No tiene ni el carisma de Tony Blair ni su habilidad política, pero, después de trece años a la sombra del líder, el eterno sucesor, Gordon Brown, ve cumplido finalmente su sueño.
En un Congreso extraordinario en Manchester (norte inglés), Brown tomó ayer el testigo como líder del partido del hombre que más éxitos ha cosechado para el laborismo británico, tres mandatos consecutivos.
Recibido por los delegados con una cerrada ovación, Blair subió al estrado del Bridgewater Hall, auditorio que acogió el Congreso y presentó a quien ha sido su “amigo durante veinte años”.
“Sé que dará lo mejor por el país. Dad la bienvenida al nuevo líder del Partido Laborista”, dijo el aún jefe del Gobierno, al subrayar que Brown reúne las cualidades para ser “un gran primer ministro”, cargo que asumirá oficialmente el próximo miércoles.
Brown se definió ante sus correligionarios como un “político de convicciones” dispuesto a dirigir un Gobierno de “cambio”, palabra que repitió: “Debemos renovarnos -urgió- como partido de cambio”.
Nacido el 20 de febrero de 1951 en Glasgow, James Gordon Brown es hijo de un pastor protestante, de quien heredó sus sólidas creencias en la necesidad de una justicia social, combinadas con un sentido casi puritano de la rectitud.
Entre otros problemas, Brown heredará de Blair la guerra de Irak, que mermó seriamente la popularidad del aún jefe del Gobierno y causó profundas divisiones en el Reino Unido y en el propio Partido Laborista.
El Reino Unido tiene desplegados en Irak unos siete mil 100 soldados, concentrados -en su mayoría- en la provincia meridional de Basora, si bien ese contingente se reducirá hasta unos cinco mil antes que acabe el año, según anunció Blair ante el Parlamento el pasado febrero.
Un total de 153 efectivos de la Fuerzas Armadas británicas han perdido la vida en Irak, 118 de ellos por fuego hostil, desde el comienzo de la invasión dirigida por Estados Unidos en marzo de 2003.
