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Ramírez Acuña, un político ‘marcado’ por la represión

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El Universal

Para investigadores, la línea del hoy secretario de Gobernación es la implantación y consumación de un régimen caracterizado por la violencia institucional.

Mil 500 jóvenes eran obligados a permanecer con la cara y el pecho sobre el suelo de lo que había sido una fiesta rave. Los perros los olfateaban, más de cien policías los encañonaban, mientras eran cateados uno a uno. Aquellas imágenes hacían recordar el entorno antes y después de la masacre estudiantil de Tlatelolco en 1968. Pero el operativo ocurrió 34 años después, en la medianoche del cuatro de mayo de 2002, en el club Oro del municipio de Tlajomulco de Zúñiga, Jalisco, cuando Francisco Ramírez Acuña, hoy actual secretario de Gobernación, gobernaba el estado.

Le llamaron el Tlajomulcazo. La opinión pública jalisciense reprobó el hecho, la sociedad civil e intelectuales reclamaron. El domingo 12 de mayo de ese mismo año, padres de familia realizaron una marcha en contra del gobernador y de su Policía Estatal, que acusaron de violar las garantías individuales y manosear a jovencitas durante las revisiones. A los diarios locales llegaron decenas de cartas de protesta.

Francisco Ramírez Acuña dijo que no iba a permitir reuniones de francachelas y verdaderas orgías -palabras censuradas en la versión estenográfica de la entrevista-, y pidió a los medios de comunicación y ciudadanía de Jalisco que denunciaron ubicaciones de más fiestas rave para impedirlas. “A los jóvenes los exhibió públicamente como drogadictos y orgiásticos”, reclama el investigador de la Universidad de Guadalajara (UdeG), Jorge Regalado.

Aquello quedó en el olvido, pero para el México sin memoria, hoy se cumplirán tres años de otro suceso que protagonizó Ramírez Acuña. El del 28 de mayo de 2004, cuando cientos de jóvenes altermundistas que participaban en una manifestación pacífica contra la tercera Cumbre de jefes de Estado en el Centro de Guadalajara, fueron reprimidos. Después de recorrer la zona —en la que las autoridades locales y federales arrastraron, golpearon, detuvieron y expulsaron a algunos de los manifestantes—, el actual secretario de Gobernación dijo: “No se permitirá que alguien ande con la cara tapada como viles cuatreros”.

Y en un discurso regionalista en el que hizo alusión a los chilangos, sin mencionar la palabra, dijo: “Si están acostumbrados a hacer desbarajustes en el Distrito Federal, Jalisco es diferente y vivimos gentes (sic) con sentido real de progreso y desarrollo”.

Más de cien personas fueron detenidas. La Comisión Nacional de Derechos Humanos emitió una recomendación para exigir al gobernador investigar las violaciones a los derechos humanos. Human Rights Watch envió una carta al gobernador para denunciar detenciones arbitrarias, brutalidad policial e incluso evidencias de tortura. Amnistía Internacional señaló la insistencia del Gobierno de Jalisco en ignorar todo.

Francisco Ramírez Acuña hizo caso omiso. Y siguió adelante con sus formas de imponer el orden. Después de aquel 28 de mayo no permitió ni un solo plantón en el Centro de Guadalajara, pasando por encima del libre derecho a manifestarse. Su pasado lo identificaba: como presidente municipal de Guadalajara intentó hacer una limpieza social con los limpiaparabrisas de las calles de Guadalajara, pero el presidente de la Academia Jalisciense de Derechos Humanos, Víctor Ramos, intervino y todo quedó ahí: la condición para no actuar fue vestir con uniformes a las muchachas y los muchachos que limpiaban los cristales. Pero su mano además de dura era intorcible. Durante su Administración ya como gobernador, Ramírez Acuña negó una copia de su recibo de pago de nómina a un ciudadano.

El Instituto de Transparencia estatal intentó sancionarlo. “El gobernador del estado no tiene superior jerárquico”, dijo.

El hombre —que levantó el puño y destapó al actual presidente Felipe Calderón Hinojosa, el 29 de mayo de 2004, precisamente un día después de la represión contra jóvenes en Guadalajara— es considerado un político que se alió con la jerarquía católica local como en los viejos tiempos donde el cura y el presidente municipal se juntaban para someter al pueblo. Además de unirse con los sectores ultraconservadores de Jalisco, que lo felicitaron por su mano dura. Un secretario de Gobernación actual que ahora está al frente de los órganos de inteligencia del país. Y de las policías que tradicionalmente han sido los elementos necesarios para ejercer la represión.

“Se ha caracterizado por tener un perfil propio de un caciquismo fascista. En su mandato, porque él manda, se evidenció un control de los diversos poderes tanto Legislativo como Judicial. Es un cacique fascista que se encarga de convertir su palabra en verdad. La línea de Ramírez Acuña es la implantación y consumación de un régimen caracterizado por la violencia institucional, hay violencia en su discurso, en sus acciones”, dice el investigador de la Universidad de Guadalajara, Jorge Gastón Rosette.

