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René Hernández Rivera busca más que fósiles

René Hernández Rivera no sólo colecta huesos, sino también historias.

René Hernández Rivera no sólo colecta huesos, sino también historias.

El Universal

Huesos e historias forman parte de la colección del paleontólogo René Hernández

MÉXICO, DF.- La actividad de un paleontólogo consiste en buscar, clasificar y estudiar restos fósiles por diversas partes del mundo, pero René Hernández Rivera lleva más lejos su labor porque no sólo colecta huesos, sino también historias.

El investigador del Instituto de Geología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) acostumbra escuchar y escribir las leyendas, fábulas y relatos que le cuentan los habitantes de los lugares a donde llega para estudiar restos fósiles.

Tras años de escucharlas, hoy tiene una compilación que abarca desde leyendas de Oaxaca o Coahuila hasta cuentos y fábulas de África o China, las cuales espera publicar algún día.

“Tengo una propuesta de un libro que se llama Cuentos y Fábulas de Amor y Muerte, un poco al estilo de los de Horacio Quiroga, que escribía cuentos de terror; el otro proyecto son las crónicas que he visto o vivido en el campo, o que me cuentan las personas que conozco o lo que he leído.”

El científico, quien ha descubierto nuevas especies de dinosaurios, también disfruta escribir canciones y, sobre todo, corridos, uno de los cuales se los dedicó a los mineros de Pasta de Conchos, Coahuila, región donde ha pasado mucho tiempo, dado que hay importantes depósitos fósiles.

“Posiblemente a algunos de los mineros muertos los conocía, porque hemos pasado mucho tiempo en esa región”, comenta el paleontólogo, quien cita las primeras letras de su corrido dedicado a estas personas:

“De San Juan Sabinas señores, viene este triste cantar, porque 65 humildes voces, ya no se volverán a escuchar”.

Para el también fotógrafo de National Geographic, la música es un pasatiempo que le ha gustado desde su infancia, cuando vivía en el barrio de La Merced.

La manera en como Bob Dylan tocaba la armónica fue el factor que despertó el interés de René Hernández, desde hace más de 30 años, por aprender a tocar ese instrumento.

El paleontólogo quien ha participado en diversas expediciones por China, donde se descubrieron los primeros dinosaurios con alas, recuerda que el cumplir con sus pasatiempos durante su juventud e infancia no fue una tarea fácil, dado que trabajaba en dos lugares diferentes y estudiaba al mismo tiempo.

“Mi rutina era levantarme temprano e ir a la escuela, luego me iba a un puesto donde vendía cosas de mercería como peines, espejos, agujetas y pañuelos, y a eso de las nueve de la noche, me trasladaba a una de las terminales de autobuses en La Merced, la de los camiones que iban al Ajusco, para hacer el aseo de oficinas”.

Si bien la música y el contar historias han sido aficiones que ha conservado por varios años, a René Hernández dos pasatiempos le han marcado especialmente su vida:

El primero es la lectura, en su infancia no sólo leyó libros de historia o novelas de aventuras, con autores como Emilio Salgari o Ernest Hemingway, sino que a partir de las historietas, especialmente la de Turok el Guerrero de Piedra, inició su gusto por conocer el pasado remoto del planeta, específicamente, por los dinosaurios.

La otra afición fue el alpinismo, disciplina deportiva en la que aprendió a tomar decisiones importantes, trabajar al aire libre y en conjunto.

¿Qué le gusta del alpinismo?

—Me encanta la vida al aire libre, por eso no me costó nada adaptarme a mi trabajo de paleontólogo. Hubo un año en el que me pasé ocho meses durmiendo en casas de campaña, porque salía constantemente a trabajo de campo. Me gusta mucho viajar y conocer cosas nuevas, eso te retroalimenta y ayuda a enfrentar problemas diferentes y encarar situaciones distintas.

-¿A que lugares ascendió?

-Primero fue en el cuarto dinamo, en el Ajusco, después en algunos sitios de Querétaro y Durango, incluso fuimos a la Rumorosa, donde ascendían varios gringos. También escalé la montaña Capitán, en San Francisco y otras en Utah y Arizona. Dejé el alpinismo porque no me dediqué a eso, era el alpinismo o la escuela, dado que en esa época las materias en la facultad te exigían ir constantemente a prácticas de campo los fines de semana, por lo que no había tiempo para escalar.

