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Luis Cabrera Lobato

Gilberto Serna

En más de medio siglo de analizar fenómenos políticos he conocido a hombres empecinados y testarudos, pero al que ahora preside el IFE les dice: háganse a un lado que ahí les voy. Lo que está demostrado es que es porfiado, terco y temoso, es decir tenaz para sostener su propósito de permanecer al frente de esa dependencia electoral. Las tres principales fuerzas partidistas del país coinciden en que debe ser renovado el consejo del órgano ciudadano, con la salida de Luis Carlos Ugalde que preside ese instituto. Desde que fue nominado al cargo atrajo la simiente de la desconfianza pues hubo de cargar con el sambenito de surgir con ayuda de sectores partidistas que vulneraban su confiabilidad, entre ellos el de la maestra Elba Ester. En su momento provocó la rechifla del respetable al no dar a conocer los resultados del proceso electoral, procurando caer en un mutismo que daba lugar a que se supusiera se estaban llevando las vacas a otro corral, por enunciarlo coloquialmente. Luego vendría un impasse de varios días, dándose a conocer que los resultados arrojaban una ligera ventaja para Felipe Calderón Hinojosa, es entonces cuando los contrarios pidieron se abrieran las urnas y se contara voto por voto.

Se dice que es testarudo por que afirma que no va a renunciar, que la pretensión de los partidos políticos da lugar a que se socave la independencia del instituto y se ponga en riesgo su inamovilidad. Debe decirse que la inamovilidad de un funcionario no significa perpetuidad, ni mucho menos eternidad. Al expresar que el instituto es independiente no se puede estimar que se esté debilitando el organismo por el simple relevo de sus componentes, si se toma en consideración que al ser sustituido el cuerpo continúa atendiendo las funciones que le encomienda la ley. Esto es, no se trata de que dependa de algún otro poder ni de que queden sin sustento los trabajos que en materia de comicios tiene a su cargo. Las barbaridades que en su defensa alega el presidente del IFE no pueden entenderse sino a la luz de la desazón que ocasiona la remoción que piden los partidos políticos. El abogado debería conservar la seriedad a que obliga el puesto que ocupa. Decir que los partidos negocian la reforma fiscal “a cambio de las cabezas de los consejeros” del IFE es hacer una acusación muy poco afortunada, por decir lo menos; agregar que es por negociar la presencia del Ejecutivo en el salón de sesiones, es deleznable. Dicen los sabios que en boca cerrada no entran moscas, quizá lo desconoce quien está a punto de ser defenestrado. En este tenor, se puede apuntar que está perdiendo los estribos.

Peor aún, ante la inminente remoción que se está gestando, se le ocurre a Luis Carlos asustar con el petate del muerto, indicando colérico que el Congreso de la Unión estaría aceptando que hubo fraude electoral en 2006, abriendo el camino para que Felipe Calderón llegara a Los Pinos. Argumento que pone al descubierto que algo hubo y por tanto la amenaza que implícitamente encierra de que: si me sacan se sabrá a qué sabe la mermelada de membrillo. Al término de ese proceso, sin tener facultades legales, declaró triunfador a Felipe. Algo o mucho debió influir su actuación al frente del IFE para que luego Calderón fuese tachado, por un grupúsculo, de Presidente ilegítimo. Tómese como referencia como en un golpe a la vida democrática del país al no dar a conocer los resultados preliminares de la votación, aquella noche del día de la elección puso en entredicho que se estuvieran haciendo las cosas favoreciendo a una de las partes. Lo único que se creyó es que el IFE indebidamente tomó partido, lo que a la postre dio lugar a las dudas que aún persisten en la sociedad sobre si se acataron los principios rectores constitucionales que deben acompañar a una elección para considerarla legítima, que son la equidad, la certeza, la legalidad, la independencia, la imparcialidad y la objetividad. Ése es el quid del asunto, por lo que hemos visto batallar a este Gobierno que, a pesar de que ha transcurrido un año, no acaba de sentarse en la silla.

Lo que hay es un evidente desprestigio. Era y es necesario que el organismo recupere la confianza del ciudadano común. Habrá para eso la renovación total del IFE. Para brincar por encima de los dos impedimentos que podrían impedir echarlo fuera, la autonomía y la inamovilidad, se trabaja en la reforma constitucional en materia electoral. De lo que se ha dicho es estupenda la idea de que el nuevo instituto comprenda también la realización de comicios estatales y municipales, así se le daría la transparencia y la imparcialidad que hace falta a los procesos en lo que no es extraño ver la mano metida de los gobernadores. Si no ha cambiado el criterio el día de hoy lo sabremos.

Por último, a la sarta de sandeces que ha expresado Ugalde no ha faltado quien le exhorte a tener prudencia y no perder el piso. Su mayor argumento es que no se le ha abierto un juicio político, por lo que habría que recordar lo que decía el insigne diputado don Luis Cabrera (1876-1954), quien escribía con el seudónimo Blas Urrea, cuando habiendo llamado deshonesto a un legislador éste pidió pruebas, la respuesta fue lapidaria, “lo estoy acusando de ladrón, no de estúpido”.

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