Resulta raro que en 1971 haya fungido como secretario de organización del grupo juvenil del Partido Acción Nacional porque el director de la Unidad de Estudios de Movimientos Sociales, Jorge Regalado, dice: “A mí me parece que Ramírez Acuña tiene un problema generacional, los jóvenes le exasperan, en lo del 28 de mayo utilizó un discurso xenofóbico, antichilango. En 2002, cuando la fiesta rave, la Policía llegó, catearon a cientos de jóvenes. No le gusta cómo visten, cómo se mueven, cómo bailan, cómo organizan sus fiestas”.

Pero lo consideran hábil. Cinco días después de ese operativo, el hoy titular de Gobernación, lanzó su programa estatal “Por un Jalisco libre de drogas”, en el que dijo que se buscaba proteger a los jóvenes de las adicciones y anunció que solicitaría a dueños de bares y discotecas y organizadores de fiestas adquirir equipo para detectar drogas.

“Es un peligro que esté ahora como secretario de Gobernación”, dijo el ex consejero de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, Luis Óscar González. Dice que Ramírez Acuña se desarrolló a la sombra del capital político del PAN y que nunca anduvo en la calle pintando el símbolo del partido como lo haría el propio Felipe Calderón Hinojosa. “Pero su trayectoria es contradictoria a la del partido, a la no-violencia, a la no contestar golpe a golpe. Es un hombre acomodaticio que le da a la Ley mayor peso que a la dignidad humana”.

Hay una anécdota que podría dejar en claro esto. En 1999, cuando fue alcalde de Guadalajara, la entonces presidenta de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, María Guadalupe Morfín, emitió 16 recomendaciones a diversas autoridades y a él, para que destituyera a su jefe de Policía, Jesús Enrique Cerón Mejía, por su presunta participación en la tortura y agresión sexual con tolete a un presunto delincuente. Ramírez Acuña hizo caso omiso nuevamente. El cardenal Juan Sandoval Iñiguez, salió en su defensa y verbalmente enfrentó a la ombudswoman al decir que la Comisión Estatal estaba siendo manejada por organismos internacionales que pretendían desestabilizar el país y que sólo defendía a los delincuentes. Tachó de “nocivo” al órgano estatal.

Dice el investigador de la UdeG, Gastón Rossete, que el actual secretario de Gobernación era conocido por ser el panista más priista. “Representa la parte más oscura. En su discurso siempre alude hacer cumplir la Ley, pero implantada bajo la voluntad del gobernante. Ejerce un control, aprovecha al sector de población más conservador, el discurso del jerarca católico y del empresario. Entonces el gobernador y su gente asumen el cumplimiento de la Ley en un Estado de Derecho, pero más bien de derecha, de la derecha más retrograda”.

Dos casos como ejemplo: En un carta firmada por el director general de la Canaco los comerciantes se manifestaron en contra de las fiestas rave y dieron su apoyo a las autoridades municipales, estatales y federales para el combate frontal. “Tuvo mano dura, pero los globalifóbicos no son unas peritas en dulce. No puede meterlos en orden con puras palabras”, fue la declaración del cardenal Juan Sandoval Iñiguez, su aliado eterno.

Dice Armando Estrada, representante de un pastoral social jalisciense: “Con el respeto que me merece el señor cardenal, hubo desatinos. A él le pareció bien el nombramiento de Ramírez Acuña como secretario de Gobernación porque dijo que se necesitaba una mano firme, pero como gobernador dejó mucho que desear. Todos los que conocen la doctrina social de la Iglesia nos preguntamos qué paso con el cardenal porque la Iglesia siempre debe estar del lado de los más necesitados”.

Los que estuvieron cerca de los hechos del 28 de mayo de 2004, aseguran que lo que se dejó ver fue una estrategia para justificar la represión. En sus discursos de radio y televisión, el entonces gobernador, preparaba a la sociedad tapatía cuando decía que no permitiría que se lastimara el patrimonio de los jaliscienses.

Lo que no dijo es que los “tapados” y “cuatreros” de la marcha eran provocadores de estrategia. Los dos investigadores de la UdeG coinciden en que hubo una clara infiltración de personajes que se plantaron frente a la valla policiaca y comenzaron a agredir.

“Iban preparados para ello, llevaban pasamontañas, cascos, máscaras antigás. Nunca pudieron presentar una sola prueba de que los jóvenes fueron los que agredieron, sólo se pudo detectar a uno que arrojó una botella de agua contra los policías”, dice el académico Jorge Regalado.

“Es un caso emblemático porque refleja su personalidad. En su discurso culpó a los manifestantes y en los mensajes de radio y televisión preparó a la sociedad diciendo que vendrían a destruir el patrimonio de los tapatíos”, asegura el otro investigador.

Al estilo del ex presidente Gustavo Díaz Ordaz cuando dijo de lo que estaba más orgulloso era de 1968 porque salvó al país del comunismo, Ramírez Acuña en su informe de Gobierno de 2004 dijo que si fuera necesario lo volvería a hacer.

“¿Aplicamos la Ley?, ¿Aplicamos el Estado de Derecho? Sí, sí lo aplicamos”, declaró en entrevista con un diario el 29 de noviembre de 2006, un día después de haber sido designado secretario de Gobernación, por Felipe Calderón Hinojosa.

“Le hicieron denuncias y recomendaciones, pero parecía que en lugar de afectarlo, lo recomendaban, eran sus cartas de presentación para Felipe Calderón lo pusiera como secretario de Gobernación”, dice el académico Jorge Regalado.

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