¿Qué le dejó el alpinismo?

-Carácter, porque debes tomar decisiones importantes. Dar o no el próximo paso puede ser la diferencia entre caer o subir. En el alpinismo subes o subes, porque si te caes, allí puedes quedar.

¿Ahí se necesita trabajo en conjunto?

-Eso es muy importante, gracias a ese trabajo en conjunto me adapté rápido y muy bien a la paleontología, porque he podido trabajar bien con diferentes equipos, incluso con mi principal grupo de investigación llevamos trabajando por más de 30 años, desde que éramos estudiantes. Con Marisol Montellano y Gerardo Álvarez nos entendemos muy bien, incluso ya sólo hace falta una pequeña seña para comprender lo que quieren. La paleontología, al igual que alpinismo, es un trabajo de conjunto, porque cada uno tiene su responsabilidad y forma parte de un engranaje.

¿Qué tanto depende el éxito de lo individual y qué tanto de lo colectivo?

-Si no funciona uno tampoco lo otro. Hemos trabajado con gente que su máximo es ser paleontólogo, pero al momento de ir al campo, se dan cuenta del verdadero trabajo y se arrepienten. El trabajo de campo es toda una rutina, de levantarte temprano, preparar el desayuno, lavar los trastes, tener el equipo y los vehículos listos, que nada se te olvide, y ahí es cuando algunos se dan cuenta de que para eso no nacieron. Los paleontólogos necesitan un carácter especial: te debe gustar mucho como cualquier profesión, pero debes saber trabajar en conjunto.

¿Y ese trabajo en conjunto no se rompe cuando llegan los descubrimientos? ¿El ego no les gana?

-En los equipos que he estado no. Hay equipos donde sí hubo problemas, pero de ésos prefiero no hablar, sólo hablo de lo bueno. En el equipo donde estoy con Marisol y Gerardo, nos han pasado cosas muy padres, porque si uno encuentra algo, el resto lo celebra como si también hubiéramos hecho el hallazgo. Acabo de hallar un mamífero después de 20 años de trabajo, fue el 23 de septiembre de este año, y aunque yo lo descubrí, sin el apoyo y la labor de Marisol y Gerardo no lo hubiera logrado. Lo mismo sucedió cuando Gerardo encontró una lagartija fósil, todos nos sentimos contentos, o en el caso de Marisol, cuando en Chihuahua, en el sedimento, halló un diente enorme de cocodrilo. Todos los descubrimientos los compartimos, el ego no existe.

En los hallazgos fósiles, ¿qué tanto interviene el conocimiento y qué tanto la suerte?

-En gran parte las dos cosas, porque un paleontólogo sin suerte no es paleontólogo. Si no tienes suerte podrás tener la mejor técnica de búsqueda, basarte en los libros, pero no encontrarás nada. Hay ocasiones en que por el simple hecho de desviarte un poco de tu ruta original encuentras cosas importantes. Pero por otro lado, la experiencia también influye mucho, porque debes saber cómo caminar o cómo colocarte, incluso a qué hora debes buscar, porque si lo tratas de hacer al mediodía no podrás ver nada, porque hay mucho reflejo.

¿Cual ha sido su momento de más suerte?

-He tenido muchos, pero el mayor fue el de los mamíferos, en el 85, en Tamaulipas, encontramos un reptil volador. Recuerdo que por la mañana había pasado por ese lugar donde estaba una roca inclinada a la orilla de un río, pero fue hasta la tarde que volví a recorrer por ahí, me decidí a trepar y encontré los restos. Es importante ese hallazgo porque es el segundo reptil volador que se encontró en el mundo, con una antigüedad de 182 millones de años, además a diferencia del primero, éste era tridimensional, es decir, el hueso estaba salido y no sólo la impresión en una roca. El descubrimiento determinó que esos reptiles aleteaban y volaban, y se descartó la hipótesis de que corrían y luego se elevaban, dado que sus articulaciones, un tanto cuadradas, les impedía correr.

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