¿Por qué Zacatecas es una capital tan hospitalaria, bonita y culturalmente bien dotada mientras que Saltillo después de muchos años de buenas intenciones apenas ensaya algunos titubeantes pasos para mejorar su Centro Histórico? Sin embargo, el alcalde Fernando de las Fuentes califica a la ciudad que gobierna como “la mejor capital de México” aunque su frase sólo valga como expresión personal de un deseo general: verla con los atributos urbanísticos que la hagan merecer esa denominación.
Así nos gustaría contemplarla a quienes la habitamos, disfrutamos o sufrimos día tras día y Ayuntamiento tras Ayuntamiento. Y no me refiero a los del trienio anterior, a los del siglo XIX o a los del XX. El anhelo es secular pues ya latía en el corazón de los colonizadores hispanos desde el año 1577 al fundar la Villa de Santiago del Saltillo y elegir al capitán Alberto del Canto primer Alcalde Mayor.
A diferencia de Zacatecas que fue el primer centro minero de la Nueva España, Saltillo nació villa pobre habitada por pobres. En el siglo XVI tuvo la ventaja de ser único puerto entre las montañas para acceder al Noreste, parador grato a los viandantes que transitaban desde el Sur o el Occidente hacia el Septentrión; luego su vida comunitaria quedó ahogada por falta de recursos para costear los más elementales servicios y funciones públicas. Para casa consistorial apenas pudo levantar entonces un par de cuartos, construidos con ayuda pecuniaria de unos pocos vecinos pudientes y mano de obra de los más modestos.
Tales carencias no fueron privativas de la futura capital de Coahuila, pues igual de pobres pudieron ser otras municipalidades establecidas en la Nueva España las que, al transcurrir de los siglos, integrarían la República Mexicana: México, San Luis Potosí, Zacatecas, Guanajuato, Oaxaca, Guadalajara, Morelia, Veracruz y Mérida se distinguían por la intensidad de su actividad económica y por supuesto la belleza de su estructura urbana.
Mas no hablemos de un tiempo pasado, muy pasado: todavía en la mitad del siglo XX Saltillo aparecía en estudios socioeconómicos como sitio de buen clima y agradable estadía, aunque la descuidada apariencia de muchas casas, calles, callejones y barrios sugería un estado de pobreza y aún de miseria.
La recaudación fiscal del Municipio era una de las causas principales de atraso urbano, pero también el primitivismo de la hacienda pública. Quizás constituya válida evidencia este dato: en los años 60’s el presupuesto municipal de Saltillo apenas alcanzaba la suma de seis millones de pesos anuales que se destinaban prioritariamente a pagar la nómina de maestros de educación básica con valor de cinco millones pesos; el resto, un millón, sería destinado al pago de los servicios públicos y la burocracia.
Tal millón presupuestado, mas no existente y menos disponible, se convertía en la práctica en 40 mil pesos quincenales. De tal manera lo único que crecía en la capital de Coahuila era los renglones del pasivo: la deuda pública y los problemas que causaba.
En la actualidad el municipio de Saltillo recibe ingresos jamás soñados por quienes fueron sus alcaldes en los tiempos de las vacas flacas; el erario municipal ya no carga con las nóminas de los profesores, que sepa Dios cuántos millones podrán ser ahora; los ingresos propios de la tesorería municipal se han incrementado sustancialmente y según dice nuestro alcalde hasta es posible que el Ayuntamiento pueda contraer una cuantiosa deuda con la banca internacional.
No podemos desestimar que la ciudad ha crecido a los cuatro puntos cardinales y por lo tanto sus habitantes ya no son los 60 o 70 mil que eran en los 50’s. Casi 800 mil personas viven ahora en éste Saltillo con demandas y necesidades públicas que debe resolver la comuna; incluso las emergentes son planteadas con apremio.
El primer reto consiste en modernizar la red de vialidades públicas, pues el tráfico urbano crece sin mesura ni control y las calles del ‘centro histérico’ han quedado ‘justitas’ y hasta carentes de cupo ante el número de autobuses, camiones de carga, taxis y automóviles particulares que las transitan, lo cual torna imposible la circulación fluida, el cómodo estacionamiento y el libre discurrir de los peatones. Al mismo tiempo en la moderna periferia urbana, comunicada por anchurosas avenidas, puentes elevados y bulevares se auspicia el tránsito fluido que al llegar a las cotas del ‘centro histérico’ lo embotella entre atoros y congestionamientos, colisiones y molestias.
El desafío del actual Ayuntamiento es lograr que el ‘centro histérico’ se convierta en un verdadero Centro Histórico que complazca al turismo nacional e internacional, que atienda a las necesidades de estacionamiento para varios museos, restaurantes y centros de diversión que crecen y seguirán creciendo entre las estrechas rúas del viejo Saltillo sin expulsar a un comercio tradicional que lucha por no desaparecer, que es frecuentado por los saltillenses acostumbrados a “ir al centro” para encontrar insumos más baratos.
Más para que ello sea posible las autoridades estatales y municipales deben exigir trabajo, imaginación y eficiencia a la Junta del Centro Histórico. ¿Cómo fue que Zacatecas pudo, por qué San Luis ha podido, por qué Guanajuato, Morelia y Oaxaca son capitales espléndidas y por lo tanto gozan de afluencia turística que sólo ha decaído en Oaxaca por obra y desgracia del PRD y su líder virtual, el Nicolás Zúñiga y Miranda del siglo XXI: Andrés Manuel López Obrador.
Nuevo León logró en un par de años el mirífico proyecto que es sede del Foro Internacional de Cultura: un evento de importancia mundial que trajo conferencias, seminarios, espectáculos y espectadores de todo el orbe a deliberar sobre el pasado, el presente y el futuro global. ¿Por qué aquí no podemos desarrollar, así sea sencillamente, a nuestro pequeño Centro Histórico? ¿Qué nos falta, además de ganas?
