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Contraluz / EPIFANÍAS DE OTOÑO

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

Entra el otoño a nuestros bosques y campos, se cubren de tonos dorados los otrora verdes vivos, viene la época de cambio.

Cada elemento de la naturaleza sigue el compás marcado por el universo, hace lo propio y asume lo que ha de venir.

...Horas de transmutar los ropajes desgastados del verano por unos nuevos. Habrá que desnudar las ramas, despojarse de lo viejo que hay en uno mismo y volver a nacer.

En cualquier momento cae frente a mí una hoja amarilla hasta tocar suelo; lo hace graciosamente como dejándose mecer por el viento, ha cumplido su ciclo.

Entra el hombre en concierto con la naturaleza y se despoja, de igual manera como al despuntar la primavera en ambos hubo promesa de vida en cada brote.

Ahora es el tiempo calmo de hacer cuentas en la intimidad de la propia casa personal; evaluar si los propósitos de cada día nos encaminaron hacia nuestro destino.

Momento de medir qué tanto hemos avanzado hacia puerto, revisar la bitácora, evaluar nuestros yerros y hacer los ajustes necesarios al rumbo de la nave.

Muy dentro de cada cual se abre un espacio para la reflexión, un preguntarse de dónde vengo y a dónde voy, y si mi actuación me justifica frente a la vida.

El barullo exterior tiende a aturdirnos; tantas veces nos vuelve un par de ojos que miran pasivamente al mundo. ¿Dónde ha quedado la grandeza divina que Dios plantó en nuestros corazones?...

Si todos nos movemos como una masa, ¿cómo conocerá cada cual ese indescriptible placer de saber que avanza por un camino único hacia un puerto también único?...

Si vamos a ir por la vida sin poner nuestro sello personal a cada cosa, la voluntad terminará por abatirse...

Si nos privamos de ser los arquitectos de nuestra propia casa y nos conformamos con habitar una ya hecha, la vida deja de tener sentido.

Vuelvo los ojos a la naturaleza y entiendo que cada criatura tiene un espacio y un momento propio; un punto en la historia para ser y otro más para partir, y que no hay segundas oportunidades...

Que el camino andado no se vuelve a recorrer, y que las ocasiones que dejamos escapar parten al limbo de las lamentaciones del viejo.

El hombre no se encuentra solo en este mundo; está en situación privilegiada entre muchos otros hombres para el ejercicio de la convivencia.

Convivir es el arte de aprender a ser mejores en sociedad a través del servicio; asumir el coexistir como una oportunidad de crecimiento.

Miro a través de la ventana a mis colosos, esos grandes nogales que acompañan los momentos personales de encuentro con la vida, y entiendo mejor qué es convivir.

Sopla el viento de octubre para ayudar al árbol a deshacerse de las hojas viejas; llega luego la lluvia para limpiar las ramas. Por la tarde las aves revolotean y hacen caer los frutos maduros que salen de su coraza abierta al caer; se alimentan las aves, comen sus polluelos, y luego aparecen las ardillas para recolectar los frutos sobrantes. Se cumple el ciclo de la naturaleza en todos y cada uno de los elementos; ninguno es más que otro, ni la labor de éste supera a la de aquél...

...Entonces veo mi pequeñez en medio del perfecto equilibrio de la naturaleza; cargando mis afanes egoístas, mi tozudez y mi chata ambición. El corazón me pesa dentro del pecho como una losa que asfixia. Me cuesta levantar los brazos para abrazar; mis labios mudos no saben cómo decir “te amo” así nada más, sin tanto requisito.

Mi garganta ha olvidado cómo cantar, mis oídos no recuerdan la música de una risa de niño; se borró de mi piel el feliz cosquilleo de la llovizna que la cubre traviesa sin afán de mojarla. Mis pupilas se han quedado fijas, han perdido su capacidad de asombro...

Entonces vuelvo la vista al naciente otoño; observo los milagros que van sucediéndose uno a otro en derredor de mi figura enana, cargada con sus afanes y sus egoísmos, con sus temores y sus apegos... Y entiendo que es menester despojarse para volver a nacer.

El otoño se obsequia generoso, amplio, absoluto; invita a la sintonía con la naturaleza, me propone salir del duro cascarón de mí mismo, dejarme caer confiadamente y prodigarme a la tierra, para nacer a algo nuevo en un tiempo que aún no es.

El otoño llega como la gran lección, la naturaleza sabia se ofrece para quien quiera ahijarla, o se somete mansa ante quien aún no la ha descubierto palpitando viva en el mismo corazón de Dios.

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