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El comentario de hoy

Francisco Amparán

Los más... digamos... veteranos de mis lectores, recordarán el nombre de Marcel Lefrebvre. .Pero como a los más... digamos... jovenazos no les ha de sonar el nombre, haré una pequeña semblanza de este personaje.

Monseñor Lefrebvre fue la cabeza de un movimiento dentro del catolicismo que se oponía a algunas de las más audaces medidas del Concilio Vaticano II, celebrado entre 1962 y 1965. Lefebvre consideraba que atentaban contra la integridad de la Iglesia y aglutinó en torno suyo a muchos que pensaban igual. De hecho, se manejó el término lefebvrista para identificar a los tradicionalistas que repudiaban algunos de los resultados del único Concilio celebrado por la Iglesia Católica en el Siglo XX.

El símbolo más notorio y conocido de este desafío era que los lefebvristas celebraban la misa en latín. Y era un desafío porque uno de los cambios más importantes del Concilio Vaticano II fue, precisamente, que la Eucaristía se celebrara en lenguas vernáculas. De manera tal que los fieles ya no se veían en la obligación de rezar como pericos en una lengua muerta desde hace más de un milenio y de la que solían no comprender una sola palabra.

Pues bien, de manera muy discreta, el Papa Benedicto XVI dio marcha atrás a la prohibición de oficiar misa en latín. La semana pasada, el Sumo Pontífice anunció que ya no hay bronca si alguien quiere seguir la tradición que perduró durante tantos siglos.

Aquí hay dos cuestiones interesantes. La primera es que Benedicto, cuando era el Panzercardenal Ratzinger, fue de los que más atosigó a Lefebvre. Y ahora, al menos en eso, le está dando la razón.

La segunda es que una decisión como la anunciada, en otros tiempos habría causado movimientos telúricos en el seno de la Iglesia. Y lo más sorprendente, al menos para un servidor, es que prácticamente no hubo reacciones. Recordemos que en otros tiempos hubo cristianos que degollaban a otros cristianos por asuntos tan esotéricos como en qué momento se encarnaba Cristo en la hostia.

¿Indiferencia? ¿Ignorancia? ¿Será que la gente ya está demasiado ocupada con asuntos más mundanos? ¿O quizá al católico promedio ni le vienen ni le van los asuntos que para la jerarquía son importantes?

Con otra: ¿será esta decisión una señal de que el Vaticano va a acentuar una vena tradicionalista, desglosada poco a poco? Porque también la semana pasada, el Papa se aventó la puntada de decir que las agrupaciones protestantes difícilmente pueden llamarse iglesias de Cristo. Lo cual, en buen castizo, es tirarle piedras al invernadero sin ninguna causa justificada. ¿Para qué buscarse broncas con otros cristianos? Ya con su metida de pata de la referencia a Mahoma era suficiente, ¿no?

Se suponía que Benedicto sería un Papa de transición, encargado de no agitar las aguas. Parece que en esto, como en otras cosas relacionadas con él, muchos nos equivocamos.

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