el rancho San Francisco de las Cachorras en San Luis Río Colorado, Sonora. Desde hace varios años, también encontramos estas palmeras muy cerca de nosotros en la ciudad de San Pedro, Coahuila.

Cuando compré las palmeras, jamás imaginé la satisfacción que sus frutos me darían. De diez a doce enormes racimos brotan del árbol, y cada uno de ellos tiene más de cien preciosos dátiles, que al madurar miden siete centímetros de largo. Al ver el resultado, recordé a mi padre que toda la vida batalló mucho con una variedad distinta de palmeras que plantó en su huerta de Lerdo. Eran dátiles que no se maduraban, su tamaño era pequeño y jamás los pudimos aprovechar.

Mi felicidad se vio turbada una mañana cuando observé que una gran cantidad de pájaros se detenía en sus ramas para comerse los frutos. Preocupado, acudí rápidamente a la recámara donde aún conservo los juguetes de mis hijos de cuando eran pequeños. Dos muñecos de ojos grandes y cabello despeinado, que estaban aguardando a que mis nietos jugaran con ellos, los colgué de inmediato entre las ramas de la palmera y desde entonces se han alejado un poco las aves del cielo.

Este año pienso protejerlos aún más con sacos de ixtle que permiten la entrada del aire y de la luz solar, pero que impiden se acerquen los depredadores. Cuando se presenta la temporada de cosecha, no cortamos el racimo completo, sino que a diario retiramos unos cuantos dátiles maduros que pongo a secar en un deshidratador para conservarlos en buen estado hasta el invierno.

Cada palmera tiene en su larga vida varios hijos. La palmera hembra engendra hijuelos hembras, y la palmera macho engendra hijuelos machos. Hay hijuelos “aéreos’’ que se desarrollan en las partes altas del tronco. Estos son difíciles de trasplantar con efectividad, porque no tienen raíces. Se necesita colocarles durante un año, antes de desprenderlos de la madre, un saco de tierra húmeda para que echen raíces. Pero hay otros hijuelos llamados terrestres, que nacen y viven en la parte baja de la palmera, junto a la tierra, y estos sí tienen raíces, solamente que para extraerlos se necesita un esfuerzo muy grande que se realiza durante horas con cincel y martillo.

Después de estar acostumbrado a recibir sus frutos abundantes cada doce meses, el año pasado no me dio un solo dátil. Sorprendido por tan extraño caso, me detuve a observar la palmera hembra para analizar lo que estaba pasando. Finalmente llegué a la conclusión de que no me había dado frutos por tener en el tronco varios hijuelos que eran una verdadera carga para la palmera. De inmediato ordené a mi jardinero que se los extrajera. Cada una de esas operaciones fue como un alumbramiento por medio de una cesárea.

Al terminar transportamos estos hijuelos a ciudad Lerdo, y los planté de inmediato en la huerta de mi padre. Todos, menos uno, ha reverdecido. Posteriormente fertilicé la palmera hembra para que recobrara todas sus fuerzas, y este año tiene otra vez más de doce enormes racimos que en el mes de octubre van a madurar. Entre todos ellos pueden llegar a pesar más de cien kilos. ¡En verdad que la naturaleza es hermosa, únicamente necesitamos amarla para que ella nos responda con generosidad!

[email protected]

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 33569

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx