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Ladrones mexicanos, espías de EU en la Guerra de Intervención

Ladrones mexicanos, espías de EU en la Guerra de Intervención

Ladrones mexicanos, espías de EU en la Guerra de Intervención

EL UNIVERSAL

El comando fue bautizado como ‘Los Cuarenta Ladrones’ y también fue conocido como ‘La Compañía Mexicana de Espionaje’.

El aparato de Inteligencia y espionaje de Estados Unidos no fue siempre esa maquinaria poderosa y casi perfecta de los tiempos modernos. En la Primera Guerra Mundial los norteamericanos se mostraron avergonzados frente a los eficaces modelos de análisis de información desarrollados en Europa. Pero los antecedentes fueron más penosos aún. En la guerra con México, Estados Unidos recurrieron a un recurso útil y del que después renegarían (aunque utilizarían con frecuencia décadas más tarde): gavilleros, ex prisioneros y prófugos de la justicia.

En diciembre de 1845 el general Zachary Taylor se adentró con sus hombres en la recién anexada República de Texas. Estados Unidos vivía una época en la cual persistía insensibilidad en Washington respecto de la utilización de tareas de Inteligencia, así que privaba una densa ignorancia sobre la topografía y condiciones del nuevo territorio estadounidense. En esas circunstancias Taylor avanzó en su misión de repeler un ataque de Fuerzas mexicanas.

El Comité Church, creado por el Senado en los años setenta para investigar actividades federales de espionaje bajo sospecha de ilegalidad -sobre todo después de las revelaciones del Watergate- se interesó en estudiar las actividades de acopio de información desde tiempos lejanos.

En 1975, después que el reportero Seymur Hersh reveló actividades ilegales de espionaje contra miles de ciudadanos, el Senado de los Estados Unidos creó un comité integrado por 11 miembros para investigar esas operaciones. Frank Church, un combativo senador demócrata, encabezó las actividades del comité, que entrevistó a 800 personas y condujo 250 audiencias ejecutivas y 21 sesiones públicas. El comité advirtió la existencia de complots para asesinar a Fidel castro, Patrice Lumumba y Rafael Trujillo, pero fue incapaz de establecer las responsabilidades de altos mandos de la CIA y la Casa Blanca en esas operaciones.

A partir de las memorias de los militares involucrados en esas misiones, así como estudios recopilados y escritos por académicos y documentos históricos almacenados por el Congreso, el Comité Church se ocupó como parte de esa investigación de la guerra con México.

Las circunstancias bajo las cuales el Ejército de Estados Unidos se internó en Texas eran riesgosas. No se conocía mucho sobre el nuevo territorio, así que el general William L. Marcy, secretario de Guerra, impartió a Taylor órdenes expresas de buscar asistencia y apoyo en los texanos, “cuyas piernas son de gran valor para hacer cabalgar nuestros caballos”. Pero las instrucciones de recopilar toda la información posible y hacerla llegar a Washington no fue cumplida por Taylor, a pesar de los consejos de otro general, Winfield Scott, acerca de la conveniencia de reclutar mexicanos inconformes con su Gobierno para servir como espías e informantes.

Taylor avanzó hacia Monterrey sin informes ni precauciones sobre un ataque mexicano, asumiendo que no encontraría resistencia en su afán de asegurar la ciudad. Se equivocaría. Durante tres días, 10 mil mexicanos bajo las órdenes del general Pedro de Ampudia defendieron la ciudad hasta que las Fuerzas norteamericanas lograron tomar varias colinas. Apoyados por cañones los estadounidenses finalmente avanzaron, aunque perdieron muchos hombres.

ESCUADRÓN

No fue Taylor sino el general Scott, en Veracruz, quien fundaría a sugerencia del teniente coronel Hitchcock, su asistente general, un escuadrón de espías formado por afamados asaltantes y gavilleros mexicanos.

En su diario de guerra, el 5 de junio de 1847, Hitchcock relata que un “muy celebrado capitán de asaltantes” comenzó a prestar sus servicios al Ejército de Estados Unidos. Era conocido como Domínguez y según los escritos de Hitchcock “conoce a la gente y todo el país”. Lo puso a prueba enviándolo con un comunicado urgente que Domínguez trajo de vuelta dos semanas después con una respuesta. El comando fue bautizado como “Los Cuarenta Ladrones” y también fue conocido como “La Compañía Mexicana de Espionaje”.

Domínguez, líder de la banda de espías, había sido un honesto tejedor mexicano que mutó en gavillero después de que un oficial mexicano lo asaltó. Al principio sólo tuvo cinco hombres en el núcleo de espías, pero más tarde llegó a reunir hasta 100 personas, aunque hay testimonios de que pudieron ser el doble. Domínguez era el líder y el capitán del grupo era un norteamericano de Virginia apellidado Spooner y dos lugartenientes también eran estadounidenses.

Eventualmente Hitchcock se hizo de algunos de estos hombres liberándolos de cárceles locales y les ofreció en pago 20 dólares cada mes. La Compañía Mexicana de Espionaje fue muy útil para los fines militares de Scott, a pesar que otros militares como el general Joseph Lane veían a los mexicanos con desprecio.

Alguna vez Lane describió así a ese grupo: “Son hombres que decidieron traicionar a su propio país cubriéndose con infamia. Cada hombre de esa compañía fue un pájaro de cárcel y creo que no podría haber sido posible reunir a un peor cuerpo de hombres”.

El capitán Robert Anderson, de la Tercera Artillería, también se ocupó del grupo de espías al servicio del Ejército de Estados Unidos en una carta a su madre: “Tenemos a nuestro servicio a una compañía de mexicanos llamados Los Cuarenta Ladrones. El otro día les preguntamos si temían ser asesinados por el Ejército Mexicano y nos respondieron que ése era un asunto de ellos nada más. Son muy valiosos para obtener información y son utilizados en forma individual o colectiva, según se requiera. El líder dice que podría incrementar el grupo de espías hasta llegar a 1500 o 2000 hombres”.

Conforme el riesgo disminuyó en la misión de internarse en México, las Fuerzas estadounidenses prescindieron del uso de la compañía de espías mexicanos. La promesa de pagarles 20 dólares por mes no se cumplió en muchos casos y en otros algunos militares norteamericanos les pagaron de su bolsillo, de acuerdo con las investigaciones del Comité Church.

La firma de la paz con México frenó por completo esas actividades. En las Fuerzas norteamericanas imperaba la certeza de que los servicios que habían sido efectivos en tiempos de guerra ahora podrían representar una amenaza e incluso ser motivo de vergüenza para el Gobierno de Estados Unidos.

Algunos de los espías mexicanos fueron obligados a marcharse de Estados Unidos. En su diario, el 5 de junio de 1848, Hitchcock relata que con el consentimiento de los mexicanos, disolvería el grupo de espionaje. Pagaría a cada uno 20 dólares, en Veracruz, con excepción del jefe Domínguez, quien los acompañaría hasta Nueva Orleans. Hasta la fecha se desconoce si recibieron esa compensación final por sus servicios y cuántos fueron obligados a abandonar Estados Unidos.

“La guerra con México aportó a los oficiales norteamericanos un entrenamiento práctico en guerra civil y campos de batalla. Pero poco de valor positivo pudo ser aportado al servicio secreto de Estados Unidos”, concluye el capítulo del Comité Church sobre la guerra con México.

Frenar el comunismo, objetivo de complots e intentos de asesinato

En 1975 la búsqueda de un grupo de senadores que integraban el Comité Church sobre operaciones gubernamentales de Inteligencia y espionaje tropezó con pistas y documentos relacionados con una actividad que dentro de la CIA tenía todos los rasgos de ser habitual: el asesinato como recurso y método autorizado.

“Matar a alguien no es una actividad sobre la que uno esperaría descubrir grabaciones y documentos, pero sorpresivamente los encontramos”, advirtió el grupo de senadores al revisar el catálogo siniestro de la Agencia Central de Inteligencia: los planes para matar a presidentes y personajes vinculados al comunismo en todo el mundo.

La búsqueda dio con el paradero de un expediente que nunca mejor podría ser etiquetado como letal: los complots para matar a Fidel Castro en Cuba, a Patrice Lumumba en el Congo, al presidente Rafael Trujillo en República Dominicana, al general Schneider en Chile y a Ngo Dinh Diem en Vietnam.

La evidencia encontrada a lo largo de ocho mil hojas de testimonios y cientos de entrevistas llevaron a los senadores a establecer que Estados Unidos estuvo implicado en varios complots de asesinato.

“Los casos de Patrice Lumumba y Fidel Castro son ejemplos de planes concebidos por autoridades de Estados Unidos para matar a líderes en el extranjero”, subrayó el Comité Church en el capítulo de conclusiones.

Las grabaciones y documentos secretos inesperados salieron al paso mientras el comité se adentraba en archivos sepultados con el tiempo. Los senadores reunieron un expediente de 8 mil páginas de testimonios bajo juramento de 75 testigos durante 60 días de audiencias públicas y privadas.

Los archivos fueron encontrados por todas partes: expedientes en bruto de agencias y departamentos oficiales, la Casa Blanca y las bibliotecas de las administraciones de los presidentes Eisenhower, Kennedy y Lyndon Johnson.

Pero la joya escondida estaba en poder de la CIA, sin que nadie se lo imaginara: un documento confidencial elaborado en 1967. Era un estudio sobre los complots para asesinar a Castro, Trujillo y Diem. El estudio fue vital para la investigación, aunque estaba mutilado: los papeles de trabajo que motivaron ese expediente fueron destruidos por instrucciones del director Richard Helms.

Los hallazgos fueron tan escandalosos que llevaron al comité a declarar los complots como “una aberración explicable en parte, pero no justificable por las presiones de la época”.

El Comité Church desarrolló sus investigaciones durante un año en un clima de presiones internas. Los senadores fueron acusados de “traición a la patria” por algunos sectores. Esos intentos fueron rechazados por los congresistas bajo el argumento de que nada debía ser guardado en secreto bajo el argumento de que era una vergüenza para Estados Unidos.

Sin embargo, los senadores de alguna manera matizaron las motivaciones de los complots: argumentaron que esos hechos debían ser analizados en el contexto de una política estadounidense cuya prioridad, después de la Segunda Guerra Mundial, era frenar el avance del comunismo.

“El temor sobre una eventual expansión del comunismo surgió particularmente después del ascenso de Fidel Castro, algo que fue observado como la primera penetración del comunismo en el hemisferio”, establecen las conclusiones del comité.

A Castro la CIA intentó asesinarlo, de acuerdo con los hallazgos del Comité Church, con los recursos más insospechados: un traje de buceo envenenado y habanos cargados con sustancias tóxicas. A Lumumba, en el Congo, dos miembros de esa agencia recibieron órdenes superiores para liquidarlo con la ingesta de veneno. En República Dominicana la CIA distribuyó armas de alto poder a los opositores al presidente Rafael Trujillo.

En Vietnam, Diem y su hermano fueron asesinados durante el golpe de Estado y en Chile el general Schneider fue ajusticiado a balazos.

El recuento final del Comité Church fue tal vez un reflejo de las presiones que enfrentaba: concluyó que no había elementos suficientes para determinar que la CIA asesinó a Trujillo, Lumumba y al general Schneider, a pesar que en todos los casos distribuyó armas, suministró pastillas envenenadas y apoyó con sumas extraordinarias de dinero los golpes de Estado en los que fueron asesinados esos personajes.

“Este comité no pretende erigirse en un jurado para decretar responsabilidades”, advirtió el comité en los años 70. Tres décadas después, los expedientes secretos liberados por la CIA confirmaron el complot para matar a Fidel Castro y ratificaron que el plan fue ordenado desde las más altas esferas del Gobierno y operado por el director de la CIA.

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